El coronel Hugo Arregui puso un revólver sobre el escritorio de Danilo Astori, en ese momento decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República (Udelar), y le preguntó dónde estaban las armas. Ese día, 28 de octubre, comenzaba la intervención de la Udelar y a partir de entonces el futuro ministro de Economía y Finanzas y vicepresidente de la República sería incomunicado y encarcelado por 54 días. Astori recordó esos momentos en conversación con la diaria, habló de sus vocaciones y de su firme intención de no abandonar el país.

¿Qué estabas haciendo el 27 de junio de 1973 cuando te enteraste de la noticia del golpe de Estado?

El 27 de junio yo era decano de la Facultad de Ciencias Económicas. Me habían designado aproximadamente un año antes, en 1972. Seguramente ese día dormí en la facultad.

Porque si bien las instituciones universitarias fueron incorporadas al golpe después del 27 de junio –la intervención de la Universidad fue el 28 de octubre de 1973, seguramente lo hicieron un poco después porque no tendrían con quién reemplazar a los que expulsaban–, en esas circunstancias pasamos varios meses sintiendo la amenaza de que algo vendría. Y como muchas veces nos rodeaban en el edificio central de la Universidad –porque ahí estaba Ciencias Económicas– nosotros estábamos muy atentos a lo que se estaba insinuando que iba a venir y no vino hasta octubre.

En aquellos días teníamos el presentimiento de que algo muy malo iba a pasar, de que le iba a pasar algo muy malo a la Universidad. Nos rodeaban a veces con fuerzas armadas como para decir “Aquí estamos y en algún momento vamos a hacer algo”. Además de tener el temor que inspiraba el golpe de Estado, yo muchas noches dormía en la facultad porque temíamos que pasara algo cada uno de esos días que transcurrieron.

Ese día, puntualmente, ¿te acordás cuando recibiste la noticia?

Sí, un impacto tremendo. Estamos hablando de una de las experiencias más trágicas, más dolorosas y negativas que tuvo el país en toda su historia. Hay que tener también un poco de contexto para explicar esto, porque Uruguay venía muy mal desde mediados del siglo XX, Uruguay no crecía, y cuando un país no crece, obviamente se agudizan los conflictos.

Eso exacerbaba por supuesto los ánimos, y durante ese período previo al golpe de Estado esa crispación, ese enfrentamiento, esa dureza en la confrontación por temas de la sociedad que no mejoraban fue paulatinamente generando condiciones de violencia, de agresión a los derechos humanos, sobre todo consecuencias muy malas para los más débiles, en materia de represión, de muerte, de tortura. Fueron años de muertes de estudiantes que precisamente se inscriben en ese proceso de creciente violencia que vivía el país. Y así se fueron creando las condiciones para que naciera el golpe de Estado de 1973.

¿Cuáles son tus recuerdos de ese día, en qué momento te dieron la noticia?

Bueno, de mañana temprano, y todavía tengo en la mente esa foto tremenda en la que el general Gregorio Álvarez y el general Esteban Cristi, al frente de diez o 12 jerarcas militares, ingresan al Palacio Legislativo y caminan por el salón de los Pasos Perdidos como diciendo “Aquí estamos, esto es nuestro, lo vamos a gobernar nosotros, se terminaron todas las instituciones que ustedes tenían al respecto, ahora mandamos nosotros”. Si me preguntás qué me impresionó más, fue levantarme y escuchar la noticia, que, vamos a entendernos, yo la esperaba en cualquier momento.

¿Te imaginabas un proceso que duraría 12 años? 

No, no me imaginaba un proceso que duraría 12 años. Sí me imaginaba un proceso brutal, muy agresivo. Recuerdo el día que llegaron a mi despacho, a decirme personalmente como decano de la facultad que estaba no sólo fuera de mi cargo, sino que la facultad pasaba a estar en la órbita de mando y de conducción de los militares. Entró un señor cuyo nombre recuerdo todavía, el coronel Arregui, me puso un revólver arriba de mi mesa y me dijo algo así como “Bueno, se terminó, ¿dónde están las armas?”. Le dije “Aquí no hay armas”, por supuesto, y después de un dialogado de ese tipo, de agresión permanente y de postura muy dura contra nosotros, ya salí para la cárcel directamente y no volví. Y por supuesto, a la salida de la cárcel quedé afuera de todo lo que había tenido en la facultad, de mi actividad, y obviamente de mi cargo de conductor de la Facultad de Ciencias Económicas. Y naturalmente, siguió un largo período de prohibición del ejercicio de mis facultades en esa institución. Ahí quedé afuera de toda posibilidad universitaria y busqué otras maneras de seguir estudiando y haciendo investigación, pero en la esfera privada y en la esfera internacional.

Esta acusación respecto a la tenencia de armas en los edificios universitarios era algo reiterado por la dictadura como una manera de legitimar la intervención de la Universidad. 

Exactamente. Era uno de los fundamentos que tenía la intervención, al menos en la Universidad, y supongo que deben haber utilizado el mismo procedimiento de sometimiento de otros organismos con el mismo argumento: “Ustedes ocultan armas, dónde están las armas, aquí estamos nosotros para dar vuelta esta situación y hacernos cargo de la conducción de estas instituciones”.

¿Podrías contarnos sobre los momentos que estuviste en la cárcel?

Estuve 54 días, totalmente incomunicado, sin posibilidad siquiera de ver un familiar. Todos los universitarios que ese día, el 27 de octubre de 1973, fuimos invadidos en nuestras instituciones por el poder militar, permanecimos en la misma situación los 54 días, sin ninguna posibilidad de contacto con la realidad. Y obviamente, nos iniciaron un juicio militar. Yo estuve unos tres o cuatro años sometido a indagatoria militar por los juzgados militares de la época. Tenía que cumplir obligaciones, ir una vez por semana a la Jefatura de Policía a hacer demostración de mi presencia en el país.

¿Dónde estuviste recluido?

La primera noche estuve en un cuartel de Caballería, y luego en Cárcel Central.

¿Estaban todas las autoridades universitarias recluidas allí?

Todos los decanos, algunos profesores de notoria influencia docente y universitaria... no me acuerdo de quiénes integraban el conjunto total de universitarios encarcelados, pero digamos que estaban todos los decanos y alguna autoridad de la universidad destacada por su labor. Y también estuvimos compartiendo esa situación con algunos compatriotas que sufrieron mucho más que nosotros después.

Me acuerdo de que al lado de mi celda –y conversábamos todos los días, nos dejaban conversar a través de la celda– estaba Manuel Liberoff, que luego se contaría entre los lamentablemente desaparecidos en la Argentina. Me acuerdo que cuando se fue, cuando se lo llevaron, mejor dicho, me dijo... tengo fresca la última frase. “Me voy a tomar una copa en tu honor en el avión”, me dijo Liberoff cuando se iba. Nunca más lo vi.

Volviendo al 27 de junio y a los días posteriores, ¿había voluntad de resistencia, había ilusión de que el golpe se iba a poder resistir?

Voluntad de resistencia, sin ningún tipo de duda. La sociedad a través de sus organizaciones –organizaciones culturales como la universidad, pero también organizaciones sociales de la producción, como los trabajadores organizados– inmediatamente dio una muy valiente y confiable respuesta de voluntad de enfrentar a la dictadura y derrotarla. Obviamente, no había pronósticos en cuanto a cuándo se lograría un objetivo de ese tipo, pero sí una voluntad absolutamente clara de confianza en el pueblo uruguayo para salir de esa situación lo antes posible.

La huelga general es un hito histórico en Uruguay, tan histórico como lo fue el golpe de Estado, y demostró que en el alma de gran parte de la sociedad uruguaya existía la voluntad de justicia, de tolerancia, de construcción de una sociedad pacífica y justa, y eso desde el principio no dejó dudas para nadie en el Uruguay. Obviamente, en filas de los opresores, de los dictadores, había civiles también, pero eran una minoría escandalosamente chica.

Existieron, hicieron daño, fueron incluidos en instituciones de gobierno –en el Consejo de Estado, en algunos ministerios, en las intendencias– pero era la parte chica desde todo punto de vista del pueblo uruguayo. Chica por la ausencia de valores humanos, o la presencia de antivalores humanos, y al mismo tiempo por el escasísimo volumen que tenía ese conjunto de la población uruguaya. Uruguay tenía en el alma de su pueblo los valores de la libertad, de la justicia, y fueron los que le dieron fe al pueblo uruguayo para derrotar a la dictadura.

Y en ese período, desde el golpe hasta la intervención de la Universidad, ¿te acordás cómo se desarrollaban los cursos? Porque me imagino que debe ser complejo dar un curso en ese contexto.

Los estudiantes vivían con nosotros todo ese proceso de gestación (de la dictadura) primero, veían con sus propios ojos y sentían con sus propios miedos esos meses de amenaza que teníamos, con rodeos del edificio, y por supuesto eran conscientes de lo que estaba pasando en el Uruguay. Yo diría que un volumen predominante del alumnado estaba no sólo al tanto del verdadero sentido de lo que estábamos sufriendo, sino con un sentimiento de rechazo importante.

¿La Universidad de qué manera colaboró con la huelga general y con la sociedad en general en ese momento?

La Universidad apoyó, entre otras cosas, tomando contacto a diversos niveles con el pueblo uruguayo para informar y sobre todo discutir los significados que tenía el proceso de deterioro creciente que experimentaba la sociedad uruguaya. Una de las cosas a las que la gente de la Universidad contribuyó, y muchísimo, fue precisamente a compartir con el pueblo uruguayo las razones de lo que estaba pasando, qué tipo de fenómeno social estaba pasando, que podría venir a pasar. Y naturalmente discutir conductas, comportamientos. Me acuerdo que fue la época en que después de salir de la cárcel, yo por ejemplo, daba charlas en parroquias, muchas charlas en parroquias, porque no había otro lugar donde hacerlas para tener un mínimo de seguridad. Y al terminar las charlas me acuerdo que nos quedábamos un ratito en el zaguán de la casa mirando para los dos lados a ver si no surgía alguien que nos arruinara la jornada.

¿Qué receptividad tenían de la gente en esas charlas?

Muchísima. No sólo receptividad en términos conceptuales, muchísima también en términos de presencia. La gente estaba, y poco a poco se animaba a incorporarse presencialmente a charlas de este tipo. Porque también fue un proceso en el que hubo que ir acostumbrándonos todos a que eso lo teníamos que hacer para prepararnos para lo que sería una época mejor en el país.

¿En algún momento pensaste en irte del país?

No, jamás. Y no sólo no pensé en irme del país, sino que durante mucho tiempo tuve que dar clases y cursos de capacitación en prácticamente toda América Latina, porque vivía de eso, no tenía otro ingreso, y jamás se me pasó por la cabeza que mi vida podría pasar alguna vez por la ausencia del país. Al contrario, trabajaba para que no ocurriera eso, exactamente al revés.

Estuve un tiempo bastante largo dando clases para la Cepal y recorrí toda América Latina. Yo soy economista, me encanta la economía, descubrí que era lo que me gustaba gracias a grandes maestros que tuve en el pasado, porque entré a la facultad sin tener la más mínima idea de lo que estaba haciendo, cuando era muy joven, tenía 16 años. Y luego de comprobada esa vocación por la economía, mi principal objetivo, desde el punto de vista de la profesión que tengo, es la docencia. La docencia es lo que más me ha gustado en toda mi vida, es algo que siento muy adentro.

¿Por qué te quedaste en el país?

Yo quería estar acá, ni soñaba con irme de Uruguay, jamás. Soñaba en buscar siempre nuevas formas de no tener que irme del Uruguay. La persecución que hizo de mí la dictadura fue una persecución que me permitió trabajar de esa manera y decidir quedarme en el país. Si me hubieran perseguido con más fuerza, con amenazas para mi familia y para mí, a lo mejor tomaba otra decisión, pero no tuve esa dificultad y pude quedarme.

¿Cuáles dirías que son las principales enseñanzas que nos debería dejar el proceso de la dictadura como para no volver a repetirlo?

Que más allá de las diferencias que tenemos de ideas –hoy hay claramente dos visiones sobre el país que son muy distintas, la visión del gobierno y la visión de la izquierda, fundamentalmente representada por el pensamiento del Frente Amplio–, nunca debemos permitir que esas divisiones se transformen en enfrentamientos crispados que nos lleven a la violencia y al compromiso y destrucción de las instituciones democráticas. Aprendamos de esa lección y sepamos que siempre hay que estar listos a discrepar, a actuar distinto si hay que actuar distinto, pero cuidando ese tesoro que tenemos los uruguayos que es la democracia y la fortaleza de nuestras instituciones. Yo creo que esa enseñanza no la podemos perder nunca.