Algunas semanas atrás, la cartelería dispuesta por la Intendencia de Montevideo (IM), en la que se solicita a ciclistas que circulen a pie en determinados sectores de la rambla, despertó críticas y debates, especialmente por parte de los afectados. La reglamentación que establece que está prohibido circular por sitios destinados a peatones y que las bicicletas deben mantenerse junto al borde derecho de la calzada fue puesta en discusión y analizada en colectivos y redes sociales, donde, en líneas generales, fue valorada como una normativa obsoleta, que no se adecua a las necesidades de la sociedad contemporánea.

Una de las organizaciones que tomó visibilidad a partir de esto fue Ciudad Abierta, que se presenta en su sitio web como “un colectivo de personas que busca impulsar cambios en la ciudad” porque “el modelo actual no es ni sostenible ni disfrutable”. El equipo, integrado por ocho personas vinculadas a áreas como la arquitectura, el urbanismo y la economía, surgió en 2020, con el objetivo de generar proyectos y acciones para ejercer plenamente el derecho a la ciudad. Dos de sus integrantes, Tim Voßkämper, ingeniero en movilidad, y Luciana Machado, arquitecta y urbanista, conversaron con la diaria sobre sus búsquedas y perspectivas.

Un círculo vicioso

“Montevideo tiene un potencial enorme para ser una ciudad muy amable con la gente, con una movilidad muy sustentable”, asegura Voßkämper. El clima templado, las calles arboladas y los suelos poco empinados son cualidades positivas a la hora de pensar en la posibilidad de implementar sistemas de bicisendas, además de la cercanía entre los diferentes puntos de interés de la ciudad. Según el ingeniero, nuestra capital “tiene todas las condiciones porque es bastante densa en su centro”, y las distancias entre el hogar, el trabajo y los centros educativos son cortas, en un gran número de casos.

Estos factores favorables no están siendo aprovechados porque “la movilidad apunta totalmente hacia el auto”, desde los planos técnicos hasta los culturales. Los representantes de Ciudad Abierta explican que la tendencia demuestra que “todo el mundo quiere tener uno” y eso agrava situaciones que resultan desagradables y poco atractivas en materia de convivencia. El ruido, la contaminación y el exceso de tráfico terminan por repeler a los ciudadanos, que comienzan a mudarse a zonas periféricas –como Ciudad de la Costa– en busca de otra calidad de vida, pero continúan yendo al centro por trabajo. Así se genera un “círculo vicioso” que “agudiza el problema del cual huyen”.

Machado aclara que el planteo no se trata de una militancia en contra de los automóviles, sino que simplemente busca proponer alternativas e invitar a pensar modelos que les den paso a otras formas de trasladarse. El punto es “trabajar para la escala humana”, que significa pensar a la persona como “el centro y el usuario principal” de su territorio. Para lograrlo, es fundamental reconocer que el de la movilidad es “un problema interdisciplinario”, que requiere abordajes sociales, culturales y ambientales, desde varios puntos de vista.

Expandir

En 2021, el colectivo impulsó un proyecto de “pacificación” de la plaza Vladimir Roslik, que fue ganador del presupuesto participativo de ese año. El espacio ubicado en el cruce de las calles Emilio Frugoni, Charrúa y Yaro ha sido producto de disputas entre vecinos, por aglomeraciones, ruidos y molestias ocasionadas por la basura que queda luego de encuentros nocturnos. Aunque la plaza parece orientada a un público infantil, los protagonistas durante los últimos años han sido los jóvenes, quienes se refieren al lugar, en el que solían organizar fiestas, como “Cinco esquinas”.

Cuando Ciudad Abierta presentó su propuesta, ninguno de sus integrantes estaba al tanto de lo que sucedía en la plaza por la noche, al que definieron como “el problema fundamental”. De hecho, su acercamiento apuntaba a realizar determinadas mejoras pensando en los niños, cuyo campo de juego es muy limitado y resulta inseguro por su cercanía con el pavimento. Al principio, la idea era ampliar el espacio para esparcimiento a través de maceteros, bancos y pintura, así como expandir la plaza hacia la intersección de las calles. Luego de dialogar con los vecinos y los diferentes usuarios de la plaza, el colectivo también incorporó medidas para mitigar los conflictos, como iluminación menos cálida, y la reducción del espacio en la calle para los autos, desde los cuales acostumbran a conectar parlantes y poner música.

Según lo expuesto en su sitio web, el plan “se enmarca en el urbanismo táctico: una forma de generar cambios en las ciudades, a bajo costo, que luego se evalúan y pueden hacerse permanentes o revertirse”. Bajo esa premisa vienen trabajando con un equipo de la IM, que ha ofrecido algunas modificaciones en el diseño –entre las que destacan un homenaje a Vladimir Roslik, último asesinado de la dictadura–, con las que el colectivo se manifiesta a gusto. Más allá de los detalles de la implementación, Voßkämper y Machado hacen énfasis en la importancia de esta obra como un ejemplo de lo que debería ser una plaza: un espacio de disfrute, atractivo, del que la gente quiera vivir cerca, “fundamental para la sociedad moderna”.