El término “psicodélico” fue propuesto por el psiquiatra británico Humphry Osmond en 1957 para referirse a aquellas sustancias que permiten manifestar la mente. Se trata de un término amplio que incluye todas las sustancias que por su actividad en el sistema nervioso generan una alteración del estado de conciencia.
Pero lo que diferencia a las sustancias psicodélicas de otros fármacos es que estas “permiten inducir y transitar estados de percepción alterada, pensamientos y emociones que no pueden ser experimentadas, a no ser en sueños o durante tiempos de exaltación religiosa”, según los autores estadounidenses Louis S Goodman y Alfred Gilman. Ejemplos de estas son la mescalina (principio activo del cactus peyote), el LSD (dietilamida del ácido lisérgico) y la psilocibina (principio activo de los llamados hongos mágicos).
Desde 1950 y hasta la década 1970 –cuando se prohibieron–, investigadores de todo el mundo se dedicaron a estudiar estas sustancias, luego que el químico suizo Albert Hofmann descubriera el LSD. Durante este período se generó una gran cantidad de investigaciones en torno a sus potenciales efectos terapéuticos, y surgieron muchos resultados promisorios para su aplicación en diversas afecciones mentales. Sin embargo, la fase de prohibicionismo de estas sustancias fue letal y su estigmatización llevó a que la investigación científica disminuyera considerablemente hasta 1990. Desde fines del siglo XX, el uso de psicodélicos ha tenido una fuerte expansión y el creciente interés por estas sustancias es producido por el llamado “renacimiento científico de los estudios sobre psicodélicos”.
En este contexto, la Universidad Claeh organizó el miércoles una tertulia farmacológica sobre los psicodélicos en el campo de la terapéutica. Ignacio Carrera, profesor adjunto de la Facultad de Química e integrante del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicodélicos de la Universidad de la República (Udelar), se refirió a las investigaciones clínicas que avanzan en el mundo en la identificación de potenciales beneficios de los psicodélicos para el tratamiento del trastorno por estrés postraumático, la depresión y las adicciones. Uruguay tampoco es ajeno a esta realidad: investigadores de distintas disciplinas –como la química, la neurociencia, la antropología y la psicología– están llevando adelante estudios sobre sus usos culturales, sus composiciones y sus potenciales efectos medicinales, subrayó Carrera.
En primer lugar, el docente puntualizó que en los psicodélicos clásicos “las dosis tóxicas están alejadas de las dosis psicoactivas”. En este sentido, recalcó que “no son sustancias peligrosas fisiológicamente en individuos sanos” y que sus riesgos se encuentran en la esfera psicológica, o en la posibilidad de que el individuo tome decisiones no basadas en la realidad. Sin embargo, aclaró que su consumo está contraindicado en personas con un historial de psicosis, ya que “favorecen la desintegración de la estructura psicológica”.
Por otro lado, explicó que a “pesar de que la personalidad del individuo juega un rol fundamental en la experiencia”, una misma persona puede tener experiencias muy disímiles en diferentes ocasiones con la misma sustancia. Asimismo, recalcó que la experiencia es dependiente del set and setting. Es decir, por un lado, del estado mental con el que llega la persona a la experiencia y, por otro, del entorno donde esta se lleve a cabo.
Investigaciones científicas en el mundo
Según Carrera, las investigaciones clínicas que utilizan MDMA (popularizado en el mercado ilegal como componente del éxtasis) para el tratamiento del estrés postraumático son las que se encuentran más avanzadas. En Estados Unidos, la psicoterapia asistida con MDMA se encuentra en fase III, etapa de investigación que, de concluir exitosamente, permitirá el uso del fármaco en un contexto psicoterapéutico.
Otro ejemplo es el de la psilocibina, con la cual se están llevando a cabo investigaciones en fase II para su uso en pacientes con depresión resistente a fármacos. Es con esta última sustancia que también se han encontrado interesantes resultados para el tratamiento de la ansiedad que conlleva un diagnóstico de enfermedad terminal, como el cáncer.
Carrera explicó que existen más de 70 especies de hongos que “poseen psilocibina entre sus principales alcaloides componentes”. En general, crecen sobre el estiércol y están diseminados por América, Europa y Asia. Además, señaló que “en América datos arqueológicos documentan su empleo como medicina sacramental y terapéutica desde hace más de 3000 años”. Los hongos se consumen frescos o secos. Las dosis de psilocibina, dijo, van desde 2 miligramos (dosis bajas) a entre 10 y 20 miligramos (dosis media) e incluso 30 miligramos (dosis alta) y el margen terapéutico es alto; de cuatro a ocho horas dependiendo de la cantidad que se consuma.
Por ejemplo, un estudio de la Universidad Johns Hopkins con 56 pacientes diagnosticados con cáncer terminal mostró que aproximadamente 80% de estos tuvieron mejoras en su ánimo, niveles de ansiedad y calidad de vida. “Los efectos fueron inmediatos y se mantuvieron a los seis meses, mientras que los efectos colaterales fueron suaves y pasajeros”, detalló el investigador. Otro estudio de la Universidad de Nueva York con la misma sustancia y con un universo de 29 personas mostró un efecto antidepresivo inmediato en 83% del grupo experimental. Este fue “de larga duración exhibiendo alta tasa de mantenimiento a los seis meses”, enfatizó. Tanto estas investigaciones como las de MDMA cuentan con el respaldo de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA).
En el caso de la ibogaína, sus propiedades antiadictivas fueron evidenciadas hasta el momento sólo en ensayos preclínicos, utilizando modelos animales y estudios anecdóticos y observacionales en humanos. Esta sustancia se encuentra en la corteza de la raíz de un arbusto originario de África, que es utilizada tradicionalmente con fines espirituales en el culto religioso local denominado bwiti. Su efecto subjetivo, comentó el químico, se caracteriza por entrar en “un estado con fuertes contenidos oníricos mientras se está despierto, sin producir las típicas interferencias de pensamiento, distorsión de identidad y alteraciones de tiempo-espacio producidas por los alucinógenos clásicos”. Pero esta sustancia tiene como contracara un efecto colateral sobre la fisiología cardíaca que puede llevar, incluso, a la muerte de quien la consuma.
El experto destacó que todas las investigaciones clínicas tienen un criterio estricto de exclusión de personas con historial o riesgo de trastornos psicóticos. Además, las personas deben prepararse para la experiencia, que se realiza en un entorno cuidado y contenido con el objetivo de minimizar riesgos y ayudarlas a transitar los fuertes estados que las sustancias pueden provocar.
Investigaciones en Uruguay
Arché es el nombre del grupo interdisciplinario que en Uruguay investiga sobre psicodélicos y que está conformado por expertos de distintos servicios de la Udelar y también del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Su interés, explicó Carrera, no es sólo avanzar en el conocimiento científico de estas sustancias, sino también poder entenderlas mejor en sus distintos usos actuales en el país, en contextos religiosos, espirituales y psiconáuticos.
A su vez, el investigador indicó que como existen usos religiosos y recreativos de estas sustancias, aparece “arriba del tapete” una potencial regulación de estas frente a lo que vayan arrojando las investigaciones en curso. El grupo de investigadores explica en su sitio web que uno de sus objetivos es contribuir “al desarrollo de políticas públicas, modelos de regulación y lineamientos basados en evidencia en lo referente a la composición, potenciales efectos medicinales y riesgos del uso de estas sustancias en nuestro país”.
Uno de los proyectos de este grupo interdisciplinario es sobre la ibogaína. Su objetivo es poder alterar la estructura química de esta sustancia y así encontrar un análogo estructural que sea capaz de retener sus propiedades antiadictivas pero que no presente sus efectos peligrosos sobre la fisiología cardíaca. Otra de las investigaciones en desarrollo, principalmente desde disciplinas como la antropología y la psicología, es sobre los usos específicos de la ayahuasca. Se trata de una bebida obtenida a partir de la cocción en agua de dos variedades vegetales, generalmente Banisteriopsis caapi y Psychotria viridis, aunque pueden existir otras plantas y combinaciones posibles en la preparación. En este caso, los investigadores buscan generar conocimiento sobre las especificidades de los usos de la ayahuasca en Uruguay. También están desarrollando estudios preclínicos de depresión y ansiedad en modelos animales. A su vez, tienen otros trabajos en cursos vinculados a la psilocibina, a la historia de los psicodélicos en Uruguay y a la actividad neuroprotectora y neuroplástica de los psicodélicos. En este último caso, los investigadores trabajan para caracterizar el efecto de diferentes compuestos o preparaciones psicodélicas en la prevención del daño neuronal por estrés oxidativo y en la generación de plasticidad neuronal como potenciales tratamientos de enfermedades neurodegenerativas.
Estos proyectos en Uruguay están siendo financiados por el Estado, tanto por la Junta Nacional de Drogas como por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), detalló Carrera. Pese a esto, señaló que “hay un movimiento empresarial muy grande” que permite la financiación de las investigaciones en el mundo.
Para cerrar, Carrera opinó que el prohibicionismo de los psicodélicos provocó “miopía e ignorancia” y subrayó que cuanto más se investiga sobre el tema más se conocen sus potencialidades, pero también sus riesgos. “Es necesario echar luz para aprender del uso de las sustancias, y esto implica varias áreas de expertise”, sostuvo. Para el investigador, “el lugar que se les da en otras culturas es algo que hay que mirar con humildad”, porque se trata de “herramientas muy potentes”.