Alrededor del suicidio juvenil persisten tabúes y preconceptos que pueden ser peligrosos. La pregunta “¿Qué puede ser tan grave como para que un niño o un adolescente que tiene toda la vida por delante decida terminarla?” es un ejemplo. Sin embargo, especialistas dan cuenta de que en los últimos años las curvas de edades se han corrido, es decir, se observan conductas suicidas a edades más tempranas e incluso se ha observado que las autolesiones aparecen con más frecuencia en la etapa escolar, advirtió en diálogo con la diaria Gabriela Garrido, docente de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar).

En 2024 la tasa de mortalidad por suicidio por cada 100.000 habitantes fue de 13,38 entre los adolescentes de 15 a 19 años y de 33,21 en los adultos jóvenes de 20 a 24 años, según los datos que el Ministerio de Salud Pública presentará este jueves, en el marco del Día Nacional de Prevención del Suicidio. Esto se traduce en 32 suicidios –20 hombres y 12 mujeres– en el grupo etario de 15 a 19 años, sólo uno menos que en 2023, aunque la cifra continúa a la baja desde el pico de 45 casos registrado en 2022 y durante el período 2020-2022, cuando se superaron los 40 suicidios anuales.

Por su parte, en el tramo de 20 a 24 años se registraron 85 suicidios –70 hombres y 15 mujeres–, 8 más que en 2023, lo que representa la cifra más alta de los últimos diez años. En el grupo de niños de 10 a 14 años se reportaron 3 suicidios, en este caso, 2 niñas y 1 niño.

En el total de los 764 suicidios registrados en 2024, los casos de menores de 24 años representaron aproximadamente el 16%. Dicho de otra forma, por cada 191 suicidios, 30 fueron jóvenes menores de 24 años.

En 2020 el suicidio fue la primera causa de muerte en la franja etaria de 15 a 24 años. La ideación suicida también tiene una alta prevalencia. Según la Encuesta Mundial de Salud en Estudiantes (EMSE), realizada por última vez en Uruguay en 2019, aproximadamente 20% de los estudiantes de entre 13 y 17 años consideró seriamente la posibilidad de quitarse la vida en los 12 meses previos: 11,6% en el caso de los varones y 26,3% en el de las mujeres. Asimismo, el porcentaje de quienes intentaron realmente quitarse la vida una o más veces fue 12%: 8,9% entre varones y 12,3% en las mujeres.

Factores de riesgo suicida en niños y adolescentes

En diálogo con la diaria, Silvia Peláez, psiquiatra y cofundadora de la ONG Último Recurso, sostuvo: “Quien comete un suicidio o un intento de suicidio no quiere morir; quiere dejar de vivir así y está tomando un camino irreversible ante una situación que, seguramente, es reversible”.

Los detonantes suelen estar asociados a determinantes sociales, culturales y familiares que incrementan el riesgo. Esto, además de un desafío, representa una oportunidad: si se logra modificar “tenemos más chances de prevención”, dijo Garrido.

La psiquiatra afirmó que “el fenómeno del suicidio no se puede recortar”, al explicar que la mayor parte de los suicidios se puede prevenir “porque hay mucha asociación con otros factores determinantes”. Sostuvo que, en el promedio de 1.000 consultas anuales a psiquiatría en eel Centro Hospitalario Pereira Rossell (CHPR), “la tercera parte corresponde a este tipo de comportamiento”. Otra tercera parte está vinculada a situaciones de violencia hacia las infancias, uno de los principales factores de riesgo en la ideación o intentos suicidas.

Un estudio de 2021, que analizó los casos de 102 niños y adolescentes menores de 15 años que consultaron en la puerta de emergencia del CHPR y fueron internados por intento de autoeliminación (IAE), lesiones autoinfligidas no suicidas y equivalentes suicidas entre octubre de 2012 y julio de 2013, identificó algunos factores de riesgo: provenir de un entorno socioeconómico bajo o marginal, presentar retraso escolar y haber sido víctima de violencia. El 65% de los casos estudiados correspondió a un primer episodio de IAE y en el 16% se trataba de un segundo intento o más. En cuanto a las edades, 75% tenía entre 12 y 14 años, 12,5% entre 6 y 8 años, 10% entre los 9 y 11 años y 2,5% tenía 15.

La vinculación de los IAE con “algunas modalidades de maltrato previo o simultáneo” es muy fuerte, señaló Garrido, y remarcó que la prevención de la violencia, tanto en contextos familiares y educativos como en las redes sociales, debe ser uno de los factores clave a trabajar con urgencia. “Si consultan niños o adolescentes por alguna conducta vinculada al suicidio, hay que explorar mucho la presencia de alguna situación de violencia”, explicó.

Catalina Barría, entrevistada por la diaria junto con Florencia Pandolfi, sociólogas integrantes del componente de Ciencias Sociales del Programa de Salud Mental del Hospital de Clínicas, mencionó la violencia en el noviazgo en la etapa adolescente como una de las conductas que “se siguen perpetuando”, al igual que la violencia que reciben las disidencias sexogenéricas, que también marca una “trayectoria de exclusión y de vulnerabilidad”.

Por otro lado, el antecedente de un IAE es “el predictor más importante de un futuro suicidio”, sostuvo Peláez, y acotó que el riesgo aumenta si ocurrió en los últimos dos años o si la razón desencadenante vuelve a repetirse. Además de la exposición a la violencia y el intento previo, Peláez mencionó las conductas adictivas –por ejemplo, al juego o a las drogas– como otro elemento que aumenta el riesgo suicida, así como el desinterés por el aprendizaje, que puede traducirse en una “falta de proyecto de vida”.

En esa línea, Garrido consideró un elemento importante las dificultades en la adaptación, ya sea por complicaciones en el aprendizaje, rezago en la educación o problemas de integración. “La adaptación al sistema educativo es algo muy importante de explorar”, apuntó.

La adolescencia, un momento de “fragilidad y duelo” que necesita ser acompañado

Las sociólogas Barría y Pandolfi forman parte del proyecto “Malestamos, cuando el dolor es colectivo”, enfocado en el abordaje de los problemas de salud mental y la prevención del suicidio de la población adolescente y juvenil (13 a 24 años) de los departamentos de Río Negro, Colonia y Soriano. El proyecto incluyó talleres y grupos focales con los jóvenes, en los que pudieron relevar cómo perciben la problemática, su propia generación y las estrategias de prevención.

“El futuro, que quizás tienen o no tienen los adolescentes, los hace muchas veces tener sufrimientos que son tan intolerables que los llevan a pensar en que el suicidio puede ser una alternativa”, señaló Barría respecto del malestar relacionado con proyectos de vida que están “marcados por lo que la sociedad dice que debería o no debería cumplir alguien en cierta etapa de la vida”. Peláez consideró que “poder cursar una adolescencia es un privilegio”, ya que muchos no pueden transitar esa etapa de transición entre la infancia y la adultez; no obstante, no deja de ser un momento de “fragilidad y “duelo”. “Es una etapa de elaboración, de crecimiento y de oportunidades de conocerse uno mismo y de ver qué es lo que uno quiere del entorno”, y debe transitarse con “acompañamiento”, apuntó.

Barría se refirió también a una doble lectura que los jóvenes hacen de los adultos: por un lado, los ven como figuras de referencia en sus vidas, pero, por otro, observan que “el tipo de adulto que están viendo –cansado, fatigado por el trabajo, con exceso de jornada laboral– es el adulto en el que ellos no se quieren convertir”. Además, Pandolfi acotó que los jóvenes tienden a definirse a sí mismos de manera muy negativa y crítica, ya que adoptan los discursos de los adultos.

En relación con las señales conductuales que pueden presentar jóvenes con ideación suicida, Peláez mencionó el aislamiento, los cambios en la rutina, en el aspecto físico, en la alimentación y en el sueño, síntomas que también pueden asociarse a cuadros depresivos –otro factor de riesgo– y que, “si se extienden en el tiempo, nos están alertando de que hay que acercarse y preguntarle a la persona qué le pasa, si se siente mal, si está triste, incluso a veces preguntar si ha pensado en quitarse la vida”.

La necesidad de desmitificar que “los únicos responsables de la prevención del suicidio son los psicólogos y psiquiatras”

Las formas de abordar la prevención del suicidio en niños y adolescentes son tan diversas como los factores de riesgo que lo rodean. Las expertas coinciden en que se requiere un enfoque interdisciplinario y en la necesidad de generar espacios de encuentro donde los jóvenes se sientan acompañados y escuchados.

Garrido destacó la importancia de contar con una “oferta de intervenciones diferentes” para avanzar en la detección del riesgo suicida y subrayó la necesidad de espacios de bienestar o de salud mental no sólo para “cuando están instalados los problemas o las psicopatologías”, sino como espacios de encuentro.

Por su parte, Barría señaló que en el interior del país la demanda por “espacios públicos específicos donde puedan circular los jóvenes” se percibe con mayor fuerza. A propósito, mencionó que uno de los elementos que surgen de Malestamos es cómo la pandemia de covid-19 transformó el vínculo entre los jóvenes y limitó sus espacios de socialización. “Los chiquilines pospandemia señalan: ‘No tenemos dónde ir, no tenemos dónde juntarnos’, lo que los ha llevado a encapsular sus instancias de socialización a espacios mucho más reducidos”, sostuvo.

Estos espacios pueden favorecer la construcción de redes entre los jóvenes, permitiendo que ellos mismos se conviertan en un soporte para sus pares. En esa línea, Peláez subrayó la importancia de brindar herramientas a las personas del entorno de los adolescentes –familiares, docentes, referentes– para que puedan “detectar muy bien” las señales de alerta y así evitar que la consulta en un centro de salud ocurra recién cuando ya se ha concretado un IAE.

“No es solamente un tema de la salud, menos que menos de especialistas. Las cosas que nos anticipan estos comportamientos pueden ser muy tempranas, y eso lo puede detectar cualquier recurso de salud o el sistema educativo”, sostuvo Garrido. Señaló la necesidad de equipos de trabajo interdisciplinario, al tiempo que advirtió que los recursos de psiquiatría están mal distribuidos en el territorio.

Las sociólogas coincidieron en que está instalada la idea de que “los únicos responsables de la prevención del suicidio son los psicólogos y psiquiatras”. En este sentido, consideraron que se debe trabajar para derribar ese mito, ya que contribuye a desdibujar el rol activo que cualquier ciudadano puede desempeñar ante una situación cercana.

Garrido también destacó la importancia de brindar apoyo a las familias desde las edades más tempranas, especialmente en los grupos con mayor vulnerabilidad, como los niños que presentan dificultades en su desarrollo. La psiquiatra subrayó la necesidad de “detectar esas conductas –que anticipan otras de mayor gravedad–” lo antes posible y advirtió que Uruguay aún presenta “rezagos” en la atención de esas dificultades tempranas, ya que “todavía no tenemos un sistema educativo que se ajuste rápidamente a la diversidad de los procesos de aprendizaje”.

“Si tenemos chiquitos, en los primeros años escolares, con dificultades en la adaptación al ambiente escolar, en los aprendizajes, hay que buscar la asociación con algunos otros problemas de salud mental. Y al revés, cuando tenemos chiquilines que tienen dificultades en los comportamientos o en el aspecto emocional, también debemos estar atentos a cómo van siendo los procesos de aprender”, explicó Garrido.

Línea telefónica de prevención del suicidio

*0767 desde un celular
0800 0767 desde un teléfono fijo

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