Oriente Medio fue su primera parada, hace 23 años. Desde ese entonces, la coordinadora residente de las Naciones Unidas, la española Mireia Villar, ha pasado por Irak, Jordania, Nueva York, Bruselas, Bolivia, hasta que hace poco más de un año llegó a Uruguay, “fascinada”. ¿Por qué? “Por el reto de demostrar que la agenda 2030 es importante incluso en un país ahora ya de ingresos altos”, explica.

En 2015 los 193 países integrantes de las Naciones Unidas renovaron las metas que habían asumido a principios de siglo con los 15 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Los nuevos retos –los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS)– redoblaron la apuesta, ya no con una mirada exclusiva de gobiernos, sino involucrando al sector privado con una mirada transversal que incluye al medioambiente y la sociedad en su conjunto. La frase que los resume, para Villar, es “crear resiliencia”, y los instrumentos que se proponen son la economía verde, la colaborativa, la circular y el diálogo.

A tres años de definidos los ODS, ¿cuáles son los puntos en que Uruguay está más en el debe?

Aquí hubo una apropiación muy temprana de la agenda. Enseguida designaron la institucionalidad que le iba a dar seguimiento –una triada entre la OPP [Oficina de Planeamiento y Presupuesto], la AUCI [Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional] y el INE [Instituto Nacional de Estadística]– y rápidamente se empezaron a elaborar informes voluntarios. El primero fue hecho el año pasado, se hizo un segundo este año y se han comprometido a hacer un tercero. En ese sentido ha habido bastante ímpetu. El reto que muchos países tienen –Uruguay incluido– es repensar las políticas públicas que hay detrás. Ese para mí es un debe importante.

¿Políticas en qué sentido?

Cómo hacemos para reconciliar las capacidades productivas del país con las necesidades de protección del medioambiente, para proteger a todos los ciudadanos que, habiendo salido de la pobreza y estando hoy estadísticamente clasificados como clase media, tienen una altísima vulnerabilidad y cualquier pequeño soplo los podría hacer recaer.

Los ODS involucran al sector privado en mayor medida que lo que lo hacían los ODM. Vos tenés una estrategia para potenciar esto. ¿De qué se trata?

Es verdad: los ODS son una apuesta política muchísimo más ambiciosa por los propios objetivos, su amplitud y alcance. Estamos hablando de reconducir los hábitos de consumo de las personas y por ende los modos en que producimos, por tanto se plantea como una agenda país, no sólo porque los recursos que necesitamos van a ser más –y algunos involucran directamente al sector privado– sino porque la innovación, la tecnología, la creatividad que vamos a necesitar para resolver problemas que son más complejos sólo van a poder venir si todos traemos algo a la mesa.

¿Por qué se habla de las nuevas economías?

Son parte de esta búsqueda, precisamente. La Agenda del 2030 es una crítica de fondo a los modelos económicos con los que trabajamos –tanto desde el gobierno como de las empresas–, que dejan atrás a mucha gente y generan problemas medioambientales graves. Miradas como la de la economía compartida, la banca ética, el mundo cooperativo –que ya existía, no lo trae la Agenda del 2030, pero esta le da un nuevo impulso, otra legitimidad y otro margen de alcance–, la economía circular y la verde son reinterpretaciones de un modelo económico que deja de rendir y deja de servir al interés común.

¿Cuál es la diferencia con las acciones de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE)?

Es una diferencia de fondo. La RSE es un pequeño espacio que las empresas destinan a lavarse la cara; otras veces lo utilizan para ubicarse mejor en su entorno, pero ni por su alcance ni por su intención representa el salto cualitativo que necesitamos en cuanto a la participación de las empresas en la sociedad y en la economía mundial. Cuando hablamos de empresas con propósito no es beneficencia, no es 3% de su actividad ni la labor que le doy a la mujer del CEO de turno, sino ubicarse en un espacio distinto como actor en sociedad.

En la edición pasada del Día B se hablaba de integrar las organizaciones sociales con el sistema productivo. ¿Compartís esa necesidad?

Sí. Y no sólo de lo social con lo productivo, también con el gobierno. Básicamente, la agenda nos fuerza a cambiar las conversaciones, y eso supone construir confianzas para las cuales tal vez aún no estamos listos, supone cambiar los roles respectivos uno de los otros. Es una conversación relativamente reciente, así que ahí precisamente es donde veo que puede estar el rol de las Naciones Unidas: en facilitar y generar espacios de confianza para que comunidades que antes hablaban jergas distintas se conozcan mejor y construyan propuestas para los problemas que arrastra el país.

¿El camino para acercar estos nuevos modelos de producción tiene que ser necesariamente monetario –por medio de subsidios o exoneraciones fiscales–?

Creo que hay un imperativo de negocio porque así los traés a la mesa, pero eso no va a bastar. Con esa lógica nos ha ido mal. Creo que también hay un imperativo moral. Tenemos un sistema que se ha preocupado muchísimo en generar altos niveles de beneficios para las empresas, y ahora nos damos cuenta de que esa teoría del trickle down [economía del goteo], por la que asumíamos que si generábamos crecimiento desde arriba iba a caer a las clases media, es una falacia total. El crecimiento económico, en realidad, depende de tener clases medias mucho más fuertes, que puedan ser el motor del consumo y de la actividad económica. Estamos en un momento de repensar cómo se genera esto, qué tipo de crecimiento queremos y qué características debe tener para que sea mucho más inclusivo.

¿Cuáles son las prioridades del gobierno, en cuanto a lo normativo, para lograrlo?

Sería muy útil generar y apoyar un ecosistema en el que la actividad empresarial pueda asumir este rol que le reclamamos. Se puede armar en distintos pilares: con sistemas fiscales, transparencia en lo que hacen el gobierno y las empresas, acompañamientos técnicos específicos –como traer experiencias de afuera para que puedan compartir lo que hacen–. Hay que hacer una construcción para que aquellas empresas a las que aún les faltan elementos de juicio y formación o técnicos puedan modificar sus modelos de negocios.

Se dice que Uruguay tiene el potencial para ser pionero en la economía circular en la región.

Estoy de acuerdo con esa evaluación, porque hay procesos desde la política pública para crear espacios y mejorar la circularidad de algunos de los sectores y además hay bastante curiosidad. Lo hemos visto en temas de plástico, en curtiembres, en el sector vitivinícola y en la construcción. El reto que tenemos es ver en qué medida estos esfuerzos son escalables para generar el volumen de actividad y economía, porque hacerlo en pequeña escala no es tan complicado, pero hacerlo crecer, empujar una economía, que empresas circulares muevan la aguja del Producto Interno Bruto, es el reto que tenemos.