“La mejor mamá del mundo”, dice la taza que le regalaron en el último Día de la Madre a Chela Valdez. A su lado, sobre el mueble aparador del living de su casa, reposa un retrato de su hijo, Luján Alcides Sosa, desaparecido el 23 de abril de 1977 en Buenos Aires. El joven, cantante de una banda, oriundo de Paraje Corralito, se había ido a vivir a Argentina con amigos en 1975, cuando apenas tenía 17 años. Era “un muchacho de campaña, chiquilín, chocho de la vida”, con la valentía suficiente para dejar José Enrique Rodó –el pueblo en el que su familia vive hasta hoy– e irse a conocer la ciudad.
“Nos escribíamos cada 15 días y cuando demoraba me pedía disculpas”, cuenta Valdez en conversación con la diaria. La mujer de 89 años no recuerda tanto de su partida como de su desaparición, pero asegura que nada de lo que sucedió era algo que considerara posible. Aunque luego de emigrar Sosa formaba parte del movimiento Montoneros, ni sus padres ni sus hermanos le conocían ningún tipo de militancia. “Yo lo que sabía es que cantaba lo que los folcloristas que se tenían que ir del país le cantaban a los pobres”, admite Enrique, su hermano. Fuera de eso, nada más. Cuando unos amigos de su hijo les avisaron que había desaparecido, la tristeza fue “impresionante” y “las lágrimas que desparramábamos eran lluvia torrencial”, relata Valdez.
Luego de vivir momentos de quietud, producto de la angustia –Valdez pasó dos semanas sin salir de su hogar–, llegaron los tiempos de búsqueda. Junto con Pichón, como llamaban al esposo de Valdez, fueron varias veces a Buenos Aires para hacer denuncias. Mientras tanto, las vecinas del pueblo les decían “a ese lo mataron los tupamaros” y otros que sabían un poco más, que fueran precavidos. “No podíamos ni abrir la boca, si no sabíamos nada. Había un vecino que era el más entendido, porque los otros vecinos eran toda gente de campo, que nos dijo: tengan cuidado, miren que esto es bravo”.
Aún sin comprender, se movilizaron y comenzaron a ir a las Marchas del Silencio, en las que Valdez siempre trata de “mantener la tranquilidad”. Para ella, son “fabulosas, una cosa impresionante, hermosa y muy linda”. Desde el año 2015, existe una Marcha del Silencio en José Enrique Rodó, que parte de la plaza ubicada en AFE y termina en el hogar de Valdez. Según cuenta a la diaria Sofía Chavasco, integrante del Colectivo Semillas, organizador actual de la manifestación, la iniciativa surgió con dos objetivos. Por un lado, “hacer resonar la pregunta ¿dónde están? en las calles del pueblo”, y por otro, que Valdez no tuviera que viajar a Montevideo para poder reclamar Verdad y Justicia.
“Sentimos la obligación moral de que cada año seamos más vecinos los que nos sumemos a la marcha y que acompañemos especialmente a Chela y a Enrique”, asegura. En 2022, la convocatoria aumentó con la participación de personas de Santa Catalina y Cardona, que llegaron al pueblo en una caravana de vehículos.
Chavasco cree que “hace quizás no muchos años se desconocía que en Rodó había un detenido desaparecido y que Chela, su mamá, vivía ahí y era vecina de todos”. En ese sentido, observa que “se ha generado una mayor concientización”. Por su parte, Valdez reconoce que “antes no había casi nadie” porque la gente “le tenía terror a los militares”, pero ahora la cosa ha cambiado y hasta se ha sorprendido de encontrarse con algunos vecinos. La de los 20 de mayo es una instancia que se disfruta mucho. “Todos vienen a besarnos. Está re bueno, a mí me da alegría esos momentos, porque lo estoy recordando a él”, dice.
Sueños
Dentro de la casa en la que terminará la marcha, la causa que ha marcado la vida de quienes la habitan se hace presente. Hay un cuadro con los ojos de Sosa en la pared del living, un ejemplar de A todos ellos en un rincón, y una remera que dice “Todos somos familiares” dentro del ropero. Afuera, el jardín está lleno de rosales.
Minutos después de terminar la entrevista, Valdez corta las mejores rosas para que se las lleven sus invitados. Minutos antes, miró al camarógrafo y le planteó: “A usted, que es grande, ¿qué le parece? ¿No aparecerá nadie? Yo siempre guardo una esperancita de que pudiera aparecer, porque yo sueño con todos (los fallecidos), tengo sueños muy lindos con la familia, pero no con él. Para mí no está muerto. ¿Qué te parece?”.
Luján Alcides
Luján Alcides Sosa tenía 19 años cuando lo secuestraron personas armadas, vestidas de particular, que se identificaron como policías. Con las manos atadas con alambre, lo llevaron a la pensión en la que vivía y le dijeron a su dueña que lo borrara del libro de huéspedes porque retirarían sus pertenencias y no lo verían más.
Si bien no hay testimonios de personas que lo hayan visto en centros de detención, existen dos hipótesis sobre el lugar al que lo pueden haber llevado. Primero se pensaba que estuvo recluido en un centro clandestino ubicado cerca de la calle Chiclana y Pomar, en Buenos Aries, pero luego apareció una foto suya en una muestra de fotos sacadas en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), que probó que estuvo ahí. Se presume que el retrato fue tomado en 1979, dos años después de su desaparición, razón por la que es posible pensar que pasó por más de un centro.
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