“Es una terapia alternativa, cuando vine acá estaba con medicación y me sirvió para distenderme. Estás en tratamiento y al mismo tiempo vas aprendiendo un oficio. Cuando estás en rehabilitación volver a socializar es complejo, está el estigma. Venir acá y saber de partida que eso no está te da alivio. Con el tiempo desarrollás un sentido de pertenencia que está bárbaro”, dijo Mauricio a la diaria. Mauricio es un participante de Horneros, un programa que capacita en serigrafía a personas con problemáticas de consumo de drogas.

La iniciativa surgió de la mano de la educadora social Mariana Ferre y la licenciada en Comunicación Patricia Greciet. Ambas hablaron con la diaria sobre Horneros y su forma de trabajo. Ferre contó que el programa está alineado a un modelo de integración social que tiene como objetivo “generar un espacio de integración, capacitación, socialización y construcción de un proyecto de vida para las personas en tratamiento”. Explicó que parte del tratamiento es “revincularse” y construir “nuevos espacios de integración”, como la capacitación. Las personas que asisten a Horneros son derivadas desde centros de tratamiento de consumo de drogas. Además, el propio programa convocó desde sus redes sociales a personas que estén en tratamiento y quieran sumarse a los talleres.

A la par de Horneros se creó Bowi, una marca de remeras sin fines comerciales que “apunta a la transformación de las personas y de la sociedad”. Las prendas tienen como particularidad que sus bolsillos muestran diseños serigrafiados por las personas que aprenden en los talleres de Horneros. Todas las ganancias de la venta de remeras van para el programa, “es como un ciclo que se va retroalimentando”, dijo Greciet. Los encargados de impulsar el programa trabajan de forma honoraria, “lo hacemos porque creemos en esto”, afirmó Ferre. Además, Greciet destacó que durante una campaña para promocionar las remeras contaron con mucha gente que “puso su trabajo sin esperar nada a cambio”, como fotógrafos, modelos y artistas.

Las iniciativas comenzaron a trabajar en 2020. “En ese momento la Junta Nacional de Drogas [JND] empezó a financiar a un docente para el taller de serigrafía, y ese fue el empujón para poder construir el grupo y que empezara a funcionar el programa”, recordó Greciet. Desde el comienzo hasta hoy, pasaron casi 30 personas por los talleres de serigrafía, en su mayoría, jóvenes adultos. “Las personas están mientras pueden, hay algunas que están desde 2020 y otras que pasaron y se fueron”, comentó Ferre. “Tienen las particularidades propias de personas en tratamiento: participan, desaparecen un tiempo, los llamás, les preguntás en qué andan, vuelven a retomar. Así son los procesos de tratamiento, la gente prueba en distintos espacios hasta que encuentra uno que se ajusta a sus posibilidades, características e intereses”, agregó Gustavo Rotunno, educador social e integrante de Horneros.

La capacitación no tiene duración, pero se entrega un certificado a fin de año que muestra la cantidad de tiempo que participaron. Rotunno comentó que a las personas que “sostienen” su participación durante más tiempo se les paga por la venta de bolsillos y remeras. “Eso está bien estipulado: tantos bolsillos, tanto es la paga. Ahí se socializa cuántos se hicieron en total y cuántos hizo cada uno. Se monetiza ese espacio de trabajo porque hay un saber, no es un regalo. No todos participan de eso, porque al apuntar a la calidad no se puede entregar cualquier cosa”, explicó.

“A eso se suma que hay personas que están en tratamiento y no podemos entregarles dinero directamente si no están preparadas para esa situación”, añadió Ferre. Existe un acuerdo con la persona y con un referente afectivo que ayuda a gestionar el dinero que se paga por los bolsillos que hace cada participante. Aunque también hay casos de participantes que están preparados y que manejan sus ingresos de forma autónoma.

“Trabajamos desde una perspectiva de reducción de riesgos y daños, de la forma más neutral posible, porque vienen personas desde diferentes tratamientos, abordajes y paradigmas”, contó Ferre. Señaló que la mayoría de las personas que llegan tienen poco nivel educativo formal, pero sí tienen “muchos saberes y aprendizajes informales”. Con base en eso, trabajan para el desarrollo de competencias transversales y específicas de los participantes: “Las transversales están vinculadas a las habilidades para la vida, las competencias que todos los trabajadores y trabajadoras debemos desarrollar para poder sostener un trabajo. Las específicas están vinculadas a la serigrafía, al diseño y a otras que queremos impulsar más adelante”, comentó.

Buscan consolidarse como una opción de empleo protegido para los participantes. Según explicó Rotunno, es un tipo de empleo que genera condiciones más flexibles para el acceso al mercado laboral de personas que por su propia cuenta lo tendrían más difícil. El proceso también es acompañado por un equipo de referentes educativos laborales de la JND. Rotunno planteó que es “fundamental” que cada uno de los participantes cuente con uno para que esté en los detalles de cada proceso.

De buena calidad y con valor social

Bowi tiene como objetivo crecer para generar nuevos roles en el futuro y que cada participante termine cumpliendo una función dentro del emprendimiento. Para lograrlo, piensan en capacitar a los participantes en áreas como diseño gráfico, comunicación y ventas, con el objetivo de que cumplan los roles que existen en una marca de ropa. “Hoy es una marca de remeras, mañana se van a poder generar otros productos a partir de que sepan hacer otras cosas”, dijo Greciet.

Otra iniciativa que buscan impulsar es mostrar el taller en eventos de empresas y organizaciones para que cada participante haga “su remera, su bolso, su pañuelo o lo que sea”, planteó. Rotunno aseguró que quieren “deconstruir” la imagen del usuario de drogas, aunque aclaró que la idea es no exponerlos, porque es un proceso que no “es para todos”. Explicó que los que están más avanzados en el tratamiento pueden transitar por otros espacios con estímulos “un poco más peligrosos” con respecto a los que están comenzando.

“Como casi no tenemos apoyo, todo lo que hacemos es a corto plazo, porque no tenemos inversión para hacer publicidad”, indicó Greciet. Relató que comenzaron haciendo “todo a pulmón” y que mucha gente los ayudó de la misma forma: “Al programa hay que dedicarle mucho tiempo e inversión. Hasta ahora lo hemos hecho nosotras, hemos puesto horas de trabajo y las vamos a seguir poniendo, pero no podemos volver a pedirle a la gente que no cobre por su trabajo”. Por ese motivo, necesitan mejorar las ventas a corto plazo; una de las formas de lograrlo es con el apoyo de empresas u organizaciones.

Para ayudar a que el programa crezca, hay varias formas de que la comunidad colabore. La vía más rápida es comprando las remeras de Bowi: “se puede comprar por redes sociales y vamos a estar en ferias: en Tribu en octubre y en Cósmica también. Pronto vamos a informar una fecha”, contó Greciet. También se los puede contratar para cubrir las necesidades que tenga una empresa en estampados, por ejemplo, para los uniformes.

Las remeras son de colores sólidos, lisos, y sus bolsillos están hechos con algodón reciclado de prendas blancas en desuso. Los bolsillos, serigrafiados por los participantes de Horneros, están sobre el lado del corazón, porque, según dicen en Bowi, “sólo allí entran las cosas importantes: compromisos, sueños, proyectos, esperanza, futuro”. Ferre comentó que el proyecto también tiene un enfoque de cuidado medioambiental: “Hicimos una movida en la que aportando al proyecto con algodón en desuso se hacía un descuento en la remera. Incentivamos a aprovechar el algodón y contaminar lo menos posible”. Según Greciet, la prenda apunta a un nuevo consumidor, que a la hora de comprar “se fija que haya algo atrás, que diga ‘antes de comprar esta remera compro esta otra porque tiene un trasfondo social y medioambiental’”.

Señaló que generalmente los productos que tienen un trasfondo social están asociados a lo “mediocre” o a un “menor valor”; por lo tanto, se esforzaron para tener un producto de calidad. “Queremos lograr un producto que la gente quiera tener y que lo vista con orgullo porque tiene más valor que cualquier otra remera”. Este año lanzaron una colección de invierno con remeras de manga larga y tienen la intención de generar una nueva en octubre. Aspiran a aumentar en 50% las ventas durante las fiestas. Desde que existe Bowi, se vendieron 100 remeras, la mitad a fin de año del año pasado. La idea es aprovechar esa etapa del año, que es la de mayor consumo.

Para Rotunno, Bowi y Horneros apuestan a una economía justa y generan que el precio del trabajo tenga un valor solidario. Además, comercializa un material “de buena calidad, amigable con el medio ambiente y estéticamente lindo”. Sostuvo que una de las cosas más interesantes es que el proyecto separa a la figura del consumidor de drogas de “lo oscuro, lo feo y lo sucio” y muestra que “la belleza puede surgir si se crean las condiciones”. “Es una propuesta diferente, que ata mundos, miradas, sensibilidades y estéticas. Está bueno tender esos puentes y visibilizar problemáticas que son terribles”, afirmó.

Falta de apoyo

“Desde 2005 a 2020 hubo un movimiento fuerte de políticas de drogas que tienen que ver con la integración social”, recordó Rotunno, y añadió que “hubo mucho desarrollo en el país desde la Secretaría Nacional de Drogas. Se armó un formato que integraba dentro del tratamiento actividades educativas formales, no formales, programas culturales, empleo protegido y se crearon cooperativas de trabajo y pasantías laborales”. En los últimos años, por “cambios de lógicas de los gobiernos”, eso está “un poco retraído”.

El proyecto busca mostrar que el tratamiento que es “únicamente medicamentoso” o que “termina en un grupo de autoayuda” es insuficiente. “Las personas vuelven de estar pensando todo el tiempo en qué consumir o dónde conseguirlo, a la realidad, que sigue siendo la misma que cuando empezaron con el consumo”, dijo. Horneros apunta a transformar las relaciones, las competencias y el entorno inmediato de las personas en tratamiento.

En sus inicios, el programa contó con el apoyo de la JND, que financió las horas del docente de serigrafía y colaboró con 2.000 pesos por mes en materiales hasta 2021. Este año, la JND financiará desde octubre hasta diciembre. Desde el proyecto han intentado lograr un mayor apoyo estatal, pero la respuesta fue que “no es el momento para poder apoyar”. Rotunno planteó que al ser un emprendimiento diferente, el Estado “sospecha”. “Dicen ‘¿cómo?, es un proyecto social pero venden remeras, ¿dónde está el curro?’”. Por otro lado, los privados “no los ubican”, porque “es una empresa social y no saben qué es”.

Actualmente, reciben apoyo de la Cooperativa de Docentes para una Formación Integral y de la cooperativa de consumo Cuteantel, que les brindan el espacio para realizar los talleres y cubren la parte administrativa. “Dos empresas del mundo cooperativo es de donde recibimos mayor sensibilidad para entender el proyecto”, destacó.

Ferre contó que han hecho reuniones y acuerdos de palabra, pero todavía no han logrado otros convenios. Se presentaron a llamados para trabajar con “jóvenes, con mujeres en situación de violencia o desigualdad y población en situación de vulnerabilidad en general”, indicó. Quieren que el programa apoye a diferentes poblaciones que tengan dificultades de acceso al mundo del trabajo y necesidades de capacitación, además de a las personas con consumo problemático de drogas.