El nuevo CTI del Hospital Maciel está ubicado en la manzana contigua a la del viejo edificio y se ingresa por la calle Guaraní. Al llegar ya se perciben los cambios: además de la sala de espera habitual de todo centro de salud, hay dos pequeñas áreas con una mesa y varias sillas, para que el equipo médico informe el estado de salud de los pacientes a la familia de manera cómoda y privada. “En el viejo CTI eso lo hacíamos parados, sin un espacio específico para una tarea tan importante”, contó Marcelo Barbato, médico intensivista y director del CTI del hospital desde hace ocho años, quien recibió a la diaria en el nuevo sector para conocer las instalaciones y cómo se desarrolló la atención durante los picos de covid-19.

El sector tiene dos pisos y en ambos las salas son individuales. El de arriba se inauguró a fines de abril de 2021 y tiene 12 camas funcionando; el de abajo comenzó a usarse hace unos dos meses, durante la última ola de covid por la variante ómicron, y tiene seis camas habilitadas. Junto a las diez que funcionan en el viejo hospital, suma un total de 28 camas habilitadas en el CTI del Hospital Maciel. Las obras comenzaron durante la administración anterior, hace más de cinco años, se suspendieron por un tiempo y se retomaron con la pandemia.

Además de las áreas de internación, las nuevas salas tienen cómodos baños que pueden usar los pacientes que pueden movilizarse; cuenta con comedor, cuarto médico, varios espacios para guardar los equipos, amplios pasillos con computadoras que se ubican frente a las salas y en las que se puede visualizar la historia clínica de los pacientes, mesas que se desplazan para trasladar los materiales e, incluso, un auditorio. Las salas cuentan con equipamiento de última tecnología. Camillas, sillones cama para los familiares de los pacientes, cámaras que permiten el monitoreo constante, y un sector para desechar los fluidos de quienes están internados, algo que en el viejo CTI había que sacar de la sala, lo que incrementaba el riesgo de contaminación. “La mayoría de estas cosas no las tenemos en el viejo sector, que aún cuenta con 14 camas, diez de las cuales están funcionando”, aclaró Barbato.

Desde el pasillo se observa a las y los pacientes; algunos están despiertos, otros no. Las edades son variadas. En algunas salas los enfermeros los atienden y en otras les acercan un celular para que hablen con sus familiares. Hay varias luces rojas encendidas, lo que significa que la persona requiere algún tipo de atención. La luz natural se refleja en los pasillos y la cantidad de metros cuadrados (casi el doble que en el viejo CTI) suman a la comodidad del nuevo CTI, al que aún le quedan pequeñas cosas por acomodar.

En entrevista con la diaria Barbato repasó los principales beneficios de la inversión, los cambios, el desafío de la atención durante la pandemia y lo que ha sucedido en las últimas semanas, que apuntaría a que “el CTI cada vez se parece más a lo que era prepandemia”, según el director.

¿Cuáles son las principales diferencias entre el viejo y el nuevo sector?

Esta es una estructura que hace a la eficiencia, lo que más la diferencia del viejo sector es la cantidad de elementos que se sumaron y que hacen a una atención más completa. Se creó principalmente para solucionar tres problemas, en base a tres diferencias. La primera, es que el Hospital Maciel es un centro de agudos –si bien también atiende a pacientes crónicos–, ya que cuenta con sector de emergencia, además de imagenología, tomógrafo, bloc quirúrgico. Todo fue concebido para tener un foco de desarrollo conectado a lo que es el traslado hacia el CTI; en este contexto, el trajinar del paciente se da dentro de un lugar conectado para una mejor y más completa atención, con traslados intrahospitalarios. Por ejemplo, una persona que sufre un accidente cardiovascular, necesita ser reanimada, la atención puede ser lo más coordinada y rápida posible, además de que contamos con una buena cantidad de camas. En segundo lugar, las características. Sin duda, están pensadas en base al paciente y a la familia: salas con pared de vidrio que permiten la visualización constante, muy buenos equipos y sumamos más ventilación mecánica, entre otras cosas. Ahora tenemos mejor control de infecciones, porque las salas compartidas con las que contábamos en el viejo sector no lo permitían. Por último, la eficiencia, que engloba todo lo detallado, visión directa, ambiente más cómodo y un diseño que no soluciona pero facilita muchísimo la atención.

¿Qué significó inaugurar el CTI en plena pandemia?

Fue muy oportuno. Una gran inversión que significó una buena respuesta no sólo para los pacientes del Hospital Maciel, sino también para todos los usuarios de ASSE [Administración de los Servicios de Salud del Estado], en un momento en el que se incrementaba cada vez más el número de pacientes que necesitaban asistencia en cuidados intensivos.

En 2019, con las 26 camas ocupadas, hubo unos 900 ingresos al año. Durante la pandemia se llegó a tener 38 camas dispersas por todas las áreas del hospital debido a la demanda, como ocurrió en muchos otros centros de salud. Marcelo Barbato.

¿Cuántos ingresos al año hay en la unidad?

En prepandemia, con menos calidad edilicia y de acuerdo a los recursos humanos, contábamos siempre con entre 22 y 26 camas. En 2019 con las 26 camas ocupadas, hubo unos 900 ingresos al año. Durante la pandemia, se llegó a tener 38 camas dispersas por todas las áreas del hospital, debido a la demanda, como ocurrió en muchos otros centros de salud, por lo que también fue más dificultoso llevar el registro anual.

¿Alcanzaron los recursos humanos para atender a 30 y pico de pacientes?

Sí, el personal en el hospital siempre respondió muy bien. En el CTI hay alrededor de 220 personas trabajando; 40% es personal de enfermería. Pensamos que en algún punto podría generarse el caos, pero eso no ocurrió. Abril, mayo, junio y parte de julio de 2021 fueron meses intensos, que se sobrellevaron. Además, no dejamos de asistir pacientes que no eran covid, tal vez seguimos a un ritmo más lento, pero no dejamos de atenderlos. Hubo una gran carga de trabajo.

Durante la pandemia, ¿qué cambios hubo, además del crecimiento de la demanda de atención?

Hubo cambios positivos y negativos. Los primeros fueron para el personal. En el área [de terapia intensiva], para que un enfermero tome independencia a la hora de atender y se lo supervise mínimamente, necesita tres años de experiencia. Ahora el aprendizaje se concentró en mucho menos tiempo; eso los convierte en personal calificado. No fue así para el personal médico en formación, porque se resistieron más debido a que tenían una sola patología para tratar en mayor demanda. Lo segundo y negativo fue para los pacientes: en muchos casos estuvieron alejados de su familia, si bien el personal sanitario le puso un gran empeño, nunca se sustituye a la familia. Cambió mucho la relación entre el equipo de salud y el paciente (ya no decimos médico-paciente porque en cuidados intensivos más o menos 85% de las actividades las hacen los enfermeros). Es importante que en la atención participe la familia, sobre todo porque cuatro de cinco pacientes de los que ingresan al CTI salen vivos y necesitan otros cuidados luego cuando pasan a otras áreas, y nadie los conoce más que sus familias.

¿Cómo es la situación actual del CTI?

Está en un período de transición. Somos un espejo de la comunidad. Si los casos bajan, en cuidados intensivos eso se nota a los 15 o 20 días. Los pacientes que ingresan son cada vez menos por covid, seguramente con el pasar de las semanas las camas se destinen a pacientes con otro tipo de patologías.

¿Cuál es el balance hasta ahora?

En este momento lo principal es aprender que no todo antes de la pandemia estaba bien. Es algo que quedó a la vista. El desafío es doble: mejorar lo que ya teníamos y arreglar lo que pasó en los últimos dos años. La demanda por covid indiscutiblemente impactó otras áreas. Para mí, el mayor impacto está en el primer nivel de atención. La cultura de la organización que hay en ese sector se notó, por ejemplo, en la vacunación, ya que para eso se dispuso movilizar ese nivel, fue una de las cosas que más vidas salvó. En nuestra área estábamos acostumbrados a salvar 80% de los ingresos, eso no se logró y muchas veces nos quedó la rara sensación de no poder hacer más, si bien, por supuesto, que el trabajo fue importante. En la segunda ola de covid [la de la ola ómicron], la demanda se concentró en el primer nivel de atención, y lo que más chocó fue la caída del personal disponible por cuarentenas o covid positivo. La reflexión hasta ahora, es que si la reducción del personal hubiera ocurrido en la primera ola, cuando llegamos a tener 38 camas ocupadas, no se hubiera podido cubrir la atención y no se podría haber funcionado.