“Hogar es donde quiero estar”. Los versos de David Byrne son, tal vez, la mejor definición de ese espacio: el hogar, el nido humano. En Montevideo, hoy, unas 4.000 personas están donde no quieren estar: viviendo y durmiendo sin techo o en algún refugio, atravesados por la violencia institucional. Según el último relevamiento hecho por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en agosto de 2023 a personas en situación de calle, hay casi la misma cantidad a la intemperie (1.363 personas en 958 puntos relevados) que en refugios o centros nocturnos (1.365), un total de 2.758 personas.
Entre quienes estaban durmiendo a la intemperie, los varones eran mayoría (89%); promediaban los 39 años de edad y hacía una década que estaban en situación de calle.
El motivo principal para empezar a dormir en la calle es la ruptura de vínculos: esto le pasó al 43% de las personas (el relevamiento no hace distinción de género). Cuando se profundiza en los motivos de esta ruptura, un tercio tuvo que dejar la casa por separarse de la pareja con la que convivía, otro tercio fue echado de la casa sin recibir ningún tipo de apoyo y 6% fue víctima de violencia. Los otros motivos “para terminar en calle” son las adicciones (35%), la insuficiencia de ingresos o la pérdida de trabajo (15%), la pérdida de un familiar (14%) y ser víctima de violencia (3%).
De esos miles de conciudadanos que están en la calle, una treintena viven (duermen, se bañan, cocinan, comparten un mate, ideas, proyectos, discusiones) en lo más cercano a un lugar al que querer llegar al final del día (o donde querer amanecer): en las casas comunitarias o colectivas cedidas por el Mides a los colectivos Ni Todo Está Perdido (Nitep) y Vilardevoz para que los propios integrantes las gestionen. La casa de Vilardevoz se inauguró en julio de 2023 en el centro de la capital (arriba del espacio cultural La Nave de Les Loques) y las dos a cargo de Nitep funcionan en Cordón y en Malvín desde fines del año pasado.
También, desde octubre de 2020, funcionan unos 24 contenedores en el Complejo Instituto General Artigas como un sistema de viviendas autogestionadas para 48 personas en situación de calle. En cada contenedor viven hasta dos personas; dos varones o dos mujeres. Como María Rubí, que estuvo en calle y en refugios de mujeres, que pasó por la experiencia de una de las casas colectivas de Nitep (para probar dónde se sentía más cómoda) y actualmente vive en un contenedor, sin concubina por el momento.
Rubí recuerda el primer día que quedó en la calle desde un encuentro que creyó excepcional y pronto descubriría que era moneda corriente. Ella salía de una situación violenta que se había hecho muy larga y esperaba en puerta a que le asignaran un cupo para dormir en un refugio. Era también el primer día de esa niña que estaba a su lado y que la conmovió cuando le dijo: “Estoy feliz. Recién salí del INAU [Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay]”. Tenía 18 años y pensaba sustentarse vendiendo unos dibujos. Las niñas adolescentes que salen de INAU son carne fresca para la cacería.
El aire es libre, la calle no. Las mujeres (jóvenes y mayores) que salen cada mañana de un refugio a boyar durante nueve o diez horas por la ciudad se saben observadas. Los varones parecen estar a la caza del corazón solitario. Conocen los horarios de entrada y salida y las siguen. Saben que muchas acaban de salir del INAU y pueden tener dinero ahorrado del peculio.
Estar sola es duro. Y un cuerpo feminizado es un territorio en disputa y a conquistar. “Los moscones están a la orden del día. He conocido tantos casos” –dice María–. “Saben que tenés unos pesos, te conquistan para que les pagues y compartas una pieza en una pensión, te deja embarazada y, cuando ya no tenés para la pensión, el tipo sigue su vida o va a esperar a otra que salga…”.
Considerando estas particularidades, las integrantes de Nitep armaron un grupo de mujeres y disidencias como un “lugar amigable” donde encontrarse, hablar sobre las violencias machistas que sufren a diario y pensar estrategias y proyectos para construir otra forma de habitar el mundo.
En un mapeo que hizo Nitep en 2021 sobre recorridos diarios y achiques de personas en situación de calle en el Municipio B, se destaca que las mujeres jóvenes circulan mayormente de Tres Cruces a la Aduana, entre Cordón, Centro y Parque Rodó, mientras que las mujeres mayores se animan a llegar más hasta la rambla de Barrio Sur, pero evitan la Aduana y, en cambio, circulan más por Aguada, a través de la avenida Libertador. Gran parte de esas vueltas son puntos donde hay comedores u otros lugares donde conseguir alimentos o ropa para vender en la feria; vueltas en hospitales para sacar turno para los médicos; vueltas al consultorio jurídico para denunciar violencia de género. “Uno tiene los piques. Cuesta, pero hay que poner fe también, no es que te va a venir todo de arriba”, dice una entrevistada del mapeo.
Rubí cuidó de esa muchacha hasta donde pudo. Supo que la había empezado a perder cuando la vio con un noviecito en la rambla. Supo que él la podía engatusar. Con los años, la chica parió dos hijas (“una se la dejó a una hermana y la otra no me acuerdo a quién”). La última vez que la vio, estaba embarazada y esperaba en la puerta de Aleros. “Debe haber terminado en el consumo”, dice un poco resignada.
“Nadie sale de su propia casa a menos que la casa sea la boca de un tiburón”, cita de memoria Susana a la poeta keniata Warsan Shire. Es la metáfora precisa para señalar que la violencia de género es una causa central para que las mujeres pierdan su casa para salvar su vida y la de sus hijos”.
Como no es un caso aislado, el grupo de mujeres y disidencias de Nitep quiere crear cuanto antes una tercera casa colectiva que sea sólo para mujeres, pensada especialmente para recibir a jóvenes recién egresadas de centros de protección de INAU. Para que no vuelvan a la calle ni estén atrás de un cupo en un refugio, perdidas en la calle, manejándose con desconfianza y temor. “Son niñas” –remarca Rubí–. “No tienen familiares. Cualquiera que te dé un abrazo, alguien que te acompañe, que te haga una invitación, enciende una chispa”.
Fiorella Ciapessoni, docente del Departamento de Sociología y de la Unidad de Extensión de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad de la República (Udelar), pionera en estudiar con perspectiva de género a la población en situación de calle, ha remarcado en seminarios y publicaciones tres asuntos vinculados que subyacen al inicio de estas trayectorias: “La violencia temprana, la violencia basada en género y la institucionalización prolongada”.
Cuerpo, mi casa
“Nadie sale de su propia casa a menos que la casa sea la boca de un tiburón”, cita de memoria Susana, compañera de María en Nitep, a la poeta keniata Warsan Shire. Es la metáfora precisa para señalar que la violencia de género es una causa central para que las mujeres pierdan su casa para salvar su vida y la de sus hijos. Dice una entrevistada en el mapeo de Nitep: “Yo abrí la causa de nuevo porque él está preso por otra situación. Él cumplió dos años por lo que hizo y tiene que cumplir 20. Tiene ocho causas conmigo: copamiento, intento de homicidio con agravante, coacción, incendio de finca, premeditación, y a los 17 días lo encontraron con la llave de la casa para terminar el trabajo para matarme y me encerró en el baño. Estuve cuatro horas encerrada, desmembré una puerta de chapa del baño. Por eso te digo, no estoy porque me gusta. Yo rechazo muchísimo los refugios. [...] Fui derivada del hospital por la psiquiatra. Fui derivada con permanencia”.
Mariana, otra integrante de Nitep, que vive en una de las casas colectivas, dice que “la situación de la mujer que desgraciadamente cae en calle tiene muchos desencadenantes. En mi caso nunca esperé que me ocurriera, pero, por un tema de salud mental, cuando me divorcié se me hizo muy difícil trabajar y cuidar a mis tres hijos. Aunque tenía vivienda propia en el Cerro y no consumía, tuve que abandonarla porque los narcos coparon mi casa. Me quedé sin trabajo y llevé a mis hijos con mi madre y tuve que habitar calle. Estuve tres noches durmiendo en Tres Cruces hasta que alguien se acercó y me ofreció llevarme a un refugio nocturno para que descansara. Ese hombre me enseñó a sobrevivir en la calle, cuido de mí y evitó lo que nos pasa a la mayoría de nosotras: que abusaran sexual, psicológicamente o emocionalmente. Antes, la mayoría de los refugios eran nocturnos, se demoraba unos tres meses en conseguir permanencia; mientras tanto recorríamos las calles con nuestros bolsos, de una punta a otra de la ciudad, sin tarjeta Mides ni merenderos. A las más jovencitas se les hace muy difícil no ejercer la prostitución. Intentás trabajar en otras cosas, pero cuando saben que estás en situación de calle no te toman”.
“Es muy difícil también permanecer limpia, conseguir un baño, cuidar tu salud” –sigue Mariana–. “Tu familia no entiende la situación y te da la espalda. Llega un momento en que tienes que optar por vestirte como hombre o depender de él. La fuerza de voluntad va mermando y la ayuda no llega”.
¿Cómo hacemos de nuestro cuerpo esa casa a habitar donde sólo entren quienes nosotras queramos? Que sea un espacio tan único e individual como abierto y colectivo, en la medida en que queramos abrir esa puerta. Cómo hacerlo si nos sabemos observadas y juzgadas por lo que hicimos, hacemos o dejamos de hacer. Por participar en el colectivo o dejar de estar. Por opinar o por callarnos.
Entre la potencia de Deleuze y la tristeza que asoma rápidamente cuando recuerda que murió su mamá, Susana recuerda cuando “casi” quedó en la calle en 2020 y se sumó a Nitep: “Les pregunté por Facebook si podía ir a la casa donde se juntaban en ese momento a llevarles pan casero y me dijeron que ¡sí!”, dice a Habitar en la oficina de la Unidad de Extensión de la FCS de la Udelar donde acaba de terminar la reunión del grupo de mujeres y disidencias de Nitep. Desde entonces, Su –como le gusta que la llamen– es parte del colectivo, con sus preguntas sobre la autoridad, sobre la libertad, con su necesidad de nombrar las violencias y a los violentos, con un mate tibio y una fruta en la mochila que ofrece compartir.
¿Qué es una casa?
“El mundo es absurdo, pero tu casa que es chiquita podría ser lógica”, les digo a Rubí y a Su que decía el arquitecto argentino Roberto Livingston. Y agrego “chiquita, lógica y cálida”.
Sigo con Livingston porque piensa las casas como procesos, no como objetos, y porque escribió que una casa “se compone de adentro y de afuera, es decir, de texto y de contexto”, y que “esa es su principal diferencia con un departamento”. Rubí lo confirma de inmediato: dice que esa es la razón principal por la que prefirió seguir viviendo en el contenedor en Camino Maldonado, en el Complejo Artigas: “Cuando estoy con mucha carga hago un poco de jardín y se me pasa”.
“Tenemos que tener una casa con un jardín hermoso”, aspira Su, y aclara enseguida: “Una casa no es un hogar. Hogar es donde nos criamos y nos fuimos. La casa es algo propio, es proyecto, es, en todo caso, el hogar que queremos hacer”.
En la casa colectiva donde vive Mariana hoy son nueve personas, cada una con su habitación. Comparten baños, duchas, cocina y comedor. Es un espacio mixto. “Algunos compañeros no soportaron el cambio y tuvieron que abandonar el proyecto” –cuenta a Habitar–. “Seguimos trabajando y decidiendo las reglas de convivencia entre quienes habitamos la casa: no consumo, no violencia, no robos, respeto mutuo y tolerar diferencias”.
“Una de las cosas que se nos ha hecho más difícil es la convivencia de género y el diálogo” –sigue–. “El machismo está demasiado presente. Y no hemos hallado una forma eficaz de desarticularlo. Es un desafío diario que esperamos dé frutos para quienes vienen detrás”.
Otro problema de las casas colectivas, señalado por integrantes de Nitep y las técnicas que las acompañan, es que siguen “condicionadas a ciertos parámetros que ponen las instituciones” rectoras de políticas públicas como el Mides.
Para visibilizar la precariedad y la falta de vivienda para todas las personas, desde Nitep lanzaron la campaña “Cuando nos ves, ¿nos ves?”, con el objetivo de conocer de cerca a quienes solemos saltar o esquivar en las veredas y en las puertas de nuestras casas y edificios. También quieren retomar el diálogo con la Federación Uruguaya de Cooperativas por Ayuda Mutua para fomentar la construcción de viviendas cooperativas para colectivos organizados de personas que viven en la calle. Para que todas puedan abrir una puerta y decir este debe ser el lugar.
Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.