Ignacio Acuña es doctor en psicología argentino y trabaja en la Universidad Nacional de Córdoba. Está en Montevideo y mañana a las 17.30 dará una conferencia en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, en la que abordará algunos aspectos del cerebro adolescente que contribuyen a explicar cómo es su toma de decisiones y su tendencia a involucrarse en conductas riesgosas.
¿A qué edad se completa el desarrollo cerebral de una persona?
Hay bastante evidencia proveniente del campo de las neurociencias, que sostienen que el desarrollo no se completa hasta los 24 o 25 años. Es aproximadamente a esa edad que la corteza prefrontal, el lóbulo prefrontal, detrás de la frente, se termina de desarrollar. La funcionalidad de esa zona del cerebro no termina de consolidarse hasta entrados los 20. Esa parte del cerebro, que es la que nos distingue de los otros mamíferos con un sistema nervioso central complejo, es la que se encarga de integrar toda la información necesaria que nos da la posibilidad de vivir en sociedad. Es la que nos permite controlar los impulsos, tomar decisiones adaptadas a los objetivos que persigamos y actuar de acuerdo con el contexto en el que nos encontramos. Ahí es donde empieza a ser importante considerar la evidencia que aporta la psicología como disciplina especializada en el desarrollo y la conducta de las personas, y también las neurociencias.
De todas maneras, el nivel de desarrollo cerebral que tienen los adolescentes no se corresponde con la inteligencia.
No, para nada. A los 16 o 17 años los adolescentes ya son capaces de tener un razonamiento lógico formal. Son capaces de hipotetizar sobre posibles consecuencias de determinadas acciones, sean propias o no, pero es ahí donde empieza a ser interesante lo que aportan algunos modelos actuales de estudio sobre cómo se desarrolla el cerebro durante la adolescencia. Estos modelos plantean que el cerebro se desarrolla en dos tiempos distintos, en forma asimétrica; es lo que se denomina “sistema dual”. Por un lado, se desarrollan las estructuras cerebrales encargadas del razonamiento lógico formal, es decir, lo que clásicamente podemos pensar como inteligencia. Entonces podemos tener claro que los adolescentes de 17 años son totalmente conscientes de sus actos y de las consecuencias que estos tienen. Pero, por otro lado, hay una parte del cerebro, a la que podemos denominar como más vieja desde el punto de vista evolutivo, áreas que son más antiguas desde el punto de vista filogenético, que se desarrollan mucho antes: son las estructuras cerebrales encargadas de procesar las recompensas emocionales, lo que iría por fuera de lo que estrictamente consideramos racional. La parte más lógica vendría a ser un área más fría del cerebro, mientras que otra más cálida, vinculada a lo emocional, comprende estructuras más básicas, que están ubicadas en partes más profundas del cerebro y que se desarrollan antes. Como estas áreas se desarrollan antes, tienen mayor primacía e influyen más en las conductas de los adolescentes. Naturalmente, los adolescentes son más reactivos al estímulo que representa lograr esas recompensas emocionales, por lo que van a actuar en consecuencia a pesar de que son capaces de analizar las consecuencias de sus acciones. Si vos le preguntás a un adolescente de 17 años si está bien mantener relaciones sexuales sin la protección adecuada te va a decir que no, porque tiene claro que en el caso de una relación heterosexual puede tener como consecuencia un embarazo y en el caso de cualquier tipo de relación, sin importar la orientación, puede conllevar la infección con una enfermedad de transmisión sexual. Ahora, llegado el momento, si ninguna de las dos personas involucradas en esa relación sexual tienen protección, probablemente esos adolescentes ante la disyuntiva de seguir el impulso de tener relaciones o demorar la satisfacción de ese impulso, seguramente tengan la relación igual. Lo que sucede es que son capaces de razonar las consecuencias lógicas de sus actos, pero les cuesta más inhibir esos impulsos porque las estructuras cerebrales encargadas de procesar las recompensas son muy fuertes en comparación con aquellas que tienen la capacidad de controlarlas.
La estructura cerebral de los niños está menos desarrollada que la de los adolescentes; sin embargo, no suelen asumir conductas riesgosas. ¿Cómo se explica esto?
Sobre ese punto hay estudios que comparan la capacidad de tomar decisiones de niños, de adolescentes de 16 o 17 años, y de jóvenes de 24 o 25 años. Los resultados de estos estudios han encontrado un patrón que es como una letra U: las decisiones que toman los niños se parecen mucho a las que toman los jóvenes más grandes, mientras que en la parte más baja de esa U están los opciones riesgosas que toman los adolescentes. Lo que sucede es que el modelo de desarrollo dual del cerebro que mencioné anteriormente hace que las hormonas tengan mucho efecto en las áreas del cerebro encargadas del procesamiento emocional, mientras que las áreas de procesamiento cognitivo tienen una evolución más lineal con el paso del tiempo. Esto hace que el empuje hormonal de la adolescencia influya mucho en la toma de decisiones. Más allá de esto, los niños tienen mucho menos libertad para tomar decisiones y para involucrarse en decisiones riesgosas. La autora británica Sarah-Jayne Blakemore plantea que la adolescencia es un conjunto de períodos sensibles en el que el cerebro está especialmente preparado para determinado tipo de estímulos y que, a diferencia de los períodos sensibles de la niñez, en esta etapa son los propios adolescentes quienes tienen la libertad de elegir a qué se exponen y a qué no, y eso es lo más riesgoso de esta etapa de la vida. De todas maneras, hay que considerar que a lo largo de la historia de la humanidad nuestro cerebro ha evolucionado para perpetuar la especie, con un fin adaptativo. Entonces, si en nuestro cerebro experimentamos determinadas conductas de riesgo en un período muy particular de la vida, se podría pensar que eso tiene un fin que en algún punto nos beneficia como especie. Si los adolescentes no tuvieran el valor para arriesgarse y salir a conocer y explorar el mundo, muchas funciones se verían seriamente afectadas desde el punto de vista biológico. Las conductas de exploración y de riesgo de los adolescentes son necesarias y también son normativas, porque se dan en todas las culturas, por lo que tienen un fin adaptativo para conocer el mundo.
Más allá de que se trate de un proceso natural, ¿considera que sería bueno que se entrene de alguna manera a los adolescentes para que puedan tomar mejores decisiones?
Cualquier acción que considere que los adolescentes naturalmente van a tener una tendencia a tomar riesgos, y que parta de eso y no de una acción restrictiva, es positiva. Cómo desarrollar esas estrategias es probablemente un muy buen desafío que tenemos los psicólogos, los educadores, para asistir a quienes desarrollan políticas públicas para que esas decisiones sean lo más eficientes posibles. Por ejemplo, en el tema del alcohol, que está socialmente muy aceptado y cuyo consumo es común entre los adolescentes, una política restrictiva no va a ser efectiva, pero lo que sí sería bueno es desarrollar estrategias para que los adolescentes consuman mejor. Con la sexualidad sucede lo mismo: no se puede proponer la castidad, sino dar una adecuada educación sexual con un buen acceso a métodos anticonceptivos y métodos de autocuidado. En ningún caso la prohibición es la salida para luchar contra las conductas que se pretende desalentar, y mucho menos en el caso de los adolescentes, que naturalmente van a confrontar. La ciencia tiene mucho para decir sobre el desarrollo y puede aportar en la instrumentación de políticas públicas. A nosotros, a los que tratamos de hacer ciencia, nos corresponde ser mejores comunicadores de los resultados que obtenemos en nuestras investigaciones, pero también necesitamos ser escuchados por aquellos que toman las decisiones para poder llegar a un buen acuerdo de estrategias de intervención.
¿En qué medida influyen los diferentes contextos –familiares, educativos, de pares– en las decisiones que toman los adolescentes?
Uno siempre toma decisiones de acuerdo con el contexto social en el que se encuentra. Hay estudios hechos en adolescentes que muestran diferentes respuestas en un simulador de manejo. Cuando están solos en ese simulador cometen determinada cantidad de infracciones o de faltas, mientras que si están en compañía con otros adolescentes cometen más faltas, hacen cosas que no harían solos, y si en el simulador están con el padre o la madre cometen significativamente menos infracciones. Queda claro que el contexto influye mucho en las decisiones. Otro factor, que es algo más profundo, tiene que ver con los contextos socioculturales de los que provienen los adolescentes; hay contextos que generan mayor vulnerabilidad con respecto a determinados patrones de comportamiento. Lo que estoy haciendo actualmente en mi trabajo posdoctoral es investigar cómo el nivel socioeconómico del que provienen los adolescentes influye en la toma de riesgos. Pero no considero sólo el nivel objetivo, que está determinado por el nivel de ingreso, sino también aquel que surge del lugar en el que uno cree que se encuentra, lo que se denomina “estatus social subjetivo”. Aparentemente hay muchos estudios que indican que esto último, el estatus social subjetivo, importa más que el nivel que objetivamente la persona tiene desde el punto de vista socioeconómico. Volviendo al consumo de alcohol, es un fenómeno que se da en todas las jerarquías sociales, tanto en los estratos más altos como en los más bajos. La pregunta que estoy tratando de responder ahora es por qué tanto entre los más pobres como en los niveles económicos más altos hay adolescentes que consumen y otros que no lo hacen. ¿Qué los diferencia? Probablemente la percepción del estatus social subjetivo sea la respuesta. Intentamos buscar evidencias para saber qué variables de la personalidad, del contexto, de la relación con los padres y con los pares son las que están empezando a modular ese tipo de diferencias que se dan objetivamente en todas las jerarquías sociales.