El 30 de agosto de 2025, Ayuí Discos, en el teatro El Galpón, bajó su persiana por última vez. No fue sólo el fin de un local: fue el silencio simbólico de una parte del proyecto que desde hace 54 años defiende el derecho a que la identidad uruguaya escriba sus partituras propias. La frase del musicólogo Lauro Ayestarán “El nivel cultural de un pueblo no se sabe ni se califica por lo que absorbe, sino por lo que produce” cobra vigencia ante este hecho.

¿Qué significa perder Ayuí Discos en la era del streaming? ¿Es posible la soberanía cultural sin infraestructuras que la sostengan?

Ayuí/Tacuabé: del disco al documento nacional desde 1971

Fundado en 1971, ya en plena dictadura, bajo la dirección de Coriún Aharonián, se materializó como un acto de resistencia creativa. Mientras el régimen censuraba letras y perseguía artistas, el sello grabó discos que se convirtieron en criptogramas de libertad.

Las primeras grabaciones que se editaron para el sello fueron de artistas como Los Olimareños, el guitarrista Agustín Carlevaro, el compositor Héctor Tosar, los escritores Juan Capagorry y Amanda Berenguer. Ya en dictadura, Los Que Iban Cantando, Leo Maslíah, Rubén Olivera, Dino, Montresvideo, Rumbo, cuyos dobles sentidos burlaban la represión. Y más adelante Ruben Rada, Jaime Roos, Jorge Drexler, fusionando candombe y murga con rock, un mestizaje que definió la modernidad uruguaya.

Ayuí Discos no vendía sólo música, vendía identidad con cuidadosos análisis históricos, ilustraciones de los mejores diseñadores y plásticos nacionales y letras que mezclaban el lunfardo montevideano y las décimas de Molina con la poesía de Idea Vilariño. Un sello, una editorial y un aula abierta.

La paradoja digital: ¿democratización o colonialismo algorítmico?

El cierre de la tienda física refleja una tensión global: mientras el 78% de los uruguayos escuchan música vía plataformas digitales (según datos de 2024), los algoritmos de Spotify o Youtube priorizan contenidos anglosajones. Un ejemplo de éxito: Jorge Drexler tiene más de dos millones de oyentes mensuales sólo en Spotify, pero gran parte de ellos están en México, España y Argentina. ¿Dónde queda la escena local? El problema no es el acceso, sino la curaduría:

Playlists homogeneizantes: las listas “Éxitos Uruguay” suelen incluir a artistas globales con más streams, desplazando a los locales.

Datos sin contexto: una canción de Zitarrosa puede ser recomendada junto a un reguetón, perdiendo su carga histórica.

Economía desigual: por cada 1.000 streams, un artista recibe tres dólares (si tiene suerte).

Ayuí/Tacuabé, en cambio, repartía regalías con la venta de discos y reinvertía en nuevos proyectos con un criterio de valor cultural y no meramente económico. Como advirtió Ayestarán, consumir no es lo mismo que producir. Uruguay hoy “consume” más música que nunca, pero si no logra generar obras propias con espacios que las validen, su cultura será un espejo de lo ajeno.

La tienda como territorio: lo que el algoritmo no puede guardar

La tienda de Ayuí en El Galpón no era un comercio: era un archivo vivo. Allí, un joven podía encontrar discos de Fernando Cabrera, Tosar, Rubén Olivera, Carlos Molina, Mauricio Ubal, junto con Leo Maslíah o El Cuarteto de Nos; libros como Conversaciones sobre música, cultura e identidad o Escritos, de Jorge Lazaroff, que dinamizaban el pensamiento cultural; y encuentros esporádicos de músicos con el público, especialmente el intercambio con sus encargados conocedores de música nacional o músicos activos.

Estos intercambios generaban un aprendizaje orgánico, algo que las plataformas digitales, diseñadas para el consumo individualista, no replican. Al cerrar la tienda, Uruguay pierde un lugar de pedagogía colectiva, donde la música se amplificaba simbólicamente, no sólo se la escuchaba.

Ayuí/Tacuabé y la economía de lo intangible: ¿cuánto vale un símbolo?

Más allá de lo cultural, Ayuí/Tacuabé es un motor económico con ética:

Cadena de valor local: grabaciones en múltiples estudios locales, carátulas conteniendo obras de una impresionante lista de plásticos, diseñadores gráficos o fotógrafos nacionales, imprentas y otros proveedores.

Turismo cultural: extranjeros visitaban Ayuí Discos para comprar discos como souvenirs de identidad, dinamizando comercios aledaños.

Preservación del patrimonio: rescatando del olvido y licenciando de otros sellos discos como El forastero, de Osiris, y Abre tu puerta vecino..., de José Carbajal, entre otros.

Ayuí/Tacuabé demuestra que es posible que la cultura sea rentable en casa, pero su declive refleja un problema sistémico: sin políticas que protejan la producción local, el talento emigra o se diluye.

¿Qué significa perder Ayuí Discos en la era del streaming? ¿Es posible la soberanía cultural sin infraestructuras que la sostengan?

Mientras Ayuí/Tacuabé preserva memoria con visión de futuro, el Instituto Nacional de Música (Inmus) omitió en 2025 conmemorar el centenario de Osiris Rodríguez Castillos y Rubén Lena, figuras clave de la canción popular, priorizando seminarios sobre mercados digitales y financiamiento de proyectos “exportables”.

Este contraste revela un giro ideológico que subordina la cultura a su rentabilidad, ignorando su valor simbólico. La gestión actual del Inmus parece medir el patrimonio cultural por su utilidad económica, no por su densidad simbólica.

El legado: ¿quién custodiará el sonido del país?

Ayuí /Tacuabé sembró rutas para navegar la encrucijada actual:

1. Digitalización con identidad: continuar con su política de catálogo y rescate patrimonial es un modelo a seguir, ya que cuestiona la fragmentación y el individualismo de las plataformas.

2. Alianzas público-comunitarias: el Fondo Nacional de Música podría subsidiar sellos o iniciativas descentralizadas que, como Ayuí, pongan a disposición del público material de archivos, respetando las autorizaciones y derechos que correspondan.

3. Educación sonora: incluir en el Plan Ceibal esas producciones sería un gesto de resistencia cultural afirmativa.

Pero el desafío es mayor: se trata de crear “nuevos Ayuís”, que no sólo preserven, sino que interpelen el desarrollo de nuestra música en clave colectiva. Ayuí/Tacuabé no sólo siembra sonidos, también desafíos.

¿Hacia una musicología del Excel?

Los informes del Inmus 2025 destacan logros como “aumento del 12% en exportaciones musicales” o “15 nuevos artistas en plataformas globales”. Ninguna frase alude a la cantidad de escuelas que enseñan “A don José” o la cantidad de jóvenes que conocen la obra de Osiris más allá de “Gurí pescador”. No se difunden archivos sonoros digitalizados para acceso público que notablemente viene preservando esa joya que es el Centro Nacional de Documentación Musical (CDM) Lauro Ayestarán y que el gobierno anterior instaló dignamente en la Biblioteca Nacional.

Cimentar la cultura en balances contables es construir catedrales sobre arenas movedizas. Como Ayuí/Tacuabé (pilar de la cultura independiente uruguaya) demostró, el mercado local sólo se sustenta si hay una comunidad que entiende y valora su propia música.

El silencio del Inmus ante los centenarios y el cierre de Ayuí Discos son dos caras de una misma moneda: la privatización de la memoria. Urge redefinir las políticas culturales desde los principios que desde el sello encarnaron en todo este tiempo:

1. Cuotas de memoria: que el 20% del presupuesto del Inmus se destine a reeditar y enseñar obras fundacionales. Por ejemplo, los premios nacionales de música deberían, más allá del saludable estímulo a lo creativo, incluir también un premio patrimonial cada año.

2. Alianzas intergeneracionales: involucrar a artistas jóvenes en la reinterpretación de Lena o Rodríguez Castillos, impulsar a nuevos talentos como hizo Ayuí/Tacuabé con Jaime Roos, El Cuarteto de Nos, Travesía, Jorge Drexler o Malena Muyala.

3. Indicadores de identidad: redefinir el “éxito musical” no desde los streams (medida colonial del consumo), sino desde la transmisión intergeneracional de memorias sonoras: ¿cuántos jóvenes preservan en su afectividad y sus cuerpos melodías y ritmos ancestrales que tejieron su identidad?

Lena escribió “el hombre es un muñeco de sueños nada más”; hoy la lucha es por que otros no sueñen por nosotros. La solución no es nostalgia, sino reinvención: cooperativas de músicos, alianzas con universidades y la sociedad civil para potenciar el CDM, plataformas virtuales soberanas que prioricen al artista uruguayo. Urge construir acciones colectivas que integren lo simbólico y económico desde la memoria popular y ello requiere tejer políticas culturales que valoren la diversidad, fortalezcan territorios y prioricen a las personas, sus saberes y sonidos.

Que Ayuí/Tacuabé, en señal de resiliencia, se adapte a los tiempos signados por el cambio tecnológico no significa que la batalla esté perdida: implica librarla en nuevos frentes. Esto exige, como enseñan sus archivos y lucha, entender que la identidad no es un disco que simplemente suena: es uno que se graba activamente, proyectándose en un contexto culturalmente consciente y enriquecido.

Julio Brum es músico, docente y activista cultural.