Hasta hoy estuvo en Uruguay Maria Aparecida Affonso Moysés, médica pediatra e investigadora, profesora en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Estadual de Campinas, en el estado de San Pablo. Su trabajo se centra básicamente en las áreas de medicalización del comportamiento, evaluación cognitiva, aprendizaje y desarrollo. En el marco de su intensa agenda, el jueves de noche Affonso Moysés brindó una conferencia en el Centro Educativo Vaz Ferreira, ubicado en San José de Carrasco, dejando en el gélido aire de la Ciudad de la Costa algunas preguntas y también muchas respuestas.
En el comienzo de su exposición, denominada “El lado oscuro de la dislexia y el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDH)”, la brasileña se centró en la dislexia y en su definición técnica, que establece que se trata de un problema neurológico. Al respecto dijo: “Esta definición está alejada de la lógica y la racionalidad médica”, a la vez que criticó, además, los tests mediante los que se diagnostica esta dolencia, por carecer completamente de fundamento. “Todas las pruebas para el diagnóstico de dislexia se realizan con lectura de lengua escrita. Eso no es un diagnóstico. No se puede hablar de una enfermedad neurológica que únicamente afecte la lectura de lengua escrita y que se diagnostique únicamente mediante la lectura de lengua escrita. Los criterios en medicina para definir un resfrío son más precisos que los que hay para diagnosticar un caso de dislexia”, sentenció. “No estoy diciendo que no haya niños con dificultades para aprender, pero de ahí a decir que 20% de los niños tiene dislexia hay una diferencia muy grande. Somos rehenes de un discurso que dice que los niños con dificultades de aprendizaje no pueden aprender, que tienen una enfermedad, y en ese momento los niños dejan de llamarse Pedro, Juan y María y pasan a ser disléxicos, pero eso no puede ser así. Hay que ver de qué manera pueden aprender estos niños para así poder enseñar. Las soluciones para los problemas del aprendizaje son pedagógicas”.
Más adelante la brasileña se centró en el TDH, y también cuestionó el método que se utiliza para su diagnóstico. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por su sigla en inglés), versión IV, elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, ha considerado un grupo de 18 síntomas clínicos para definir el trastorno por déficit de atención con hiperactividad únicamente en base a síntomas relatados por el individuo o sus padres, que son evaluados por un especialista. “No hay ningún estudio de ningún tipo, ni mapeamiento cerebral, ni ningún otro examen que muestre esto, sólo el cuestionario”, dijo Affonso, y afirmó que “en el fondo de esto lo único que hay son normas sociales transformadas en un discurso no científico sino cientificista que se hace pasar por un análisis neurológico. Y lo que me asusta es cómo los médicos pueden creer en esto. Antes esta clase de diagnóstico se hacía en personas de hasta 18 años, pero después la industria farmacéutica vio que había un montón de mercado cautivo y así aparecieron los diagnósticos de TDH en adultos, que se realizan con un cuestionario similar al de los niños”.
La brasileña se adentró en lo que denomina “proceso de medicalización y de patologización de la vida”. Se trata de un proceso discursivo y lingüístico que toma los problemas colectivos y los transforma y presenta como problemas individuales. “‘Usted tiene un problema, preferentemente biológico, usted es distinto, por eso tiene que tomar esta píldora’. Este es un problema más grande de lo que pensamos. Además, se expande rápidamente, porque todas las instituciones quedan exentas de responsabilidad, entonces 30% de una clase tiene problemas de aprendizaje y se dice que es una cuestión individual. Esto no puede ser así, no tiene sentido. Se confunde tristeza con depresión, está prohibido llorar. Esto es la patologización de la vida. No podemos hablar de epidemia de trastornos mentales sino de epidemia de diagnósticos de trastornos mentales”.
Luego la especialista profundizó en el uso del metilfedinato, un medicamento que comercialmente suele venderse con los nombres de Ritalina y Concerta, y que se administra cada vez con más frecuencia a los niños diagnosticados con TDH. “El metilfedinato es un estimulante del sistema nervioso central que tiene el mismo mecanismo de acción que las anfetaminas y la cocaína”, explicó Affonso. “Aumenta la concentración de dopamina, que es un neurotransmisor asociado a estímulos placenteros. El metilfedinato aumenta artificialmente la concentración de dopamina y, al igual que otras drogas, provoca dependencia química y presenta reacciones adversas, no daños colaterales. No hay efecto terapéutico, sino que esta droga disminuye los focos de atención; por eso los niños parecen estar más concentrados en las actividades escolares. Pero los riesgos de consumir metilfedinato son enormes, porque está estudiado que los niños y adolescentes que consumen esta droga tienen mayor hipertensión, más arritmia, mayor tasa de suicidios y mayor probabilidad de tener brotes psicóticos que aquellos que no la consumen”. “Ningún niño debe recibir metilfedinato”, contestó la brasileña ante la pregunta de la diaria sobre si sería una droga aconsejable en algunos casos.
Sobre el final Affonso dejó un mensaje claro: “Todos los niños necesitan ser atendidos en sus necesidades para que puedan ser felices, no para que sean productivos. Pero hoy vivimos en una sociedad que estandariza, homogeiniza y somete a todos y las normas impuestas que patologizan la vida, y en esta sociedad quien no se somete es captado químicamente. Es de esto de lo que estamos hablando y contra eso tenemos que unirnos para luchar. Necesitamos enfrentar el proceso de medicalización promoviendo la formación de profesionales de la salud y la educación, y la creación de políticas públicas dirigidas en ese sentido”.