A pesar del avance en el uso de la tierra de la agricultura y la forestación, Uruguay sigue siendo un país básicamente ganadero. Más de 60% de la tierra explotada es campo natural, una superficie en la que hay 400 especies de pasturas, en su mayoría forrajeras de ciclo estival e invernal, y más de 100 especies de leguminosas. Este lunes los ministerios de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, CAF (Cooperativas Agrarias Federadas) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) presentaron los resultados de un proyecto que permitirá desarrollar un protocolo para evaluar la degradación del campo natural y tomar decisiones que promuevan su manejo sostenible.
José María Nin, director general de Recursos Naturales del MGAP, aseguró que Uruguay tiene como desafío hacer que el campo natural produzca más y mejor: “Si bien lo hemos mantenido de buena manera, estamos con un debe muy grande. Hay que aumentar la productividad, pero de una manera sostenible”. Sostuvo que el trabajo presentado sentará las bases para maximizar la producción tanto de carne como de lana a través del pastoreo, de manera que “el campo natural le dé mayor impacto a la producción uruguaya”. De todas formas, Nin aclaró que en Uruguay hay todo tipo de suelos que permiten distintos tipos de producción. Sobre los cultivos, dijo que en el ministerio se está trabajando en la cartografía del país para mejorar el uso de los suelos. “Con el tema forestal estamos trabajado de manera tal que las áreas que se vayan a forestar en el futuro sean suelos aptos para ese fin. La clave es usar cada tipo de suelo para la producción más adecuada”, afirmó.
Por su parte, Fernando Coronel, consultor de CAF, fue el encargado de presentar el proyecto, que duró 18 meses y tuvo como finalidad desarrollar un protocolo estándar para “organizar el seguimiento y la evaluación de la degradación de la tierra y la gestión sostenible del campo natural” y fortalecer la capacidad de los actores nacionales y locales, en conjunto con productores para tener también un enfoque social, económico y ambiental. El estudio se llevó adelante en dos territorios: en unas 600.000 hectáreas del norte del país (en seccionales de Rivera, Tacuarembó y Salto) y en el sur, en las sierras y las lomadas del este, en seccionales de Maldonado, Lavalleja y Rocha. “80% del campo natural está en esas ecorregiones”, aseguró.
Del estudio surgió que en el caso del territorio norte hay diez problemas priorizados, mientras que en el sur hay cinco, y “para cada uno de ellos se pudo priorizar cuáles son sus causas directas e indirectas”.
“En los dos territorios el cambio del uso del suelo fue el principal problema que afectó la degradación de las tierras [...] En estos 15 años en el norte se perdió 8% de campo natural aproximadamente, y en el sureste la disminución fue proporcionalmente mayor. A nivel nacional se siguió la misma tendencia, con 14% de disminución (107.000 hectáreas)”, dijo Coronel.
El experto aseguró que a nivel del país la forestación aumentó entre 2000 y 2015 en casi 700.000 hectáreas; en el caso de la agricultura hubo un “aumento muy importante” en el sur, unas 25.600 hectáreas, y a nivel del país el incremento fue de 28% (900.000 hectáreas).
“En el sur también hubo un proceso de urbanización creciente, como puede ser el avance de las chacras turísticas [...] También este cambio del uso del suelo tuvo un impacto en la fragmentación del paisaje, hubo una pérdida de biodiversidad y una invasión de especies exóticas”, sostuvo.
Coronel añadió que los cambios trajeron también efectos positivos, como “la reducción de la desigualdad, y una mejora en el ingreso y el acceso a los servicios básicos como el agua potable, el saneamiento y la electricidad”. Como efecto negativo, mencionó el cambios en el estilo de vida rural, la migración hacia las ciudades y la nueva ruralidad: “productores que dejan los campos, se van a vivir a las ciudades y atienden desde ahí sus establecimientos”.
Una diferencia que se encontró en el estudio fue que en el norte los establecimientos son más grandes y hay una mayor presencia de residentes, mientras que en el sur los establecimientos son más chicos y vive menos gente, lo que hace que haya “una presión, hay que producir más para mantener niveles de ingresos suficientes”; además, “en los dos territorios 40% de las unidades productivas son familiares”, informó.
Jimena Pérez-Rocha, consultora de la FAO, aseguró que en el trabajo también identificaron problemas vinculados a las especies exóticas invasoras, como la garrapata, el jabalí y la mosca. “En el campo natural y para la sociedad local estos problemas afectan la calidad de vida de la gente que trabaja en el campo y en las ciudades”, dijo.