La situación epidemiológica de Uruguay es terrible, pero son muchas –demasiadas– las personas que evitan hablar de ella o logran borrarla de su conciencia.
Antes de vanagloriarse y de desmerecer lo hecho por quienes realmente cambiaron la historia acerca de la verdad sobre las desapariciones, las actuales autoridades tienen un largo y difícil camino que recorrer, en el que pueden contar con cooperación de oficialistas y opositores.
El sindicalismo uruguayo se mantiene a la altura de sus ricos antecedentes. Ha demostrado madurez y responsabilidad ante la crisis sanitaria y social, así como ante la delicada situación en que lo ubican las debilidades de la oposición política.
La ideología derechista asume que al rico no hay necesidad de pedirle contraprestaciones cuando recibe grandes beneficios tributarios u otras facilidades, porque ya ha demostrado su capacidad de salir adelante, mientras que el pobre tiene pendiente demostrarla.
Cuando hay guerra y es preciso refugiarse, a ningún gobernante se le puede tolerar la idea de que el Estado tiene prioridades más importantes que la de proveer lo necesario para que la gente ‒toda la gente‒ sobreviva segura durante la emergencia.