Kinzbio es una empresa biotecnológica uruguaya fundada en 2021 por la bióloga y actual directora científica del proyecto Josefina Puig y Gregorio Iraola, investigador y director ejecutivo. Durante los tres primeros años de actividad desarrollaron una tecnología que permite crear antibióticos personalizados, especialmente para infecciones resistentes.
Según relataron los investigadores a la diaria, la idea surgió en 2021 cuando Puig estaba trabajando con covid-19 y en ese marco visitó distintos hospitales para hisopar y buscar el virus en los centros. En su paso por el CTI observó que había varias personas aisladas y, al consultar el motivo, le dijeron que se trataba de pacientes que hace meses estaban colonizados con una bacteria resistente para la cual los antibióticos disponibles no funcionaban.
Puig, quien en algún momento había estudiado que los bacteriófagos son virus que tienen la capacidad de matar bacterias, le propuso a Iraola fundar la empresa e investigar este tipo de virus y su utilidad.
Explicado de una manera sencilla, los bacteriófagos “se comen” a las bacterias, lo que hacen es fulminarlas selectivamente sin matar otro tipo de células. Los tenemos en la microbiota intestinal y en la microbiota de la piel y mantienen controladas a las poblaciones bacterianas. Son los moduladores principales de las poblaciones de cianobacterias.
La tecnología acciona atrapando a los bacteriófagos que matan a las bacterias patógenas. Cuando se aplican, van a matar selectivamente a la bacteria que causa el problema, sin causar la disbiosis que los antibióticos en general producen.
De todas maneras, según cuentan, desde el principio sabían que tratar pacientes en Uruguay, donde no se realizan estudios clínicos, iba a ser complejo. Por este motivo convirtieron el proyecto en algo más viable llevándolo a otras áreas, por ejemplo, a los coliformes y las bacterias que causan problemas en la producción animal. De todas formas, terminaron aplicando el primer tratamiento en una persona porque así se los solicitaron y fue posible gracias a que, aunque no era la primera intención, estaban preparados porque querían hacerlo si se daba la posibilidad.
Así fue que, a pedido de un médico que sabía del trabajo de los investigadores, trataron a un paciente que hacía meses estaba internado porque no respondía a los antibióticos. Para este caso y para los siguientes, lo que el Ministerio de Salud Pública (MSP) estableció desde el punto regulatorio fue que, por el momento, el tratamiento debe hacerse bajo el consentimiento firmado del paciente, del médico tratante y de la institución.
Finalmente, en una semana la empresa elaboró un medicamento personalizado para atacar la bacteria pulmonar que estaba complicando al paciente hacía más de seis meses y la aplicación fue un éxito, porque al cuarto día la bacteria había desaparecido y se le pudo dar el alta en poco tiempo. Luego comenzaron a llegar consultas de otros médicos, y actualmente hay varios tratamientos en curso y pacientes iniciando el proceso.
La ventaja de la tecnología es que permite desarrollar un medicamento a medida que puede eliminar de forma precisa la bacteria que está causando la infección, y se puede diseñar virtualmente para cualquier bacteria. Hay dos grupos de pacientes que más necesitan estas alternativas. En primer lugar, los que tienen instaladas en su organismo bacterias de carácter intrahospitalario (por ejemplo, las infecciones posoperatorias asociadas a reemplazo de articulaciones o las infecciones respiratorias causadas por ventilación mecánica), y, a su vez, quienes viven con infecciones crónicas, como infecciones urinarias, fibrosis quística, entre otras.
Aun así, Puig e Iraola entienden que no hay que tomar a la tecnología como última opción, ya que puede reemplazar a los antibióticos cuando no son la solución ideal.
Investigar e innovar en tecnologías siempre es algo complejo, sobre todo desde el punto de vista económico y regulatorio. Por esto, los investigadores agradecen la apertura del MSP por entender que la tecnología trae la solución a uno de los problemas de salud más actuales y complejos.
A su vez, resaltan a los primeros inversores de la empresa que, si bien son personas que tienen sus negocios enfocados en otros rubros diferentes al de la biotecnología, cuando les hablaron de la problemática de la resistencia bacteriana y de la necesidad de contar con nuevas tecnologías, apoyaron, y era un tema que tenían muy claro porque en ambos casos habían tenido resistencia en familiares y estaban sensibilizados por la temática.
Por último, valoraron el constante apoyo de distintos instrumentos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), agencia que les otorgó el premio Nova en 2023. El joven proyecto ya cuenta con apoyo del exterior, fue seleccionado por una incubadora suiza que se dedica a captar tecnologías con potencial para combatir esta problemática y consiguió una segunda ronda de inversión de empresarios biotecnológicos locales en 2023.
Para su crecimiento, ya están trabajando con una empresa multinacional en un acuerdo de codesarrollo para que la tecnología pueda ser utilizada no sólo para tratar pacientes, sino también para prevenir las infecciones con la aplicación de los bacteriófagos sobre superficies domésticas.
Si bien la empresa cuenta con un plan de negocios para su expansión, actualmente el tratamiento, que tienen un costo de entre 10.000 y 20.000 dólares, está a cargo del paciente porque la prestación no está en el Plan Integral de Atención en Salud y tampoco lo cubre el Fondo Nacional de Recursos. Es de acceso limitado por su relativo alto costo, aunque, según los investigadores, su valor no supera el costo de una terapia prolongada con antibióticos convencionales.
Para que sea más accesible, la empresa tiene previsto a mediano y largo plazo instaurar un modelo alternativo para que el cliente sea la institución o el sistema de salud y no el paciente. Si bien no hay definiciones, los investigadores avanzaron en conversaciones con distintos prestadores que mostraron interés en la opción terapéutica.