Si bien a nivel mundial el consumo de leche anual per cápita se ubica en torno a los 150 litros, esa cifra en Uruguay asciende a unos 230. Aunque este dato en sí es un indicador de la importancia que tiene el rubro en el país, hay que agregarle que tenemos cerca de 400.000 vacas, que pueden alimentar al triple de nuestra población. Por este motivo, 70% de la leche que se produce se exporta, y exportar de forma competitiva requiere producir a bajo costo. Por estas razones, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) instaló en 2017 el primer tambo robotizado del país, una experiencia a la que se plegaron dos productores más en 2019 y que esperan multiplicar en el futuro, de forma de hacer atractiva la labor en el tambo para las nuevas generaciones.

En el kilómetro 11 de la ruta 50, en el departamento de Colonia, se ubica la estación experimental Dr. Alberto Boerger de INIA La Estanzuela, uno de los cinco centros regionales del instituto, donde se produce y difunde tecnología para sistemas de producción de leche, cultivos de cereales y oleaginosos y producción intensiva de carne bovina y ovina, que en todos los casos busca alcanzar la sostenibilidad social, económica y ambiental. El director de la Unidad de Lechería del INIA, Santiago Fariña, afirmó que fue precisamente la “pata social” lo primero que llevó al instituto a indagar en sistemas de automatización de la producción lechera: “En el tambo hay personas que tienen que ordeñar las vacas todos los días, dos veces por día, todo el año. También alguien que tiene que salir a arrearlas. El robot entra para tratar de reemplazar esas tareas rígidas, rutinarias y esclavizantes, que hacen que las nuevas generaciones pierdan el interés por el tambo”, indicó.

El tambo robotizado tiene tres grandes diferencias con un tambo convencional: puede ordeñar las 24 horas del día, hacer toda la rutina de ordeñe sin necesidad de un operario, y allí las vacas se ordeñan de forma “voluntaria”. “Las dueñas del tambo son las vacas: ellas deciden cuándo venir”, afirmó el técnico agropecuario Marcelo Plá en diálogo con la prensa. Para que las vacas se muevan solas entre la parcela y el tambo, lo que se hace es fraccionarles la comida, que es su principal incentivo. El campo se divide en tres sectores de alimentación, en cada uno de los cuales hay una porción de la dieta. Cuando a una vaca se le termina la comida en esa parcela, o no ve tan atractivo lo que tiene para comer allí, va en busca de otro alimento. Todos los caminos conducen hacia el tambo y ahí está la trampa: para acceder a un nuevo sector de pastoreo el animal tiene que pasar por el sector de ordeñe.

Por lo general, las vacas son ordeñadas dos veces por día; algunas, tres. Para esto previamente pasaron por un proceso de acostumbramiento y desensibilización, de forma que ordeñarse se convirtió en una rutina para ellas. Los animales llevan un collar de identificación individual que es leído por las porteras inteligentes, que registran la hora en la que cada vaca pasó por última vez. En base a eso estiman si el animal tiene “derecho” o no a ordeñarse. Las que consiguen entrar son derivadas a un corral de espera, donde se ponen de acuerdo entre ellas respecto de cuál es la que tiene que entrar primero. “Ahí hay un tema de jerarquía y de dominancia”, explicó Plá. Luego, cada vaca ingresa a su ritmo al box de ordeñe, donde el robot lleva adelante toda la rutina, que dura unos siete minutos en promedio, desde la colocación del brazo mecanizado hasta el sellado de los pezones (desinfección). En un tambo convencional, el tambero chequea las vacas con sus propios ojos y puede ver si están en celo o tienen alguna enfermedad en la ubre. En este caso no hay una persona para chequear, pero el robot tiene diferentes sensores que en el momento del ordeñe detectan si hay algún problema en la leche o en la ubre, como mastitis, por ejemplo, que es la principal causa de descarte de leche. El descarte de la leche es “una garantía de calidad”, aseguró Fariña.

Actualmente hay cerca de 40.000 tambos robotizados en el mundo, y aunque ningún país tiene todos los tambos robotizados, hay lugares donde todos los tambos nuevos son automatizados, dijo Fariña. Cada robot cuesta entre 100.000 y 130.000 dólares, dependiendo de la empresa y la marca, y aunque hoy en día abrir un tambo de este tipo tiene un costo mayor al de un tambo convencional, “ese costo se va reduciendo año a año”, aseguró. Además del que funciona en el INIA, desde 2019 hay uno en San José y otro en Rocha.

Nuevo laboratorio de sanidad animal

En febrero de 2020 INIA La Estanzuela inaugurará su nuevo laboratorio de sanidad animal, que contará con 1.700 metros cuadrados de construcción y una de las salas de necropsia más grandes del país, según informó el director regional, Darío Hirigoyen. Algunas de las principales líneas de investigación serán la salmonela y la resistencia microbiana, que afectan sobre todo a terneros y vacas lecheras. El investigador principal en Microbiología de la Plataforma de Salud Animal del INIA, Martín Fraga, dijo a la diaria que la resistencia a los antibióticos es “un gran problema a nivel mundial”, que también afecta a la salud humana. “Después de tomar conciencia, vemos que hay una sola salud y no podemos diferenciar animales de humanos y del ambiente”, reflexionó.