¿Cómo repercutieron los cambios causados por la pandemia de covid-19 en los trabajadores de la salud? En medio de la gran confusión que se vivió en marzo de 2020, Fany Malvárez, psicóloga que trabaja en la Red de Atención Primaria de Maldonado de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), y Emiliano Olmedo, practicante de Psicología, resolvieron indagar las vivencias experimentadas por el personal de la salud. A través del convenio entre ASSE y el Programa de Practicantes y Residentes de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, diseñaron una encuesta que estuvo disponible en la web para ser autoadministrada y completada de forma anónima entre el 15 de abril y el 31 de mayo de 2020. Recogieron 121 respuestas de trabajadoras y trabajadores de la salud de diferentes puntos del país (71% era de Maldonado), del ámbito público y privado, y de los tres niveles asistenciales. Los resultados los presentaron el jueves 11 y fueron transmitidos por plataformas del Colegio Médico del Uruguay.

La enorme mayoría de las respuestas (80%) fueron de mujeres; respondieron integrantes de áreas de enfermería (28%), medicina (27%), psicología (18%), administración (10%) y, en menor proporción, de trabajo social, obstetricia y psiquiatría, entre otras. En diálogo con la diaria, Malvárez comentó que el área de la salud es mayoritariamente femenina, aunque hay mayor presencia de varones en los mandos superiores.

Cambios en la dinámica laboral

En función de las respuestas, los investigadores agruparon los cambios en el lugar de trabajo en dos categorías: cambios de infraestructura –dentro de los que incluyeron la separación de áreas asistenciales, las pautas de circulación y el reacondicionamiento de espacios físicos– y reorganización del trabajo, que incluye los cambios en relación con los recursos humanos, la aplicación de protocolos sanitarios, la disminución del trabajo presencial, el incremento de la atención virtual y el mayor distanciamiento físico, entre otros aspectos. 80% respondió que los cambios “mayormente” habían sido “adecuados/positivos” para trabajadores y usuarios, 12% pensaba que “mayormente” no lo habían sido y 7% dijo que no sabía.

“El cambio en la forma de atender desajustó muchísimo todo lo que tenía que ver con las rutinas”, comentó Malvárez. A la falta de contacto físico con los pacientes y la suspensión del trabajo con la comunidad en áreas del primer nivel de atención se le sumó la distancia física con sus compañeros.

La semana siguiente al 13 de marzo los trabajadores de la salud debieron comenzar a aplicar nuevas normativas y protocolos a medida que iban saliendo, “uno atrás del otro, lo que generó una gran incertidumbre y miedo en el personal”, explicó la psicóloga. Se le añadió, además, otro nivel de complejidad: el cambio tardío de autoridades en muchos servicios de ASSE y unidades departamentales, que hizo que durante algunos meses siguieran siendo liderados por cargos de confianza del gobierno anterior, que ya estaban “con un pie adentro y otro afuera”. Eso también generó incertidumbre.

Según Malvárez, a aquel primer período de la pandemia le siguió “un acostumbramiento”, aunque siguió desestabilizando el énfasis en el uso de pautas para la protección personal y la exacerbación de la higiene.

Sensaciones y repercusión fuera del trabajo

La encuesta pidió una breve descripción de “sentimientos, pensamientos, sensaciones” que las y los trabajadores identificaran como efecto de la pandemia. “Incertidumbre”, “miedos” fueron los términos más usados (en 18% y 15%, respectivamente); 24% respondió que lo que más le afectó fue el “agotamiento diario” (24%) y los sentimientos de angustia (19%). “La ansiedad, la inestabilidad, el nivel de estrés, la sensación de incapacidad… algunos se cuestionaban si estaban haciendo las cosas bien y no tenían respuesta de autoridades, lo que hizo que se sintiera desorientación”, dijo Malvárez. “El agotamiento diario fue lo primero que apareció y la angustia, alteración del humor e irritabilidad, que generan roces a nivel vincular; la afectación de la capacidad de trabajar, de la concentración y la motivación para trabajar también se vio mucho”, agregó.

39% de las personas encuestadas respondió que el trabajo estaba afectando sus relaciones familiares. “La preocupación desbordó el ambiente laboral y se derramó a otras esferas”, apuntó la psicóloga. “La sobrecarga laboral y la preocupación hacen que se desdibujen los límites entre lo laboral y otras dimensiones: me voy del trabajo pero sigo pensando en el trabajo, en si voy a contagiar a mi familia, o sigo pensando en los pacientes, si hice bien o no, si este protocolo estuvo bien hecho; eso movilizó muchísimo”, detalló, y señaló que en esos casos se afectó la disponibilidad emocional para con la familia. Todo esto se vio trastocado, además, con el cambio de rutinas, con la recomendación del “quedate en casa” y el distanciamiento de vínculos sociales y familiares por temor al contagio.

No todas las manifestaciones fueron negativas, y esto para los investigadores fue un hallazgo: “Hay gente que reconoce cuando hay un equipo con el que se siente en confianza y con el que puede construir lazos de solidaridad, y eso hace que la angustia se pueda canalizar de otra manera”, expresó Malvárez, y mencionó como ejemplo el personal de enfermería, que se sintió contenido por su equipo y constató que “los compañeros estaban para apoyar, escuchar y alentar”.

Cuidado y autocuidado

A los investigadores les llamó la atención que sólo la tercera parte del personal de salud respondiera que había identificado la necesidad de solicitar atención en salud mental por los efectos de la crisis sanitaria. “Esto también es significativo: qué pasa con el reconocer que uno también necesita ayuda. El personal de salud es el que primero tiene que ayudarse a sí mismo; sin embargo, se pone un poco afuera y la dimensión del autocuidado se pierde”, reflexionó Malvárez.

De los encuestados, 41% respondió que su lugar de trabajo no contaba con dispositivos de atención en salud mental para el personal y 14% dijo desconocer si existían, mientras que 45% dijo que sí tenían en su servicio o en otro accesible.

El desborde manifestado por las personas encuestadas y la fortaleza que señalaron quienes sintieron el apoyo del equipo muestran, para la psicóloga, “la necesidad de contar con espacios en los que se pueda poner en palabras la angustia”. Según Malvárez, esta necesidad se evidenció con la crisis sanitaria, pero no es nueva: “El personal de salud no cuenta con espacios para sí mismos en el lugar de trabajo y desde la gestión del servicio, no solamente cuando hay un problema, sino como forma de trabajar que tiene que ver con el autocuidado y el cuidado de los equipos”. Para esto se necesitan cambios institucionales, y que la gestión de los servicios destine espacios en las agendas de los trabajadores para mantener reuniones de equipo, no sólo para hablar de los pacientes. Malvárez propone reuniones “para adentro, para pensarse, para ver cómo se sienten y evitar situaciones de malestar o de burnout, o serias dificultades vinculares entre los compañeros de trabajo que terminan generando grandes dificultades que no se resuelven, con lo que la gente se empieza a licenciar, a somatizar; que sean cosas que se puedan solventar, solucionar o prever y no llegar a estos extremos”, explicó.

Entre otras cosas, a Malvárez le preocupa la negación del sufrimiento y que la exigencia y la autoexigencia puedan afectar la capacidad de autocuidado. Citando al filósofo Byung-Chul Han, aludió a la “autoexplotación del trabajador”, que se da cuando “el sujeto se autoimpone mayores exigencias como mecanismo de ‘autorrealización’”, lo que puede terminar en el síndrome del burnout, expresó la psicóloga en la presentación.