La Emergencia del sanatorio Casmu está ubicada en la esquina de las calles Asilo y Agustín Abreu. El movimiento es agitado en casi toda la cuadra, lo que se puede esperar de un centro de salud en contexto de pandemia –más aún en la situación actual–: hay ambulancias emergencias móviles en la puerta, prontas para salir, y personal de salud de aquí para allá. Dos enfermeros se mueven rápido y van pidiendo permiso para trasladar a una mujer con covid-19 en una camilla que lleva cubierta transparente para evitar la aerosolización de partículas del virus.
El Casmu cuenta con 65 camas en total para pacientes críticos. Están distribuidas en diferentes plantas: los CTI blanco, rosado, verde y azul, identificados por los colores de sus azulejos y un block quirúrgico con varias salas donde se llevan a cabo cirugías del día. Del total de camas, 51 están dispuestas para la internación de pacientes con SARS-Cov-2. El miércoles estaban “casi todas ocupadas”, dijo a la diaria Marcelo Gilard, médico intensivista y director del área de medicina prehospitalaria. Sólo 5% de los pacientes con coronavirus positivo que se atienden en Casmu llegan a ser internados en unidades de cuidados intensivos, la amplia mayoría (80%) transcurren la enfermedad en su casa y reciben el seguimiento a través de la línea telefónica 1441. El 15% restante es internado en salas de cuidados moderados.
Para llegar a los CTI hay que subir un par de pisos por una escalera que parece un embudo en forma de caracol; sólo se escucha una máquina. Al final: un pasillo vacío, a excepción de un escritorio con una funcionaria. Allí, detrás de una doble puerta, está el CTI azul. Está prohibido el ingreso sin la protección necesaria.
La primera imagen que aparece al abrirse la puerta es la de un paciente, en su habitación, tendido sobre la cama. Está dormido y respirando con una mascarilla. Parece tranquilo. Todo se ve a través de la puerta corrediza de vidrio: monitores, bombas de infusión, tubos y cables. Unos pasos más al frente, y si no fuera por unas figuras sobre el vidrio, parecería que se estuviera allí dentro, al costado de la cama, observando y respirando al ritmo de aquel hombre: lento y profundo.
La unidad tiene una capacidad para 12 camas; todas para pacientes con coronavirus. Están dispuestas en forma de ele o como en una esquina, alineadas de a seis. Sólo hay una cama libre. Los pacientes son asistidos por un grupo de seis enfermeras y enfermeros, y por dos licenciados en enfermería. Durante la mañana los acompañan dos médicos que cumplen horario longitudinal (todos los días) entre las 8.00 y 12.00 y un médico de guardia que ingresa a las 12.00 y permanece hasta las 8.00 del otro día. Así están distribuidos los horarios de los médicos de alta dedicación, sostiene Gilard.
Una vez que se ingresa al CTI azul, cada persona se pone una sobretúnica sobre el resto de la vestimenta de protección: pantalón y una casaca de TNT de color azul, una gorra, cobertura sobre los zapatos, un tapabocas N95 y un tapabocas quirúrgico. Es necesario quitarse la ropa que se trae puesta antes. Además de esta protección, para ingresar a las habitaciones de los pacientes el personal de salud se coloca más prendas: capucha, pantalla facial de protección, doble par de guantes de látex, otra protección en los zapatos.
Son las 14.30 y en la unidad hay una sensación de tranquilidad. Los pacientes que no están sedados duermen. Algunos integrantes del equipo de salud conversan en la “isla” de enfermería que está frente a las primeras seis camas, y otros en una salita al fondo, que da vista al resto de las camas. Contrariamente a la imagen que se esperaría, no hay médicos, enfermeros y enfermeras corriendo de un lado a otro atendiendo urgencias. De todas formas, los profesionales aclaran que se trata de “momentos” y que durante la mañana el ritmo fue muy distinto, e incluso el día anterior el CTI “fue un loquero”: no estaban los materiales necesarios disponibles, ni medicamentos, tampoco había respiradores. Todo se tuvo que conseguir de otras unidades. Un enfermero agrega que todo depende del “minuto a minuto de la evolución de los pacientes”, porque su situación puede cambiar rápidamente, sobre todo en los que están en estados más delicados.
Recorrer el CTI genera más que un nudo en la garganta. Las unidades de cuidados intensivos revelan la expresión más cruda, en este caso, de la covid-19; la enfermedad y sus implicaciones físicas, los tratamientos invasivos, el aislamiento y la soledad. Las palabras se sienten lejanas, como si ninguna fuera apropiada para describir el ambiente, su aroma, su color.
Algunos pacientes usan mascarillas (un mecanismo de asistencia de ventilación mecánica no invasiva); otros, más graves, están intubados (ventilación mecánica invasiva). Por habitación hay dos o más monitores que controlan la presión, frecuencia respiratoria y cardíaca, entre otros parámetros. Además, hay tubos, cables, bombas de medicación; muchas máquinas. La mayoría se ven tranquilos, respirando con alguna dificultad; en otros los ceños un poco fruncidos parece muecas de dolor. Un paciente está boca abajo, con la cabeza inclinada hacia un lado y los brazos a los lados –esa posición se llama decúbito prono, dice Gillard, y mejora la oxigenación–. Se ubica de esa forma a los enfermos más graves. No tiene más de 60 años.
Más entrada la tarde, algunos pacientes empiezan a despertar. Un hombre mayor se sienta en la camilla con la ayuda de un enfermero y una enfermera. Respira solo con la ayuda de una cánula nasal. Se ve bien. Los enfermeros conversan con él. Más tarde, el paciente se enterará de que a su esposa, internada en el CTI blanco en el piso de arriba, le darán el alta. La hija del matrimonio había fallecido una semana antes por coronavirus. Su hijo los espera a ambos en casa. El equipo de salud recibió la noticia del alta de la esposa como si fuera parte de la familia, y es que así se sienten: “la segunda familia” de los pacientes, comentó una enfermera. Conocen sus historias, qué sienten, los acompañan, tratan de disminuir lo más que pueden el miedo y la ansiedad, les transmiten ánimo y cariño, que son aspectos fundamentales en el proceso de recuperación, destacan.
Durante su estadía en el CTI, los integrantes del personal de salud serán las únicas personas con las que los pacientes podrán tener contacto en el mismo espacio físico. En los casos en que la salud de los pacientes lo permite, los profesionales se detienen a conversar con ellos durante un rato y también tienen permitido utilizar su celular para comunicarse con sus allegados, ver películas y utilizar las redes sociales. En los casos más graves, que no pueden recibir visitas y están permanentemente sedados, los reportes del estado de salud de los pacientes se dan a la familia por teléfono. Hasta que su estado mejore o, en el caso contrario, el personal de salud tenga que informar su muerte también por teléfono.
Jornadas extendidas
Durante toda la tarde, en la unidad no hubo quejas, ni malhumor ni discusiones. Mientras el personal cumplía sus tareas de controlar y atender pacientes, limpiar las salas y más, había momentos para conversar, reír y animarse entre todos. “Es la forma de mantener el equilibrio”, sostiene una de las enfermeras. El trabajo en equipo estuvo presente desde la ayuda a colocarse el material de protección para ingresar a la habitación de los pacientes hasta en la organización para cumplir con las tareas.
Las camas dispuestas para covid-19 en el CTI del Casmu están “casi todas ocupadas”, dijo a la diaria Gillard. El equipo de salud reconoce que está cansado, que le gustaría tener un día más de descanso. Con la falta de personal en las unidades de cuidados intensivos extendieron sus jornadas de trabajo de seis a 12 horas. Llegan a su casa con el cuerpo dolorido, y con un agotamiento que hace más difícil “cambiar el chip” para compartir una cena en familia sin pensar en lo vivido. El esfuerzo es volver, día a día.