Siempre le gustaron las matemáticas y apenas tocó una computadora supo que se quería dedicar a eso. Por eso cuando tuvo que elegir entre el básquetbol profesional y la ingeniería en computación, optó por lo segunda. Desde principios de 2017, Leonardo Loureiro preside la cámara que nuclea a más de 370 empresas dedicadas a la tecnología de la información, en una vocación que le resultó natural por su pasaje por el Centro de Estudiantes de Ingeniería. Cree que su sector, con más de 12.000 profesionales empleados en nuestro país –en el que 54% son menores de 34 años–, “no tiene techo” y posee la capacidad de “transformar al país”.

En esta segunda entrega de la serie de entrevistas a dirigentes empresariales, el presidente de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información (CUTI), Leonardo Loureiro, de 48 años, 23 de casado y con tres hijos –dos mujeres y un varón–, recibió a la diaria en su oficina en el centro de Montevideo.

Nació en San Carlos, pero no es carolino. “Fui sólo a nacer”, dice, y explica que “en ese momento era el sanatorio con los mejores médicos de la zona, porque era un centro en el pasaje entre Montevideo, Maldonado y Rocha”. Después volvió a Maldonado, como el quinto varón de los seis que tendrían sus padres.

Dice que su infancia fue “normal: bicicleta, fútbol, básquetbol, playa”. Hasta tercero de liceo fue a educación pública e hizo el bachillerato en el colegio Hermanas. Recuerda que le decían que era un “bicho raro”, “el clásico nerd”, pero con un componente distinto porque le gustaba estudiar y le iba “muy bien”, pero también hacía básquetbol, atletismo, gimnasia olímpica, y además salía a bailar. “Es más bien un preconcepto”, reflexiona, y agrega que es un estereotipo que hoy –desde el lugar que ocupa– está tratando de desmitificar porque “la matemática no es enseñarte a contar, a multiplicar o a hacer una función sino enseñarte a pensar, y el pensamiento abstracto es lo que nos abre la posibilidad de ser más libres”.

Nunca tuvo dudas respecto de lo que iba a estudiar: “Estaba entre las ciencias económicas y la ingeniería, y en cuarto de liceo, cuando toqué la primer computadora me decidí”. A los 18 emigró a Montevideo y arrancó Ingeniería en Computación en la Universidad de la República (Udelar). También retomó el básquetbol profesional que había arrancado en la selección de Maldonado en Montevideo Básquetbol Club, pero a los pocos partidos se retiró producto de una fractura y de la dificultad de conciliar la práctica con el estudio. “Aproveché la lesión, digamos”, confiesa.

Empezó a trabajar a los 12 años ayudando en la temporada a su padre, que era empleado de las Fábricas Nacionales de Cerveza. “En aquella época se permitía el permiso de menor y había que trabajar para poder hacer cosas”, dice. Con la mayoría de edad, ya en la capital, entró a trabajar en un banco y en 1992 se volcó a la docencia, mientras “mutaba” en distintos trabajos en el sector de la tecnología.

En cuanto a la docencia, la ejerció en el ámbito privado: desde 1992 y hasta 2010 dio clases de asignaturas técnicas y a partir de 2004, luego de haber cursado un máster en negocios, se perfiló a enseñar sobre esto. “Me pasé al lado oscuro, como dice un amigo”, bromea. Al preguntarle por sus clases, dice que “son todas distintas, incluso año a año; siempre trato de agregarles cosas nuevas: soy de tener una estructura formal pero mucho de contar y transferir experiencias”. En este sentido, no le preocupa si da clases “bien o mal”, sino que le reconforta cuando le comentan que aplicaron los métodos o procesos que presenta. Como docente dice que es “bastante botón” –sobre todo cuando enseñaba asignaturas técnicas–, y que hoy en día lo que se propone es que sus alumnos se cuestionen el sentido en que va su vida: “Si lo logro al menos un poco, logro mi objetivo”, agrega.

La llegada a la cámara

A la CUTI se sumó en 2002, invitado e incentivado por Luis Stolovich, el entonces secretario general. Al haber sido consejero por el orden estudiantil en la facultad, sostiene que le resultó “bastante natural” sumarse a la actividad gremial, ya que “la lucha por los objetivos y el bien común siempre me llegó”.

Por una década participó de manera ininterrumpida, hasta 2012, cuando comenzó a trabajar en Quanam, una federación de firmas especializadas en servicios profesionales para consultoría y gestión, como gerente. “Me tomé un impasse de cuatro años y después me tocó volver con todo”, como vicepresidente de internacionalización durante el último período de Álvaro Lamé.

Para entonces ya eran “muy amigos”, pero cuando lo conoció, en 2011, “no tenían un feeling tan grande”, recuerda. “Cuando se postuló a presidente, durante la última presidencia de Enrique Tucci, yo era tesorero y él me pidió que siguiera en el cargo si ganaba. Lo primero que le dije fue: ‘Mirá, Álvaro, sé que sos la persona indicada para acelerar una cantidad de cosas que tenemos que hacer en la cámara pero que voy a subirme y a estar contigo para que no te des de cara contra una pared’. Lo primero que le avisé es que le iba a decir que no a todo, y así fue, pero sin embargo me terminó convenciendo de muchas cosas, y ahora me doy cuenta de que tenía razón. Por ejemplo, yo no estaba de acuerdo con irnos al Latu [actual sede de la cámara] porque me parecía una derogación muy grande y que había que cuidar el dinero de los asociados. No lo veía, pero él sí lo vio y se creó un centro tecnológico, un ecosistema, en el que están las empresas más importantes del sector. Es grande”.

Prioridades de gestión

A mediados de este año, cuando terminó el mandato heredado a raíz de la muerte de Lamé, en enero de 2017, se postuló para renovar el puesto con una serie de prioridades: la formación, la descentralización territorial, la inclusión de las mujeres y la internacionalización.

Muchos dicen –a modo ilustrativo– que el sector es el único que presenta desempleo negativo, en el entendido de que podría emplear a más personas si estuvieran capacitadas para ejercer. En los últimos años y a raíz de un fuerte apoyo estatal, se apostó fuertemente por la formación, pero según dice, las razones van “más allá” del mercado. “No busco que haya más gente para trabajar para que las empresas ganen más plata. Lo que me preocupa es que Uruguay sea un país en el que podemos vivir todos bien, que mis hijos puedan decidir quedarse acá, y varios miembros de la cámara comparten esto. El sector de las tecnologías de la información es el único que no tiene techo en Uruguay; el único techo que tenemos es la gente, la disponibilidad, entonces dependemos de que se decidan a estudiar esto y quieran trabajar acá”.

Confiesa que algunos le dicen que se trata de “egoísmo iluminado”, y explica: “Pensás en el otro pero también te beneficia a vos”, pero asegura que puede ser “un sector transformador del país” y que “hay muchísimo espacio para todos”. “A mí ganar plata por ganar plata no me sirve si después veo que hay gente que no tiene para vivir”, insiste.

En esta búsqueda, se propuso entrar por dos frentes en los que veía desbalances: el interior del país y las mujeres. Sobre la descentralización territorial, sostiene que surge porque “pica el bichito del que nació fuera de Montevideo”. Lo dice en broma pero también en serio: comparte “el tema del desarraigo: vivir solo, estar lejos de la familia”, y dice que aspira “a que la gente pueda vivir donde le hace más feliz, porque hay algo que es clarísimo: cuanto más feliz es la gente, trabaja mejor y es más productiva”. También, por más que sea algo invisible para muchos, asegura que “en el interior hay mucha gente interesada en trabajar en esto” que dada la escasa oferta de trabajo o terminan trabajando para otros países de manera remota o subempleados, volcados a la industria o el comercio. “Cuando se formó para algo y no tiene oportunidad de desarrollarse en ese trabajo se frustra, y eso es lo que queremos evitar”, sostiene.

Por otro lado, le “asusta” la baja participación de las mujeres en el sector: menos de 25%. Piensa que se debe “en una parte a estereotipos” de género, y en otro orden sostiene que hay un estudio que indica que “las mujeres consideran que es un sector en el que se trabaja mucho”. De cualquier manera, es una tendencia que se propone revertir porque “es impensable cualquier actividad con un desbalance de género, sea para el lado que sea. No sé en qué vereda estoy cuando se discuten cosas de género, pero de lo que sí estoy convencido es de que el hombre y la mujer son distintos y de que en nuestra industria en particular, en la que es importante la innovación, la creatividad, el trato humano, cualidades propias de las mujeres, nos estamos perdiendo de mucho porque ellas no están trabajando”.

Flexibilidades

Quizás el informático sea de los pocos campos que posibilita el trabajo a distancia y por cuenta propia, una cualidad que para Loureiro “no ayuda” al sector. “A nosotros, como empresas, nos complican esas libertades porque trabajamos en equipo y resulta complejo coordinar; rinde más lo presencial por la transferencia de conocimiento que se da entre las personas cuando están en contacto”, explica.

Más allá de eso, comprende a quienes lo eligen porque asegura que “la libertad que da trabajar de la forma que cada uno quiere y al biorritmo que cada uno tiene no te la da nada”. Dice que no comparte “en absoluto” la afirmación del presidente del PIT-CNT, Fernando Pereira, de que esta flexibilidad “empobrece la calidad de vida de las personas”. Loureiro, en cambio, cree que “las personas que trabajan de esa manera no son felices sino recontra felices”, y remata: “Yo lo haría feliz: ir a correr, trabajar tres, cuatro horas, dormir una siestita, ir a buscar a mi hijo al liceo y después seguir trabajando”.

La informalidad que puede traer aparejada esta forma de trabajo“no le preocupa” porque “hoy en día, en un sector como el nuestro, con todas las reglamentaciones que existen y la facturación electrónica no hay forma en que se pueda dar, ni siquiera trabajando para el extranjero, porque toda la plata que se recibe se tiene que justificar”.

La ministra, el ministerio y las otras industrias

Al preguntarle si considera que la cámara que preside es “progresista”, retruca preguntando cómo definir ese término. Después de unas risas y de unos segundos de reflexión, sostiene que quizás esa imagen se deba a que “somos más de hacer que de quejarnos”. “La industria nació sin apoyo de nadie, por impulso de académicos de la Udelar, que trajo la primera computadora e innovó en la creación de esta carrera, y de empresarios que tomaron el riesgo, como Genexus en 1989”, agrega. Y en esta misma línea, sostiene que también hay un factor de “devolución a la sociedad de lo que la propia sociedad le dio”, que se manifiesta en “apoyo de iniciativas, actividades de formación y sociales” que “quizás se deban a que muchos fuimos formados en la Udelar y eso permea al empresariado”.

Más allá de estos inicios, valora el “rol preponderante” que ha tomado el gobierno y las diferentes instituciones, porque han encontrado un eco en la promoción del sector y las actividades. Sobre la ministra de Industria, Energía y Minería, Carolina Cosse, dice que ayudó a abrir la visión sobre el relacionamiento con el resto de la industria y la integralidad de la transformación digital. “Nosotros nos veíamos desde el lugar de ser soporte de las demás industrias y ella desde que la industria por sí misma, sea de la actividad que sea, entienda que la tecnología es parte y que no se tiene que soportar en ella. Eso, que parecen dos formas muy parecidas de ver las cosas, implica un matiz importante”, afirma.

Si bien no está entre las fundadoras de la Confederación de Cámaras Empresariales, la CUTI se unió después. ¿Las razones? “Porque no se tocan temas coyunturales, sino cosas que se entiende que son importantes para el país, como la educación, y nosotros entendemos que, más allá del camino, no hay duda de que tenemos que mejorar en este aspecto. A nosotros en particular, que somos la industria del conocimiento, la deserción de los liceales es lo que más nos afecta. Parece coyuntural, pero en realidad analizamos el tema de la competitividad en sí mismo, en general”.

Los límites y la ética

En sus computadoras –la personal y la del trabajo– tiene las cámaras tapadas. Dice que “hay que tener cuidado y sobreprecaución” y que “es importante entender que hay que hacer un buen uso de las cosas, y las redes sociales y nuestra huella digital son parte de eso”.

Más allá de que la tecnología cada vez avanza a una velocidad más vertiginosa, a Loureiro le “preocupa y ocupa” el desarrollo de ciertas formas, como la inteligencia artificial. “Me parece que siempre tiene que tener un propósito y priorizar al ser humano sobre el ser máquina”, afirma.

Para él hay dos visiones sobre el trabajo conjunto del hombre y la máquina: “La tecnonegativista, que serían los apocalípticos, que la ven como Skynet y Terminator, y la tecnopositivista; yo no descarto ni una ni la otra, creo que está en nosotros entender lo que está sucediendo y formarnos una posición con respecto a eso”.

De misión

Ayer volvió la delegación de autoridades de gobierno, instituciones y empresarios del sector que desde el sábado pasado se encontraba en una visita oficial a Boston y Nueva York organizada por la CUTI y el Ministerio de Industria, Energía y Minería. Se trata del segundo viaje a Estados Unidos, un país que adquiere más de 60% de las exportaciones de esta industria, que en 2017 vendió al exterior 379 millones de dólares.

Sin embargo, más que “ir en busca de resultados concretos” este año el viaje tuvo el propósito de “explorar y entender” el ecosistema tecnológico que se vive allá. “Muchos dicen que Silicon Valley está sobrecalentado y están migrando a Boston –una ciudad que ha tenido la iniciativa de atraer las empresas tecnológicas–, entonces quisimos hacer una exploración que nos sirva de aprendizaje para entender cuál es la posición de las empresas que están instaladas ahí, el concepto de las aceleradoras y de los espacios de networking”.

Para Loureiro ser un “Silicon Valley” implica una cantidad de cosas, y considera que “a nosotros lo que más nos falta es el dinero, no el que generan, sino el capital de riesgo” que gira en ese submundo. En cuanto a la lógica, dice que el caso uruguayo en cuanto a la relación que mantiene con la academia es “paradigmático” e “increíble”, y quizás lo más representativo de este sea el Centro de Ensayos de Software, una empresa creada por la CUTI y la Udelar con el objetivo de desarrollar la calidad del software y el testing y manejada en conjunto por más de 12 años. En este sentido, sostiene que “podríamos decir que podríamos ser un Silicon Valley”, pero aclara que no está seguro de “si es una aspiración nuestra” porque “es como querer ser otro”, y además “tenemos nuestras particularidades”. Por ahora, la meta a la que aspira es a “ser un importante centro de desarrollo tecnológico”.