Antonio Andrés Pueyo es un psicólogo catedrático de la Universidad de Barcelona y director del Máster en Psicología Forense y Criminal de esa casa de estudios. Esta semana estuvo en Montevideo y ayer brindó una conferencia denominada “Nuevos recursos y técnicas para la prevención de la violencia sexual”, actividad organizada por el Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología. Antes de la actividad, la diaria habló con él sobre su visión del fenómeno de la violencia en general.
Existe una percepción de que vivimos en sociedades que son cada vez más violentas, ¿esto es realmente así?
La percepción sí, pero la realidad es que no, si consideramos a la violencia como un fenómeno en el que sumamos todos los tipos de violencia. Realmente las sociedades son cada vez menos violentas, hay menos guerras, ya no existen las torturas generalizadas, pero lo que sucede es que hay nuevos fenómenos que han emergido y que han hecho más próxima a la violencia: la violencia de género, la interpersonal, la intrafamiliar, y eso hace que tengamos la percepción de que la violencia ha aumentado. Claro que en algunos países y en algunos períodos lo ha hecho realmente, pero son situaciones muy puntuales. En general, hay un declive de la violencia a nivel mundial.
La violencia es parte del ser humano desde el inicio de los tiempos; sin embargo, su estudio científico tiene aproximadamente 30 años, ¿por qué piensa que se tardó tanto tiempo en abordar el tema?
Los fenómenos humanos son muy difíciles de abordar para la ciencia. De hecho, se hace la distinción entre las ciencias puras, que se ocupan de los fenómenos de la naturaleza, y las ciencias sociales, que se ocupan de los fenómenos sociales. A veces el hombre está, como organismo vivo, como entidad biológica, en las ciencias duras, y como ser social, en las ciencias sociales. Lo que sucede es que hasta ahora no ha habido una gran unificación en la que se entienda que cualquier fenómeno humano tiene determinantes naturales y determinantes culturales y una parte de él es susceptible de análisis científico. Particularmente, en la medida en que se buscan respuestas eficaces a los problemas humanos, las ciencias tradicionalmente más duras se han ocupado de estos fenómenos. Es un problema de historia de la propia ciencia, de la posibilidad de estudiar científicamente, por ejemplo, el libre albedrío, la empatía, la representación mental de los otros. De hecho, la psicología ha permitido hacer este nexo para poder estudiar conductas de los humanos con técnicas que se pueden aplicar a cualquier organismo. Y la violencia, claro está, es una de estas conductas.
En la prevención de la violencia sexual, ¿Qué técnicas se pueden utilizar?
Hay buenas estrategias. Las primeras tienen que ver con el desarrollo de técnicas de tratamiento para que los agresores sexuales no reiteren su conducta delictiva. Ese sería uno de los grandes campos en los que se ha avanzado, en programas penitenciarios, comunitarios y, de alguna manera, esa es una de las puntas de lanza en la investigación a nivel de los delincuentes sexuales. Estas técnicas preventivas han tenido resultados concretos, particularmente en el mundo anglosajón, donde ya llevan muchos años de trabajo y se han observado descensos en el porcentaje de reincidencia de los delincuentes sexuales. Los programas se implementan dentro de las penas que se han puesto a los agresores sexuales. Normalmente lo que hacen estos programas es oscilar entre una intervención grupal de tipo psicoterapéutico, a veces de tipo formativo, educacional, y también de entrenamiento de habilidades sociales de autocontrol. Estos son cursos, entre comillas, que los internos hacen en prisión durante seis meses o un año, que básicamente lo que pretenden es cambiar las condiciones, las actitudes y la tolerancia hacia la violencia sexual, regular las reacciones más impulsivas y, por supuesto, reconocer el delito en la medida en que ese es un elemento que es capaz de disuadir a la persona de repetirlo. Ese es un tipo de tratamiento que se aplica a un delincuente sexual estándar, pero podemos tener variaciones muy sustanciales, desde un maestro de primaria que ha abusado sexualmente de un estudiante hasta un agresor sexual serial que mató a dos víctimas. Hay muchos agresores sexuales que básicamente son delincuentes en un sentido amplio y otros que son más enfermos que delincuentes, entonces es muy importante saber distinguirlos entre sí. Así los programas se ajustan a cada persona, pero en el fondo a lo que se apunta siempre es al cambio de la persona, para que desista de tener ese comportamiento en el futuro.
De acuerdo a los estudios científicos, ¿qué avances hay en la identificación de riesgo vinculados a los diferentes tipos de violencia?
Básicamente en lo que se ha avanzado desde los años 90 hasta el momento es en ayudar a los técnicos mediante protocolos y guías a que eviten los sesgos que producen los juicios de los profesionales. Por ejemplo, si una adolescente acude a la Policía a denunciar que fue abusada sexualmente durante una fiesta, los policías seguramente crean que eso es posible, pero si la chica dice que su padre abusa de ella desde que tenía seis años y el padre es alguien reconocido socialmente dentro de una comunidad, en ese caso la duda va a tener mucho mayor peso. Entonces, de lo que se trata es de realizar un trabajo lo más objetivo y técnico posible, porque los sesgos pueden llevar a tomar decisiones erróneas. Y se ha avanzado mucho en ese camino. Por ejemplo, si una persona tiene un riesgo de cometer cierto delito, hay que mirar ciertas cosas; de alguna manera, no creer todo lo que dice, sino sacar lo relevante de una manera adecuada. La idea es capacitar y derribar prejuicios.
¿Y específicamente sobre violencia de género?
Hay tres grandes cosas para responder cuando se habla de violencia de género. En primer lugar, el femicidio, que es lo más grave, desde que hay registros se mantiene estable. La violencia grave, la que hace, por ejemplo, que las mujeres terminen hospitalizadas, con lesiones, se está reduciendo en aquellos países donde se está trabajando intensamente contra la violencia de género. Por ejemplo, en España, los asesinatos de mujeres han descendido, pero, en cambio, el número de personas presas por violencia de género ha aumentado muchísimo. Y eso se nota. Pero también ha habido un aumento de la violencia que puede catalogarse como menos grave, que se produce, por ejemplo, en el caso de las mujeres que dentro de un matrimonio perciben que su pareja les hace peticiones que no son correctas. Eso ha aumentado. También han aumentado las denuncias por violencia psicológica leve y la percepción de las mujeres de que son maltratadas. Por lo tanto, podemos decir que lo leve ha aumentado, la violencia grave se ha reducido y los femicidios, al menos en España, se mantienen estables. Pero yo soy optimista en relación a la reducción de la violencia de género. Este optimismo se basa en tres cosas: una gran concientización por parte de las mujeres acerca de qué es ser víctima de violencia, que antes no existía. En segundo lugar, creo en la gran intervención social que hay, y en tercer lugar, en la eficacia de esa intervención social. Si eso no reduce la violencia de género, yo creo que no tenemos solución y estamos desenfocando el tema. Es impensado concebir que en las sociedades modernas que han hecho todos estos esfuerzos para combatir la violencia de género va a haber la misma violencia o que sea aun mayor de la que había en el pasado. No tiene sentido.