El Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL) es una institución de investigación y promoción del rubro ovino con foco en la fibra lana. Fue creado en mayo de 1966 en la Asociación Rural del Uruguay (ARU). En un inicio participaron productores de la ARU, de la Federación Rural (FR) y de las sociedades de criadores de ovinos. Un año después, por decreto, la Comisión Honoraria de Mejoramiento Ovino del Ministerio de Agricultura y Pesca se anexó al SUL “para complementar las acciones de investigación y promoción con las de mejora genética y extensión”, dice la página web del SUL en la presentación institucional.

Magdalena Rocanova, asesora en comunicación institucional, comentó a la diaria que el SUL es una institución pública de derecho privado que también está integrada por las Cooperativas Laneras Federadas. “Los productores ovejeros son los que proponen e integran la junta directiva”, señaló.

Ustedes llevaron adelante un programa para el desarrollo de las capacidades productivas y comerciales de personas tejedoras. ¿En qué consistió?

Este proyecto surgió como una inquietud que presentamos a la Oficina de Planeamiento y Presupuesto [OPP] por intermedio de lo que antes era el programa Uruguay Más Cerca, en 2018. Fue una propuesta para generar cursos de capacitación, transferencia de tecnología, pero vinculado a la posibilidad de generar conocimientos en diseño de producto y comercialización. De alguna forma, introducir en el proceso la posibilidad de que las protagonistas puedan ver en un período relativamente corto cómo era integrar esos aspectos al tejido artesanal con lana y cómo enriquecer su propuesta. Tratamos de que no quedara sólo en la capacitación. Fue una forma de aprehender, de interiorizar y de hacer uso del conocimiento, que es algo que sirve, que pueden aplicarlo y mejorarlo. Se generaron procesos que estaban esquematizados y se llegó a fortalecer dos grupos que quedaron funcionando y vendiendo productos con identidad propia.

¿Cuánto tiempo duró el proyecto?

Se aprobó en 2018, trabajamos todo 2019 y 2020. Fueron dos años de trabajo integrado por la OPP con la Sociedad de Fomento de Treinta y Tres, que lideró en territorio la gestión del proyecto. También apoyó el área de Desarrollo de la Intendencia de Treinta y Tres. SUL convocó a Sellin, una empresa que se dedica al comercio justo que trabaja con muchos artesanos del país. También creímos interesante incorporar a la Escuela Universitaria [Centro] de Diseño, porque queríamos unir a lo urbano, lo que es el diseño del producto, al tejido.

¿Cuántas personas participaron?

La cantidad de interesados que se capacitaron fueron unos 50, los grupos que quedaron tienen entre 20 y 22 personas. Es importante incluir en este tipo de proyectos aspectos como el asociativismo, el género, porque es lo que después sostiene a los grupos, además de lo productivo o económico. Cuando se van generando los grupos lo que se trabaja es la solidez y articulación en territorio. Por ejemplo: acuden a otras personas o grupos por una técnica en la que no son tan fuertes, o ante determinado trabajo apelan a compañeros que no están día a día en el grupo pero tienen determinadas capacidades. Es interesante ver cómo entre los dos grupos hay sinergia y tienen un núcleo fuerte de integrantes que trabajan todos los días en el emprendimiento, pero también se puede ampliar según el trabajo que se les demande. Los grupos son dos, uno en Cerro Chato, que se llama Tejiendo Sueños, y otro en Treinta y Tres, que se llama Azalea. El primero ya estaba trabajando, pero se fortaleció mucho y se enriqueció con el proyecto. Se hizo un trabajo de identidad regional en el que fue clave el aporte de Sellin y de la Escuela de Diseño, que trabajaron con una paleta de colores y conceptos que identificaba a cada grupo. Cada uno tuvo su identidad, el cometido era que quedaran funcionando de manera articulada y sostenible.

¿Con qué técnicas trabajaron?

Hubo diferentes técnicas con distintos tipos de telares y texturas, también se trabajó en la realización del fieltro.

Fotos: gentileza del Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL)

Fotos: gentileza del Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL)

¿Cómo manejaron la competencia con productos importados?

Se vio cómo calcular el precio, las horas de trabajo, la mano de obra y la dedicación a cada tipo de técnica. Al ser un trabajo artesanal que tiene un diseño y una dedicación, seguramente la fibra lana frente a la sintética tenga un costo superior, pero también esa fibra tiene una historia, un animal que fue cuidado, que es parte del sistema productivo, es una lana que cuenta una historia. Los precios frente a una fibra sintética son superiores, pero la lana, un material natural y renovable con ciertas propiedades térmicas, tiene infinidad de ventajas. Es para un público que está apostando a la sostenibilidad, y contribuir con el ingreso de estos trabajadores tiene un plus.

¿Ese fue el público objetivo al que apuntaron?

Sí, personas que valoran lo que significa tener una prenda con diseño, bien hecha, que da oportunidades de trabajo y dignifica la vida rural. Se apuesta a una fibra renovable, que tiene propiedades que hasta cuidan la piel. Hay una cultura uruguaya a través de las lanas que producimos y exportamos; la idea es acompañar a las tejedoras y tejedores a calcular bien un precio para que sean competitivos en lo nacional, saber cómo presentar su producción y venderla. Este rubro a veces es el que hace llegar al consumidor de las ciudades todo el trabajo, el esfuerzo y la investigación de la fibra lana a nivel de campo. Cuando los productos llegan a las ferias y exposiciones es una manera de contar la historia de lo que pasa en el campo, el tejido es una de las actividades más integradoras entre lo rural y lo urbano.

¿Usaron alguna lana en especial, como la merino?

No, no trabajamos ni por razas ni por micronaje. Se vio de manera técnica qué tipo de lana sirve para determinadas técnicas. La capacitación fue una excusa para poner como base manejar otras habilidades, como las redes. Capaz que lo que les gusta hacer es una bufanda, pero hoy lo que se está vendiendo es el pie de cama, entonces que hagan la bufanda pero que no desatiendan lo demás. Lo que buscamos es que no perdieran de vista los nichos de mercado, son cosas que les permiten hacer cosas que les gusta y que sea algo sostenido en el tiempo.

¿Cómo fue la capacitación en diseño?

Se armaron talleres, vieron lo que implica hacer un prototipo, una colección o un catálogo. Se trabajó de forma conjunta, pero cada grupo le dio su impronta.

¿Cómo se financió el proyecto?

Fue financiado todo por la OPP, con los tiempos técnicos de las instituciones que lo conformaban. El proyecto también financió equipamiento básico para que pudieran estar presentes en las exposiciones, determinadas herramientas de trabajo que cada grupo identificó necesarias. Como equipo queríamos que esos grupos quedaran con lo mínimo necesario para poder afrontar las demandas del siguiente año.

¿Cómo influyó la pandemia en la actividad?

Como toda actividad, seguramente en pandemia se detuvo, pero el contacto con las tejedoras se mantuvo. No sé bien cómo es la dinámica diaria en los locales, pero sí tenemos contacto con las referentes de cada grupo. Hubo un equipo multidisciplinario de economistas, diseñadores, comunicadores, agrónomos, docentes, laboratoristas, que atendieron la demanda de los grupos, por lo que se generó un contacto muy fluido. En 2020 hicimos actividades virtuales; es más: fueron a la Expo Prado y estuvieron con nosotros.

Pensaba más en las dificultades a la hora de vender.

Puede haber disminuido por las pocas posibilidades de presentarse en lugares, pero la virtualidad les ayudó a presentarse en las redes y hubo instancias que se pudieron hacer.

¿Tienen algún otro proyecto para desarrollar?

Hay un perfil de proyecto en el que se está trabajando, y el foco es identificar organizaciones que puedan financiar procesos de este tipo. Lo que nos gustó fue que este fue regional, tenemos la idea de fortalecer la zona este o tomar otra región para que haya sinergia en el territorio.