El hospital Vilardebó tiene los días contados; así lo determina la Ley de Salud Mental, que establece que para 2025 deben estar cerrados los sanatorios y los hospitales psiquiátricos. Hace cinco meses que el psicólogo Gonzalo di Pascua dirige este hospital; entiende que tendrá un tiempo limitado para trabajar, pero tiene propuestas que apuntan a una rehabilitación alternativa, más cerca del mundo del trabajo y más lejos de la medicalización. la diaria conversó con él sobre sus planes a futuro, la evaluación que hace sobre el estado actual y cómo se puede mejorar la calidad de vida de más 300 personas que a veces tienen al hospital como hogar y al personal como familia.

El año pasado se comenzó a reglamentar la Ley de Salud Mental, pero no hubo mucho cambio. ¿Cómo ves esa falta de avance?

La ley es muy importante, porque toma la salud mental como parte integral de la salud de los ciudadanos. Hemos tenido muy pocos avances en concreto; todavía no se han abierto las casas de medio camino o residenciales, pero sí se finalizó la primera etapa de selección de las 50 personas que ya están en condiciones de egresar e ingresar a los dispositivos que se estarían inaugurando este año: las casas de medio camino y los hogares asistidos. Creo que en esto el sistema de salud está corriendo de atrás.

¿Cómo se eligieron esas personas?

Con asesores internacionales y de la dirección de Salud Mental de ASSE [Administración de los Servicios de Salud del Estado], se elaboró un formulario para la selección de pacientes que releva toda la situación: su internación, su realidad social –que incluye el contacto con la familia– y su situación jurídica.

50 parece un cupo chico para todos los usuarios del hospital.

Teniendo en cuenta que la población del Vilardebó es de más de 300 pacientes, uno puede pensar “qué poco”; pero teniendo en cuenta que es el inicio de un proceso, ya es mucho. Van a quedar camas disponibles en el hospital, y es bueno: no queremos que se llenen enseguida. Hay personas que no tienen que estar en el hospital. Este es un hospital de agudos: después de estar compensada, una persona debería volver a su casa o a un dispositivo que lo contenga mucho mejor. Y eso no se está dando, porque no tienen esas redes a las que acudir.

¿Qué proyectos tienen para el hospital?

Tenemos varios proyectos, en un continuo que apunta a que el usuario pueda recorrer un camino hacia su vida independiente. Lo primero fue tratar de fortalecer los equipos en cada área y luego retomar algunos proyectos que estaban medio pinchados. Uno de ellos es el hospital de día. Ya está todo pronto para que este año empiece la refacción de un terreno en el predio del hospital. También está el centro diurno –como el que está en Sayago, que el año pasado ganó un premio de buenas prácticas en salud mental–, que permite a los pacientes que están en sala y a los que ya egresaron tener actividades durante el día. A lo largo de los años, hemos pensado los dispositivos psicoterapéuticos relacionados principalmente con el arte o las manualidades, y eso es sólo una parte.

¿Cómo serían esos dispositivos?

Con el centro diurno, y con todo el hospital, en realidad, apuntamos a que haya un proceso de rehabilitación hacia afuera, más relacionado con la construcción de ciudadanía, que la persona que viene al centro diurno pueda armar un proyecto de vida, realizable y sustentable. Para eso, es fundamental que tenga herramientas para el trabajo, porque es complicado salir de hospital después de tanto tiempo de deterioro y no tener ni una herramienta laboral para insertarse en la sociedad. Muchas veces, la patología mental tiene mucho que ver con problemas sociales que llevaron a la persona a encontrar esa salida para sobrellevar la realidad que le tocó.

¿Qué proyectos van a tener ese eje ocupacional?

Vamos a trabajar en el centro diurno con el MEC [Ministerio de Educación y Cultura], para reactivar la usina cultural, y a empezar una intervención con el Programa de Respaldo al Aprendizaje, para ayudar a las personas en el armado de sus proyectos futuros. Por otro lado, estamos trabajando en la iniciativa de la huerta. Acá ya hay una, pero estamos haciendo un proyecto interinstitucional público con la Intendencia de Montevideo, la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República y ASSE, para activarla y que en el futuro sea autosustentable. La idea es que ex usuarios se anoten para trabajar, con un sueldo, y los pacientes de sala puedan enfocar su recuperación desde otro lugar, trabajando la tierra; hacer un hospital de puertas abiertas a la comunidad. Yo creo que se puede.

Hablás de dispositivos alternativos, pero el principal tratamiento sigue siendo la medicalización. ¿Qué opinás de eso?

Tengo una cabeza muy interdisciplinaria; trabajamos con psiquiatría todo el tiempo. Con la medicalización no tengo ningún problema, pero no podemos seguir centrando la recuperación del paciente en la medicalización. Está estudiado y se puede ver en el trabajo, con pacientes en la clínica particular: las personas bajan su medicación en la medida en que tengan espacios psicoterapéuticos que no sean sólo con medicación. Eso no quiere decir que la persona no necesite la medicación en ciertos períodos de su vida. Se ha evaluado que los efectos de la rehabilitación psicoterapéutica relacionada con lo comunitario son positivos para que la persona no dependa tanto de la medicación y se apropie de su vida. Creo que el Vilardebó tiene que transitar hacia procesos de rehabilitación mucho más centrados en el usuario, entender que lo psicoterapéutico y lo médico van de la mano, y que uno no está por encima del otro, sino que la rehabilitación de esa persona se construye en equipo.

Estas iniciativas laborales no son reales actualmente en el hospital, donde la mayor parte del tiempo los usuarios no tienen nada para hacer.

Es difícil. La idea es ir implementándolo de a poco. Hay muchos espacios de ocio, aunque tampoco es la idea llenarlos de actividades sin sentido. El hospital tiene ese problema de falta de actividades porque en su origen fue un hospital de agudos. Hoy por hoy, hemos reactivado ciertas actividades de rehabilitación.

Ya hay iniciativas que tienen un camino recorrido, como la Radio Vilardevoz. ¿Qué relación tenés con ellos?

He tenido un acercamiento bien interesante con la radio en estos meses. La radio forma parte de este dispositivo terapéutico de rehabilitación que estamos viendo de armar junto con el centro diurno, el hospital de día, las salas, las puertas de emergencia, la internación asistida; todo eso en un continuo junto con la radio, porque es parte del hospital. La radio ha avanzado mucho en una línea de participación social de los usuarios, y eso es también lo que queremos fomentar. Esto es parte de la salud centrada en el usuario: que pueda decidir qué está bueno y qué no. Es algo en lo que, en Uruguay y en el mundo, no se ha avanzado mucho. Se tiende a estigmatizar la patología y no ver a la persona desde el lugar de sujeto de derecho que sabe lo que quiere y necesita, y que si no lo sabe, hay que ayudar a que lo construya.

Hay muchos pacientes con problemas de adicción, y son ellos quienes tienen menos actividades en las que participar.

Es difícil. Tenemos muchas personas con trastornos mentales y con alguna historia de problemas con el consumo de sustancias: mucha pasta base y cocaína; incluso la marihuana y el alcohol son problemas bien fuertes. Estamos trabajando con la Junta Nacional de Drogas para ver cómo podemos abordar el tema de las adicciones en el hospital. No podemos trabajar el trastorno mental con la adicción.

En 2018, los pacientes judicializados eran cerca de 40% en el hospital y se buscaba disminuir esa cantidad. ¿Cómo está esa situación?

Seguimos igual. Hay una mesa de diálogo en la que participa la directora técnica. Ahí se avanza en desinstitucionalizar a personas que están en ese núcleo duro del 40%, pero sigue siendo mucho. Yo creo que en la época moderna los leprosarios de antes terminaron siendo los manicomios. Todo lo que no queremos ver como sociedad está acá adentro; así está pasando con los judiciales. Lo digo desde un lugar muy autocrítico, y con los costos que pueda tener: hay personas internadas acá por situaciones judiciales; pero muchas veces, si uno lee y conoce el expediente, se da cuenta de que es lo que nosotros no queremos ver.

¿Están acá para que no estén en otro lado?

Exactamente, porque en otro lado molestan. Sin duda, la locura tiene que ver con lo que es disonante de lo normal, pero tenemos que ver que detrás de eso hay una persona. Los funcionarios también conviven con eso y han tratado de hacer lo mejor posible con lo que tienen. Lo que plantea la ley con los dispositivos de salud mental en los hospitales generales y la red va a ser bueno. Pero hay que trabajar mucho en nuestra sociedad para que esos dispositivos acepten la salud mental como parte de la salud de las personas.

¿Cómo trabaja el hospital con las personas que ya tienen el alta, pero siguen internadas por orden del juez?

Es muy difícil, porque exponen a otros usuarios a situaciones que no pueden sostener y a los funcionarios a situaciones para las que no están preparados. Son momentos tensos. Hay personas que tienen el alta médica, que no tienen ninguna patología de salud mental, y hay personas que sí la tienen y hay que tratarlas. Eso genera algunos problemas en los que los funcionarios tienen que interceder y mediar, contener. A veces se comen ciertos garrones desde lo físico.

El año pasado, cuando un usuario judicializado se incineró, se dijo que tomarían medidas para vigilar a estos pacientes. ¿Qué se hizo?

Se trabajó mucho más en la vigilancia, pero esa situación se escapó de las manos; no fue responsabilidad de ningún funcionario. Se sigue con los controles y se reforzaron los protocolos, porque evidentemente había algo que mejorar.

¿Cómo se trabaja el vínculo afectivo entre los funcionarios y los usuarios que pasan tantos años en el hospital?

ASSE atiende a la población más vulnerable y vulnerada del país. Además, estas personas con alguna patología mental generalmente vienen atravesadas por unas vidas tremendas, en las que lo familiar hizo algo que las dañó, en las que lo cultural y lo social las dañaron; sufrieron un montón de privaciones en la primera infancia, que es el momento en el que se forma la persona. En esos casos, muchas veces la familia es el hospital. Desde lo técnico, todas las personas que trabajamos en el hospital tratamos de contenernos a nosotros mismos y entender que el hospital se convirtió en la familia de los usuarios, pero tenemos que prepararlos para la vida independiente.