Más allá de que queden “asuntos” y leyes por resolver, el senador nacionalista Jorge Gandini entiende que el tiempo que queda de administración de Luis Lacalle Pou al frente de Presidencia será “básicamente” de “gestión”. Y no sólo de los problemas internos, sino también de dirimir tensiones con sus socios en el marco de un año preelectoral como 2023, en el que los partidos –se espera– comenzarán a marcar más sus perfiles. Sin embargo, para el legislador es claro que “el proceso de construcción de una coalición es inagotable” y que funciona a la hora de tener en cuenta que hay “dos bloques”.

Coincidió en que los casos Marset y Astesiano son un “dolor de cabeza”, pero discrepa con que en esta última causa haya “negación” de aceptar los errores por parte del gobierno: “Veo la administración de un problema que está focalizado y que no involucra figuras” del gobierno.

De cara a las elecciones internas, Gandini dijo a la diaria que se debe apostar a una candidatura única que comprenda los ideales del wilsonismo para disputarle espacio al “luislacallismo”, y no descarta que pueda ser él, pero advierte que debe ser bajo un “conglomerado de agrupamientos” que hoy no está consonancia.

Una vez que se cierre la reforma jubilatoria, ¿cuál debería ser la agenda que debería tener el gobierno? Parecería que no la tiene, más allá de la reforma educativa que se implementará este año.

Estos años básicamente serán de gestión. Sin duda, la próxima Rendición de Cuentas va a contener cambios en la secuencia que los viene teniendo, pero es básicamente de gestión. Las grandes leyes están, el presupuesto quinquenal contuvo varias, la misma LUC [ley de urgente consideración], la reforma de la seguridad social y en gestión, ya en esta etapa, de la transformación educativa. Por supuesto, quedan leyes y asuntos por resolver, pero no son de este calibre de transformación.
Creo que va a haber leyes o iniciativas vinculadas a reformas impositivas de temas que se vienen y a los que Uruguay tiene que adaptarse. Creo que está pendiente un tema bien importante, que es lo que tiene que ver con la situación de los deudores y de todos aquellos que están con casi muerte civil en el Clearing.

¿Se debería agilizar cuanto antes ese proyecto?

Tenemos que encontrar una solución. En la forma como llegó al Senado tenía debilidades, pero conceptualmente el tema debe ser trabajado, debe tener alguna solución para el reenganche de miles y miles de trabajadores que han quedado afuera sin cambiar la regla de juego para el sistema financiero. Hay que encontrar el punto de equilibrio para el reenganche en la actividad económica de muchísima gente.
Está pendiente el proyecto de la personería jurídica de los sindicatos. Comprensiblemente Cabildo Abierto, por querer más, impidió esta solución. Pero tenemos una solución que estaba para votarse en el Senado, volvió a comisión, no se ha tratado más y es un tema que se debe resolver a la brevedad.
Con algunos cambios producto de la meditación más detenida, queda para resolver en Diputados el proyecto de reparación a las víctimas por razones ideológicas entre 1962 y 1976. Con un cambio que afine un poco más la redacción, ese proyecto tiene que salir.

¿Qué posición tiene sobre el proyecto de eutanasia?

Es un tema bastante más complejo. Uno se aproxima a él más desde lo religioso, lo filosófico o la experiencia vital, no así lo ideológico, y llega a distintas conclusiones. Estoy a favor de la eutanasia, pero no me convence la redacción que vino de Diputados, por lo tanto, es un tema que creo que da para seguir trabajando.

¿Comparte la idea de ir por una nueva LUC, como planteó su colega Sebastián da Silva?

No, me parece que ya está. El Parlamento tiene que terminar de procesar una cantidad de temas pendientes y las reformas son estas.

El último trimestre de 2022 del gobierno estuvo marcado por los casos Marset y Astesiano. ¿Se podría decir que son un dolor de cabeza para el gobierno?

Sí. Como todo dolor de cabeza no responde a causas profundas, no molesta, sino que distrae, incomoda y uno se lo tiene que sacar para seguir adelante.

Sobre el primer caso, luego de conocerse que el subsecretario del Interior, Guillermo Maciel, le dijo a la entonces subsecretaria de Relaciones Exteriores, Carolina Ache, que se trataba de un narcotraficante “pesado” y “peligroso”, uno puede concluir que se omitió información o que directamente se mintió ante el Parlamento.

El Ministerio del Interior dio una versión ajustada a lo que después supimos. Tuvimos alguna restricción de información por parte de la subsecretaría de Relaciones Exteriores, pero no responde ni a una mala intención ni a la decisión de no informar. Creo que no calibró, que esa información no fue debidamente valorada por Ache con la importancia política que el tema ha tenido. No lo fue en su momento y no lo fue en la propia interpelación, pero esas visiones también tuvieron consecuencias.

Usted dijo en la radio Carve que si Ache “hubiera sido blanca, hace rato que ya no estaba en el ministerio”. Con ese criterio, ¿no debería también renunciar Maciel, que tenía la misma información que Ache?

No, él informó, se preocupó.

¿Pero en el Parlamento no lo tendría que haber dicho?

En el Parlamento lo informaron, dijeron que mantuvieron comunicación con la cancillería.

Pero no dio el detalle.

No tenía por qué darlo. Lo valioso fue que habían mantenido comunicaciones sobre la peligrosidad de Marset y también aclararon que no había requisitoria, que no tenía antecedentes, por lo tanto no había ningún impedimento formal para darle el pasaporte. Estamos esperando que la Justicia actúe, y particularmente en el caso de Astesiano, en el que hay varias causas abiertas y nosotros respaldamos la función de la fiscal. Estamos esperando a lo que digan.

La oposición dice que hay “negación” por parte del gobierno sobre lo que tiene que ver con el caso Astesiano. ¿Qué reflexión le merece?

¿Qué más podríamos decir? ¿Cuál es la negación? El presidente admitió la situación, dio la cara inmediatamente, cosa que se le ha criticado porque no esperó un poco más para que los hechos transcurrieran...

Lo calificó de funcionario “intachable”.

Pero dio la cara, respondió todos los planteamientos de la prensa sin previo acuerdo de cuántos y quiénes preguntaban. Asumió el error. Tiempo después, cuando los datos fueron agregándose, remarcó que el error era más importante de lo que dijo al principio. No veo la “negación”, veo la administración de un problema que está focalizado y que no involucra a figuras de gobierno, pero que sucedió en el entorno del presidente. Eso es grave y esa gravedad se le ha dado, hemos levantado la mano cada vez que se ha convocado a las autoridades. Vinieron incluso quienes no tienen que rendir cuentas al Parlamento. Hemos tratado de darle la mayor transparencia.

Sobre la relación que mantenía Astesiano con las jerarquías policiales, el Frente Amplio también pide responsabilidades políticas. ¿Luis Alberto Heber no debería hacer un mea culpa?

Será porque no pueden pedir que renuncie [Jorge] Larrañaga, porque está fallecido. ¿Qué tenía que ver Larrañaga o Heber con esas vinculaciones policiales que traía de antes –en algunos casos– y de otras que conquistó a través de utilizar ese lugar que cualquiera que recibiera una llamada desde allí evidentemente iba a atender el teléfono en persona? Ahora, de esos pedidos, ¿surgen delitos? Eso es lo que importa. Yo le puedo mostrar mi celular y tengo cantidad de pedidos de gente que me pide lo que sea.
El tema es si hay una influencia directa en el poder que hace que un funcionario policial transgreda la normativa, eso puede ser un delito, pero lo fija la Justicia. Hasta el hueso con eso; si hay autoridades o jerarquías policiales que incumplieron el protocolo, tendrán que hacerse responsables.

El único que renunció fue el subdirector de la Policía, Héctor Ferreira. ¿Qué pasa con los otros dos jerarcas involucrados?

¿Por qué renuncia Ferreira?

Parecería que sólo por los insultos al senador Alejandro Sánchez.

No es un delito, pero me parece que el ministro le debe de haber dicho: “No puede integrar este cuerpo policial, con la jerarquía que usted tiene, si piensa de verdad esto”.

¿Pero Heber no tardó en pedirle la renuncia?

Tardó que se confirmaran todos esos hechos.

El chat con los epítetos ya se conocía.

Sí, estaba, pero en un medio de prensa. ¡Vamos! Tampoco es que sale en la prensa y es verdad. Para tomar decisiones que tienen ese calibre hay que confirmarlo. La prensa detonó una situación, el ministro la habrá confirmado, le habrá pedido que diera un paso al costado en tanto no es digno que integre las autoridades del cuerpo policial alguien que, aunque no haya hecho nada ni públicamente, piense que un senador merece esos calificativos.

¿Y qué ocurre con los otros dos jerarcas policiales?

Están en un impasse hasta que la Justicia diga algo. Tampoco es justo condenar a alguien por un hecho que no está probado.

El senador colorado Raúl Batlle dijo a Búsqueda que en el gobierno falta “coordinación”. ¿No hace falta una mejor coordinación entre los socios que, viendo el año preelectoral, comenzarían a desmarcarse de cara a la campaña?

Sí, claro. Es inagotable el proceso de construcción de una coalición. Está teñido por los hechos de cada día y por la necesidad de tratar temas de fondo, pero además está teñido siempre por las personalidades. Las personas tienen su carácter, su visión de las cosas. Articular en un Parlamento cuya función es parlamentar tantas personalidades de tantas visiones diferentes requiere una tarea de coordinación. Quizás la mayor dificultad para la coordinación pueda radicar en la natural falta de liderazgo de toda la coalición a nivel parlamentario. Eso es una ausencia que es muy difícil de suplir porque estamos en el mundo de los partidos. Es un trabajo que se hace permanentemente el tratar de coordinar. Cada vez va a ser más difícil. Somos cinco partidos políticos, competimos entre nosotros, acordamos, vamos a volver a competir entre nosotros y, por lo tanto, es natural que haya afirmación de perfiles porque se viene el tiempo electoral. Eso no quiere decir que la sustancia esté en peligro: la coalición ha funcionado.

“Si me lo proponen, estoy”, dijo cuando le preguntaron si sería candidato a la presidencia. ¿Lo ha meditado?

Sí, claro.

¿Está definido si será precandidato?

No, porque no hemos recorrido algunos aspectos. No están todas las cartas sobre la mesa, pero sigo creyendo que el Partido Nacional necesita en su menú una opción más progresista, popular y más wilsonista. No las tiene en las opciones que aparentemente se dibujan. Sigo creyendo que hay un espacio aún.

La interna parece definirse entre dos alas: herrerista y wilsonista. Sin embargo, Beatriz Argimón –posible precandidata también– dice que el partido hoy “no tiene aquellas líneas divisorias”. ¿Coincide en que estas dos alas no tienen diferencias ideológicas hoy en día?

Creo que las tienen. A lo mejor lo que Beatriz quiere decir es que esas corrientes hoy están muy confundidas, en tanto compañeros de claro origen wilsonistas integran las primeras líneas del presidente.

Justamente, ¿el wilsonismo debe despegarse del herrerismo? Esta ala parece comerse a ese otro espacio.

Hay un sector hegemónico en el partido, claramente mayoritario, que ahora se presentaría con dos candidaturas para polarizar dentro del mismo sector, por eso es necesario una tercera. No es una jugada de pizarrón o de tablero de quién debería, dónde debería pararse cada uno. Si el partido genera un liderazgo representativo de otra forma de pensar, con otros énfasis, va a ser más exitoso porque representará a más gente. Hay que ver si lo podemos hacer, si alguno de nosotros puede llenar ese espacio. Yo creo que sí.

¿El wilsonismo se debería encolumnar en una única candidatura?

Sería lo deseable [para el wilsonismo]. Lo deseable para la mayoría partidaria es que no fuera así.

¿Se puede dejar a libre albedrío esto de que cada sector wilsonista presente a alguien o sí o sí debería unirse?

Este es el partido de las libertades. Podría haber uno o muchos, el asunto es si nos ponemos de acuerdo en un camino común, si nos animamos a desafiar el poder que significa la mayoría del partido que controla la mayoría del gobierno y si además nos ponemos de acuerdo en quién representa esa corriente. Nada de eso es pequeño. Todas son cosas complejas.

Pero ¿hoy se está en consonancia con eso?

No, pero también es verdad que el tiempo para estarlo es el primer semestre de este año. Después se agota el tiempo, cada uno va tomando su camino y unos se irán a alinear con las corrientes que ya tienen candidatos encaminados y otros probablemente optemos por el camino de presentar una candidatura desafiante.

El intendente de Paysandú, Nicolás Olivera, dijo que “no hay nadie que encarne las ideas progresistas” en el Partido Nacional.

Comparto. No hay un liderazgo consolidado que se anime a plantear las ideas más wilsonistas. Hoy no lo hay.

¿Y ese podría ser usted?

Yo podría ser de un conglomerado de agrupamientos, digamos, antes de que lo conveniente priorice lo importante, lo que hay que hacer. Si hacemos eso, las ideas están, el asunto es plantearlas y cómo encontrarles un espacio en el debate partidario sin afectar al gobierno, porque ese es el punto de equilibrio cuando uno está allí. Es muy fácil plantear las diferencias y los matices y afirmar las identidades aunque generen problemas cuando uno está en la oposición, porque no tiene consecuencias. En cambio, cuando uno está en el gobierno, hacer eso puede lastimar la necesaria unidad del gobierno y, por lo tanto, hay un pretil finito por el que pasar. Hay que priorizar primero la gestión. El tiempo es un tiempo que todavía, para plantear una candidatura desafiante, no llegó.

¿Qué opinión te merece la posible precandidatura de Laura Raffo?

Legítima, con todo derecho. Laura estaría representando la estructura del herrerismo más ortodoxo, de Lacalle Herrera, de Heber, de [Gustavo] Penadés. Me parece hasta beneficioso para el partido tener una interna dinámica y atractiva. Me preocupan las consecuencias en el proyecto Montevideo y, por lo tanto, si bien por ahí se dice que no es momento de lanzar candidaturas, cuanto más se demore la candidatura de Laura en oficializarse, más se demora en consagrar formalmente el vacío que quedaría en Montevideo, que es un proyecto de mediano plazo que venimos trabajando todos. Eso implicaría llevar el reloj a cero y empezar otro plan. Creo que nos estamos quedando sin tiempo para elaborar ese otro plan.

En síntesis, debería esperar para ser candidata en Montevideo.

No, no. Me parece que es una idea que no tiene retorno, lo que pasa es que hay que formalizarlo para decir: “Bien, ¿entonces qué hacemos?”. Pongámonos a trabajar en qué hacemos. Mientras eso no se formaliza, tampoco nos ponemos a trabajar, pero ese es un efecto colateral que vamos a tener los montevideanos. Resolverlo bien influye en lo nacional.
Montevideo no es sólo la intendencia. Un partido fuerte en Montevideo también es octubre y noviembre en lo nacional.