“¿Cómo entienden las juventudes sordas la diversidad funcional en sí mismos/as? ¿Qué discursos a nivel médico, educativo, familiar y de los y las juventudes existen? ¿Cómo viven su sexualidad?” son algunas de las interrogantes que la reciente licenciada en Comunicación por la Universidad de la República Lara Quevedo se planteó en su tesis de grado. Para contestarlas, acudió a relatos de diferentes jóvenes sordos, sus familias e intérpretes de lengua de señas.
Según la investigación, a la que accedió la diaria, el objetivo fue “problematizar sobre los procesos de aprendizaje, educación e inclusión de diferentes juventudes sordas” y examinar “la comunicación entre y hacia afuera” de esta población “como constructora de vínculos y el rol de la lengua de señas”. Asimismo, se puso el foco en cómo vivencian la sexualidad los jóvenes de esta comunidad y con qué acceso a información vinculada con el tema cuentan.
En el mundo, “más de 1.500 millones de personas padecen de algún grado de pérdida de audición”. Esta cifra, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aumentará a casi el doble para 2050. Según este organismo, “la sordera se podría incluir dentro de las discapacidades sensoriales, ya que se ve afectada la audición de la persona, de forma parcial o total”. Con respecto a Uruguay, según datos del Ministerio de Salud Pública correspondientes a 2020, en Uruguay hay más de 120.000 personas con dificultades auditivas y de estas unas 30.000 son sordas totales.
En primera persona
Lo central de este trabajo cualitativo fueron las voces “de los sujetos y cómo interpretan sus vivencias”. El acercamiento de la autora con los partícipes fue a través de entrevistas por la plataforma Zoom y presenciales. Esto ayudó al objetivo de “hablar de la discapacidad desde la primera persona y no desde un lugar científico”. A través de las entrevistas se analizaron procesos de aprendizaje, educación e inclusión, comunidad, comunicación, lengua de señas y sexualidades.
En principio, en cuanto al diagnóstico de sordera, los consultados expresaron que desde los primeros años de vida “no se da de forma ágil y rápida” y que “hay señales que debe interpretar y reconocer” la familia para que la ciencia “etiquete al niño o niña como persona sorda”. A su vez, la familia pasa por un proceso de aprendizaje, ya que una vez que los adultos referentes reconocen la situación “pasan días, semanas, meses y años” para “empezar a enseñar desde un lugar totalmente inesperado e inexplorado”. Esto se refleja en que “la mayoría de las madres entrevistadas no tenían conocimiento de la cultura sorda, mucho menos de la lengua de señas”.
Respecto de la educación, el rol de “mediador”, asumido inicialmente por la familia, “es fundamental” en el proceso de aprendizaje de la persona sorda. Las familias entrevistadas resaltaron no haber recibido información al respecto junto con el diagnóstico de sus hijos e hijas, y comparten que “nadie te explica que por el oído entra todo el conocimiento y el funcionamiento del mundo, y que si vos no escuchás, no podés dar nada por sentado”.
La educación sexual en general “se delega a los centros educativos y en algunas ocasiones a profesionales de la salud”, pero las familias plantearon que al no tener herramientas para poder explicar ciertos temas a sus hijos e hijas encomendaron esta tarea a docentes, y también reconocen que “lo resuelven entre ellos”, haciendo referencia a los grupos de amigos.
Asociado a la sexualidad, en los intercambios con las personas sordas también aparecieron temas vinculados a su intimidad, que van desde “la necesidad de incluir a un tercero en una visita médica hasta el desconocimiento de los sonidos” que pueden generar frente a diferentes estímulos. “De lo público a lo privado, de un momento a otro, las personas sordas quedan expuestas”, se afirma.
Los roles y estereotipos se ven “y se potencian”, por ejemplo, en el ámbito de la salud. Una de las situaciones es la entrega de métodos anticonceptivos, los cuales “no se dan” como opción y “no existen en la enseñanza porque se cree que no los necesitarían”. “Es un mundo de desinformación y eso nos revictimiza y desprotege”, dice uno de los testimonios.
Las personas sordas consultadas en la investigación “invitaron a reflexionar sobre las relaciones de poder” que determinan su posición y rol en la sociedad. En tanto, para la autora quedaron planteadas otras varias preguntas distintas a las del inicio, por ejemplo, quién y cómo acompaña a la familia de una persona en situación de discapacidad, si falta información para personas sordas o la que hay no es accesible para ellos y ellas y “qué tan conscientes somos de nuestro rol en esta realidad que habitan miles de personas en Uruguay y el mundo”.