Dicen que ambas hicieron “caminos diferentes”. En su adolescencia Ana Laura comenzó a “cuestionar algunas cosas” respecto de lo que había aprendido de su padre sobre la última dictadura cívico-militar (1973-1985). “En casa no se hablaba mucho del tema de los desaparecidos o de algo tan icónico como la desaparición de Elena Quinteros”, contó, en diálogo con la diaria. En el liceo Ana Laura se acercó a cierta información que la llevó a empezar a “consultar y preguntar”. Con el paso de los años se involucró en el movimiento sindical y encontró compañeras “a las que le podía contar que mi papá había sido un militar”. Fue ahí cuando ató más cabos al enterarse de que el lugar donde había trabajado su padre, el 300 Carlos, también conocido como Infierno Grande, fue un centro clandestino de detención y tortura.

En el caso de Irma los cuestionamientos comenzaron en su militancia en el feminismo, luego de que sufriera violencia de género por parte de su expareja y de haber sido abusada cuando era niña. “Comencé a entrar en el feminismo y en los derechos humanos”, comentó, y agregó que eso la llevó a repensar su historia, en especial, sobre cómo los ciclos de violencia se repiten y por qué su padre había estado en un lugar tan nombrado como el Servicio de Material y Armamento (SMA), una dependencia del ex Batallón de Infantería 13. “Cuando comencé a trabajar sobre mi abuso cuando era niña, también conecté con las historias de las mujeres que fueron abusadas en la dictadura”, apuntó.

Más allá de todo, no saben mucho más de la carrera militar de su padre. Saben que entró en 1972 al SMA y que era “un soldado”. A lo largo de su vida, hasta su muerte en 2019 a causa de un Parkinson que lo aquejaba desde joven, Armando Gutiérrez prefirió el silencio. “No nos dijo más nada, lo que sí él defendía a capa y espada era todo lo sucedido en la dictadura”, explicó Ana Laura.

Hoy, luego de un proceso que implicó deconstruir el mito paterno, se pusieron en contacto con hijos e hijas de represores de las dictaduras del continente que integran el colectivo Historias Desobedientes. En Uruguay integran el colectivo ellas dos y otras dos personas que prefieren mantener el anonimato debido “al miedo” a exponerse.

Otro de los elementos que las impulsaron a contar su historia fue el proyecto de ley que busca impulsar Cabildo Abierto para garantizar la prisión domiciliaria de aquellos perpetradores de crímenes de lesa humanidad presos en la cárcel de Domingo Arena. “Empezamos a hablar porque en realidad nos molestó muchísimo el tema”, cuentan, y desde su lugar de hijas de un represor quieren marcar la cancha: “No todos los familiares apoyamos esto”.

“Fue todo un proceso salir a dar la cara. No sólo estamos hablando de la vergüenza, sino de todo lo familiar que hay detrás”, cuentan. Este año, por primera vez públicamente como hijas de un represor de la dictadura, marcharán el 20 de mayo.

Hablan de “vencer la vergüenza” por lo que hizo su padre. ¿Cómo se logra eso?

Ana Laura Gutiérrez: Todavía hoy nos pesa, y me doy cuenta de que ocurre eso porque me cuesta muchísimo decir en muchos lugares que mi papá fue un militar que aparte participó de la represión en este país. Me di cuenta en marzo, cuando estuvimos con el colectivo Historias Desobedientes en Argentina, que todos decían ‘mi papá participó en tal lado’, ‘mi papá en tal otro’. No lo dije, no me di cuenta. ¿Que cómo se vence la vergüenza? Creo que en colectivo y trabajándolo, conectándonos con otras personas que comparten este mismo sentimiento; te das cuenta, cuando lo hablás con ellos, de que es muy difícil. Apoyamos y defendemos los derechos humanos con una convicción increíble, pero es como que no encontrábamos el lugar donde poder manifestarlo porque se es hijo de un militar. En este caso, fuimos súper bien recibidas y para nada juzgadas, sino todo lo contrario, pero hay compañeros en Chile que hasta fueron cuestionados por hijos de militares, incluso los tratan de traidores a la familia.

“Si quieren empezar a contar otro relato podrían empezar a hablar y esclarecer lo que todavía no se ha podido, entre otras cosas, porque muchas veces han dado información falsa”.

Irma Gutiérrez: Colectivizar, el charlar entre pares, personas que hayan pasado por situaciones similares; es ahí donde se rompe esto de la vergüenza e indirectamente la culpa, porque por más que nos digan que nosotros no tenemos la culpa o que nacimos después de la dictadura, de todas formas se carga un poco con esa mochila. Desde lo colectivo se van soltando un poco esas cargas.

¿Hay una disociación entre quien fue su padre en el cuartel y quien fue puertas adentro de casa?

Ana Laura Gutiérrez: Sí. Eso es lo más difícil de ser desobediente. Mi papá se enfocó muchísimo en él y nosotras nunca fuimos su prioridad como hijas. Creo que también eso fue un factor para que tomáramos caminos diferentes a los de él, en mi caso muchísimo más joven. Tenía 19 años cuando me fui de mi casa y 15 cuando empecé a trabajar. Creo que igual es difícil la disociación, separar, y sí creo –y de eso estoy convencida– de que jugaba dos o hasta tres roles. Jugaba uno en casa como padre, jugaba otro en el Ejército y otro muy diferente hacia afuera de nuestra casa como familiar, hermano, tío e incluso como vecino. Jugaba otro totalmente diferente, que ni siquiera era el que estaba en casa, por eso a veces a nosotras nos cuesta muchísimo en lo familiar. Uno habla de la ruptura familiar y no es sólo con esa persona, ese represor que estuvo en el Ejército, sino también, a veces, con los cuestionamientos familiares.

Irma Gutiérrez: En mi caso creo que vino también un poco de la mano del feminismo, antes incluso de percatarme de esto que había sido su vida laboral, militar. Creo que primero tuve que romper con ese padre ideal que uno se imagina o que la sociedad impone, como que el padre es lo ideal y lo mejor y que es lo más fundamental para sus hijos, y a partir de que pude romper con eso pude ver otras cosas y después, por último, conecté con esto. Entonces, quizás no me costó tanto disociarlo.

“Debemos trabajar juntos para encontrar la verdad”.

Hablan de la ruptura con la familia. ¿Eso fue otro aspecto, más allá de su padre, que costó?

Ana Laura Gutiérrez: Está dividida, hay personas que no están para nada de acuerdo, pero igual no nos apoyan en esto ni ahí, pero no lo hablamos, entonces es como que lo llevamos bastante bien. Después tenemos otra gran parte de la familia que sí nos apoya, incluso tenemos primas que participan en el colectivo apoyándonos. El tema está dividido en la familia. Es entendible: ellos ni siquiera tienen la visión que nosotras teníamos.

Irma Gutiérrez: Y también está el tema del silencio, de romper los patrones de silencio de que las cosas vergonzosas en la familia no se hablan. A veces es muy complejo. No es tan fácil decirle a una persona de la familia: “Che, mirá que esto es así” y que pueda salir con toda la valentía del mundo a decir: “Esto estuvo mal”. No es tan fácil romper con una visión que uno tiene de un familiar al que ama.

Respecto del rol que tuvo su padre, ¿creen que era parte del pacto de silencio, o era un subalterno que no tenía tanta información y respondía a los altos mandos?

Ana Laura Gutiérrez: Creo que era parte de los dos, creo que él sí forma parte de un pacto de silencio porque incluso hasta lo último tenía grupos de camaradería que siempre andaban en la vuelta, y era personal subalterno que respondía órdenes, pero no sólo respondía sin cuestionarlas, sino que las apoyaba. Las veces que lo discutí con él, que fueron un montón, él defendía a capa y espada lo que había sucedido y defendía haber matado gente porque pensaba diferente. Esa fue una gran discusión que tuvimos: yo le planteé qué hubiese pasado conmigo si yo estaba en esa época, porque pienso diferente a él desde que tengo memoria. Entonces sí creo que él forma parte de las dos cosas, porque estaba en un lugar por el que pasaron muchísimas personas y no podía no enterarse de lo que estaba sucediendo ahí. Y aparte, creo que cumplió algunas órdenes.

¿De qué tipo?

Ana Laura Gutiérrez: No tengo idea, pero me las puedo imaginar porque, por ejemplo, en algún momento, y no recuerdo en qué contexto, escuché algún comentario de haber tapado los cuerpos con cal.

¿En qué momento?

Ana Laura Gutiérrez: Fue entre mis 15 y mis 20 años, en algún momento en que yo haya participado de una conversación con él, algo me acuerdo claro. Me acuerdo claro de que me contó alguna cosa de lo que pasó con Elena Quinteros. Alguna participación tuvo, no tengo claro cuál.

Irma Gutiérrez: Incluso, por lo menos yo, recuerdo que siendo niña, en una fiesta, conversando con un adulto pero con nosotras a su lado él dijo: “Por allá están los huesitos” y señaló hacia un costado. Pero siempre fueron mensajes vagos, nunca nada concreto. Siempre tiró ese tipo de cosas que supongo que para él eran graciosas, pero hoy las recordamos con escalofríos.

La relación no fue buena con su padre luego de todos estos cuestionamientos. Después de esto, ¿cómo las empezó a ver él a ustedes?

Ana Laura Gutiérrez: La necesidad tiene cara de hereje. Cuando él necesitó una mano y dependía mucho de nosotras, se aguantaba las discusiones. No le iba a soltar la mano porque él necesitaba de mi ayuda, tenía parkinson y estaba en una situación muy complicada, pero igual no me iba a quedar callada con respecto a lo que pensaba.

“Que Madres y Familiares nos reciba de esta forma es como un abrazo al alma y es la clara señal de cómo tenemos que hacer esto; tenemos que hacerlo todos juntos luchando para que se sepa dónde están, que el Estado fue responsable y todavía es responsable de darles respuestas a estos familiares”.

¿Cómo ven estos intentos de Cabildo Abierto y de ciertos grupos de instalar otro relato sobre lo que pasó en la dictadura e intentar plantearlo como algo alternativo al de Madres y Familiares?

Ana Laura Gutiérrez: Si quieren empezar a contar otro relato podrían empezar a hablar y esclarecer lo que todavía no se ha podido, entre otras cosas, porque muchas veces han dado información falsa. No sólo es terrible, sino que es una terrible señal por parte del gobierno que se apoyen este tipo de cosas, como por ejemplo que se declare el 24 de mayo el Día del Soldado Oriental, cuatro días después de lo que significa para todos nosotros la Marcha del Silencio. Te das cuenta de que se está queriendo generar una brecha que no existe, porque nosotras como hijas de represores fuimos bien recibidas por los hijos nacidos en cautiverio, entonces estamos hablando de hijos que vivimos la dictadura desde diferentes puntos de vista y así y todo podemos pensar en hacer camino juntos.

¿Creen que marchar este viernes será un mojón en sus vidas?

Irma Gutiérrez: Sí. Madres y Familiares también nos invitó a marchar junto con ellos y para nosotras fue de un orgullo tremendo porque hicimos este camino con un poco de miedo por las repercusiones. Que nos reciban de esta forma es como un abrazo al alma y es la clara señal de cómo tenemos que hacer esto: tenemos que hacerlo todos juntos luchando para que se sepa dónde están, que el Estado fue responsable y todavía es responsable de darles respuestas a estos familiares.

Ana Laura Gutiérrez: Nosotras venimos de marchar un 24 de marzo en Argentina en conmemoración del golpe de Estado con gente de ese país, en Chile, en Paraguay, y eso fue lo que nos dio el impulso de decir: “Hay que salir acá, hay que hablar, hay que dar la cara aunque cueste”. Compañeros de diferentes sindicatos ya han mostrado su apoyo, porque también en esto de que uno irrumpe así tampoco queríamos molestar ni ofender a nadie.

Era un poco de miedo, como decía Irma. Estoy convencida de que va a ser un mojón, y esperamos que a raíz de esto puedan surgir más desobedientes; es lo que nosotras queremos, que el colectivo acá se mueva. En Argentina y en Chile han hecho mucho por generar memoria, tener archivos, transmitirles a los niños lo ocurrido y hacer libros para que eso no se pierda. Creo que acá en Uruguay podríamos seguir ese camino y trabajar juntos por encontrar la verdad.