“Hay una correlación importante en el grado de crecimiento y desarrollo de un país y el grado de inclusión financiera que tiene. No es casualidad que los países más desarrollados sean los que tienen un mayor grado de inclusión financiera; esto se debe a que permite acceder a un montón de servicios financieros que van desde los más básicos hasta préstamos o ahorros para suavizar la volatilidad que tiene un flujo de caja y no depender de las ganancias de la compañía o de los ahorros que se tenga debajo del colchón”, dijo Pablo Verra, socio de Deloitte Deloitte Spanish Latin America en las prácticas del sector público y finanzas de impacto y desarrollo.

En el marco de la presentación del documento Disrupción para la inclusión. Tendencias y oportunidades no tradicionales para potenciar la inclusión financiera en América Latina, elaborado por Deloitte, Verra diálogo con la diaria sobre el tema. Para Verra, “gran parte de las pequeñas y medianas empresas [pymes] y de las personas realizan sus gastos con sus ahorros o reinvierten sus ganancias; el concepto de apalancamiento o de toma de deuda está mal visto o es algo que hasta produce terror en la gente”.

¿Qué países de América Latina tienen más y menos desarrollada la inclusión financiera?

Son dos países vecinos, pero depende de cómo la midamos. Una forma de hacerlo es la penetración del crédito privado sobre el producto interno bruto [PIB] del país; en este caso el que tiene una penetración mayor es Chile. Esto no quiere decir que esté bien repartida; trabajé mucho con Chile y, si bien tiene un sistema muy desarrollado y gran parte de la población está bancarizada, para una pyme que no está en el área metropolitana de las ciudades el acceso al crédito es difícil, y para los campesinos que no tiene historial crediticio el acceso también es difícil. Del otro lado está Argentina: tiene alrededor de 14% de penetración de créditos privados sobre el PIB. Más de 50% de la población argentina está excluida del sistema financiero; esto se da por una gran cantidad de factores, el primero de los cuales es la situación macroeconómica, con 50% de inflación. La gente tiene aversión a tomar deuda; además, los argentinos piensan mucho en moneda extranjera, no en moneda local, por lo que el contexto de endeudarse en moneda extranjera, con la volatilidad que presenta el peso argentino, es algo que los aterroriza. Argentina no tiene un desarrollo de deuda a largo plazo, las hipotecas prácticamente no existen: quién te va a dar fondeos a 20 años para poder prestar, nadie va a tomar deuda en dólares a 20 años. Además, en Argentina hay una carga impositiva muy alta, por lo que entrar en la economía formal en muchos casos complica la rentabilidad del negocio. 2001 no fue gratis; a pesar de que pasaron 20 años, lo ocurrido generó mucha desconfianza en el sistema financiero, las nuevas generaciones se mueven con otras cosas, como las fintech [empresas que ofrecen productos y servicios financieros a través de la tecnología], pero está la banca transaccional: toman dinero a tasa prácticamente cero e invierten en bonos o en instrumentos del tesoro. El resto lo prestan y no hay incentivos claros para prestar. Así y todo, Argentina es uno de los líderes latinoamericanos en el desarrollo de unicornios digitales: como la economía le presenta tantos desafíos, el emprendedor argentino suele volverse muy creativo. Así han surgido alternativas digitales como Mercado Pago, que ha tenido mucha aceptación, en especial durante la pandemia, y los bancos digitales.

Cuando hablamos de inclusión financiera solemos relacionarla sólo con la bancarización de los salarios o con las compras con tarjeta, pero por lo que usted dice es más que eso.

El concepto de inclusión financiera es la generación de recursos accesibles y asequibles para todo el universo de jugadores en el sistema económico, no sólo personas sino también pymes y empresas grandes. Es distinto incluir a una empresa corporativa que a una pyme, o a la base de la pirámide. No es la misma receta para todos los sectores. Algunos han cometido ese error: usar la misma receta para prestarle a una pyme que para prestarle a una persona física; eso, en general, termina mal.

¿Me puede dar un ejemplo?

El sector de las microfinanzas es muy fuerte en la región andina y hace un muy buen trabajo llegando a la base de la pirámide. Está el caso de la microfinanciera más grande de Perú, que se llama Mi Banco, que decidió escalar muy rápido en el tamaño promedio de sus préstamos. Eso hizo que la empresa fuera a la quiebra y tuvo que ser rescatada por Credicorp, el grupo del banco de crédito de Perú, que hoy es el dueño. Este es un ejemplo muy claro del cuidado que hay que tener cuando uno pasa de un sector a otro. Hay que tener mucho cuidado al querer subir, pero también al bajar; hoy hay instituciones financieras muy acostumbradas a prestar a sectores corporativos o pequeñas y medianas empresas, pero al mismo tiempo quieren bajar a atender a personas de la base de la pirámide, y esto requiere un tratamiento distinto, un grado de sofisticación distinto y un tratamiento bastante más personalizado, incluso muchos bancos deciden usar marcas separadas.

En el informe sobre inclusión financiera en la región dice que 51% de los adultos en América Latina tiene cuentas bancarias, pero un porcentaje mucho menor las usa para pagos. ¿Por qué cree que pasa esto?

El concepto que tiene la gente de una cuenta bancaria es muchas veces sólo para cobrar su sueldo, y lo que hacen es retirarlo el primer día. Hay poco incentivo, en general, de las instituciones financieras para desarrollar productos para la gente que tiene saldos relativamente bajos. Los bancos son estructurados en sus productos. Se ven muchas cuentas abiertas, pero son cuentas de paso: me depositan el sueldo, voy el primer día, me llevo la plata, compro dólares, la gasto o la pongo debajo del colchón; no la uso como producto financiero. No se toman préstamos, no se pone en un depósito a plazo fijo, y ni hablar de fondos de inversión. Y estamos hablando de la mitad de la población.

Foto del artículo 'Pablo Verra: “Hay poco incentivo de las instituciones financieras a desarrollar productos para la gente que tiene saldos bajos”'

Usted habla de productos que son para un nivel de ingresos de medio a alto. ¿Qué ventajas pueden tener las personas que cobran salarios menores?

Hay un tema de costos en las instituciones financieras tradicionales. En las microfinancieras hay un acercamiento bastante más personalizado hacia la base de la pirámide, y en la fintech, como no tiene que mantener la estructura de un banco, pueden generar productos para niveles más chicos. Un caso muy interesante es el de M-PESA, en Kenia; fue la primera compañía de pagos que surgió a partir de una empresa de telefonía móvil. Hoy es la más grande de Kenia y una de las más grandes en África. Ellos aprovecharon la escala. Ibas a un bolichito en medio de la selva con el teléfono celular y se hacían trasferencias de diez dólares, cobraban una comisión alta en función del total y los volúmenes eran muy grandes. Este es un caso que se usa mucho para demostrar cómo incluir financieramente a países muy pobres.

¿Cree que los gobiernos deben incentivar más la inclusión financiera?

Para los gobiernos está totalmente alineado incluir más gente en la economía formal, y deberían generar más incentivos para que haya más jugadores, sean bancarios o no bancarios. El sector financiero es uno de los más regulados; no se trata de otorgar licencias a diestra y siniestra, para que no pase lo que pasó en Uruguay en 2002 es necesario cuidar quiénes entran en el sistema, pero favorecer la competencia y que haya un enfoque dedicado a la base de la pirámide, que es la más marginada por un tema de costos, es el camino. La gente no entiende los productos porque no hay flexibilidad en lo que se les ofrece.

Ustedes destacan una disparidad de género en el acceso a la inclusión financiera. ¿A qué se debe?

El concepto de equidad tiene que darse por básico y asumido por todas las instituciones financieras: el hombre es igual que la mujer para tomar un crédito. Uno de los temas es que la mujer quiere ser atendida de una forma diferenciada, no se la atiende igual que a un hombre y hay un montón de estudios que justifican esto. También quieren trabajar con un banco que atienda bien a sus empleadas. No estoy hablando de una tarjeta rosa para ir a gastar; ese es el preconcepto que tienen muchas instituciones financieras. La mujer emprendedora, o la que administra las finanzas de la casa, toma menos riesgos, es más conservadora, es mucho más leal que el hombre, repaga los préstamos mucho mejor. La mora promedio de la mujer es menor que la mora de los hombres, por lo cual es un mercado poco explorado pero con muchísimo potencial de negocio. Hay una red que se llama Women’s World Banking, que se ha capacitado en prestarles a las mujeres emprendedoras. Achicar la brecha de género va más allá de probarle al mundo que somos todos iguales. Es un negocio espectacular y no lo digo yo: lo dijo Christine Lagarde, expresidenta del Fondo Monetario Internacional. Hay muchas instituciones que todavía no se dan cuenta.

¿Qué pasa con las mujeres trabajadoras? Hasta ahora me habló de las emprendedoras.

Es muy parecido. La mujer que trabaja y maneja la economía de la casa es mucho más cuidadosa con sus gastos. Un problema que a veces ocurre es que la mujer toma un crédito y el hombre toma control sobre este, pero si la mujer tiene el control sobre el uso de los recursos, la capacitad de repago es más alta porque la mujer es conservadora y más leal; no quiero generalizar, pero son los estudios que hicimos. El hombre es mucho más propicio a la oferta pro comodidad. Está más enfocado en precios y comodidad.

Además, no se trata sólo de la brecha de género, hay una brecha racial enorme, hay brechas por religión. Por eso se desarrollaron, por ejemplo, las finanzas islámicas, que es un concepto súper interesante porque bajo ley del Corán no se puede cobrar intereses, entonces hay que diseñar instrumentos para eso. Hay estudios de cómo funcionaría la aplicación de finanzas islámicas en América Latina, y se termina en una economía más equitativa.

¿Cómo es que se cobra interés en las finanzas islámicas?

Por ejemplo, una persona quiere comprar un departamento o un auto. No se toma un préstamo, lo que hace el banco es comprar el auto y alquilártelo. No se tiene la propiedad del auto. Hay bonos islámicos y todo un universo para el que no se necesita ser musulmán. Tiende más a la equidad porque no permite los productos especulativos, como por ejemplo la compra a futuro; no digo que las excluyamos, pero al poder generar ganancias más legítimas se tiende a un modelo más equitativo.

La pandemia afectó el comercio y crecieron las compras on line.

El boom de la capitalización de Mercado Libre no es casualidad; es una empresa que vale por encima de los 100.000 millones de dólares. Ha habido un enorme desarrollo del comercio digital que es positivo; se están haciendo transacciones que quedan registradas, se genera una historia crediticia digital y hay empresas que miran el historial de compra digital y en base a eso otorgan créditos. Uno de los grandes problemas que uno tiene para tomar un crédito es que si no cuenta con una tarjeta o un préstamo no tiene historial, pero salen estas alternativas creativas.

¿Cómo cree que los gobiernos pueden incentivar la inclusión financiera?

No existe una receta mágica, depende de cada país. Si se quiere fomentar la economía formal, una de las maneras es hacer los pagos a través de una institución financiera. Si lo único que se va a hacer es forzar a la gente para que tenga que ir al banco sin ofrecer canales alternativos y simples, no sirve. Tengo muy presente la imagen del año pasado cuando forzaron a jubilados en medio de la pandemia a hacer una cola para cobrar su jubilación; eso es un golpe a la moral y al futuro. Eso tampoco sirve, lo que tenemos que hacer es desarrollar productos accesibles con costos razonables y que la gente tenga algún incentivo por dejar trabajando esa plata en el banco. La educación financiera debería estar más presente. Eso es una responsabilidad del Estado, creo que debería ser parte de la currícula o de alguna materia a nivel secundario; los chicos no pueden salir del colegio sin entender qué es un préstamo, un depósito o cómo funcionan las instituciones. La educación es la base y es en lo que fallamos. Si no logramos que la gente entienda no se les puede pedir que tomen una hipoteca, sería un despropósito. El futuro es digital; vino para quedarse y va a potenciar la inclusión financiera.

¿El teletrabajo y el salir menos de los hogares también lo potencian?

Es un ganar ganar: uno no sale de su casa y el costo del banco por transacción es marginal con respecto a tener un cajero atendiendo.

En ese caso, los trabajadores bancarios podrían decir que se están perdiendo fuentes laborales.

Lo que hay que hacer es readecuar las fuentes laborales. Lo que no tenemos que hacer es pelearnos por el tamaño de la torta, sino trabajar juntos para tener una torta mucho más grande, porque tenemos ese potencial y no creo que se pierdan fuentes de trabajo, ya que el mercado va a ser mucho más grande y eficiente que el actual.