En su obra La parte común (2022), el filósofo francés Pierre Crétois plantea que la gran transformación que debe afrontar la sociedad actual requiere “reconsiderar la apropiación privada” y con ello la idea “poderosa y arraigada” de que cada uno es dueño de su casa y puede hacer allí lo que quiera. Crétois entiende que sólo la limitación del ejercicio de propiedad puede permitir que este sea compatible con las normas de la justicia, y que para ello se debe promover la articulación de lo propio con lo común, lo que va de la mano de quitarle jerarquía al derecho a la propiedad para ponderar derechos que entiende superiores, como el acceso a la vivienda y la salud y el cuidado del medio ambiente.
Crétois baja a tierra sus conceptos para enmarcar lo que él denomina “ideología propietaria” en un contexto mundial marcado por el crecimiento de las ultraderechas, y, usando la elección de Javier Milei en Argentina como ejemplo, señala que la derecha radical “sitúa el respeto a la propiedad privada y las libertades económicas en el corazón del orden político”; sin embargo, es optimista al afirmar que “sólo se defiende con tanta claridad un principio cuando ha perdido públicamente su evidencia”, por lo que “esta fijación en la ideología propietaria es, quizás, un síntoma de que está al final de su vida”.
En La parte común decís que “la gran transformación que tienen que operar nuestras sociedades requiere reconsiderar la apropiación privada”. ¿Está preparado el sistema para esta discusión?
Esta es una pregunta importante. Desde el momento en que, con el giro neoliberal, la prioridad de los Estados es garantizar las libertades económicas, discutir los derechos de propiedad parece imposible. En Francia, por ejemplo, el Consejo Constitucional puede rechazar leyes en nombre del respeto a los derechos de propiedad y la libertad empresarial. Al mismo tiempo, sin embargo, existe una fuerte presión de la opinión pública en respuesta a las crisis medioambientales. Esto puede obligar a los gobiernos a tomar decisiones que debiliten los derechos de propiedad y las libertades económicas en nombre de imperativos políticos urgentes. Esta es nuestra posición: o dejamos que los gobiernos actúen en nombre de los propietarios, o exigimos que la política recupere el poder para garantizar que prevalezcan los objetivos colectivos a largo plazo.
¿Cuáles son las principales consecuencias a nivel social de la concepción imperante de lo que denominás “ideología propietaria”?
Lo que yo llamo ideología propietaria, que no debe confundirse con la ley, explica la forma en que vemos y experimentamos la propiedad hoy en día. Son ideas que se establecieron en los siglos XVII y XVIII en Europa, primero en el contexto protestante pero luego incluso en el católico, por ejemplo, en los escritos del filósofo John Locke. La primera idea es que el derecho a la propiedad es un derecho natural justo en sí mismo, la segunda es que este derecho a la propiedad debe adquirirse mediante el trabajo para ser legítimo, la tercera es que la propiedad premia el mérito individual, el cuarto es que cada uno hace lo que quiere con lo que le pertenece (el derecho a usar y destruir las cosas) y la quinta es que nadie puede interferir o limitar el uso que otros hacen de lo que les pertenece.
¿Es lo mismo decir ideología propietaria que liberalismo o derecha, en términos políticos? ¿O hay ideología propietaria en la izquierda también?
Aunque sea provocativo, de izquierdas o de derechas, la ideología propietaria es la misma. De hecho, paradójicamente, no se puede decir que la izquierda tradicional sea realmente crítica con la ideología de la propiedad. La izquierda a menudo defiende la pequeña propiedad frente a la gran propiedad capitalista y afirma que la propiedad debe adquirirse mediante el trabajo: Marx compartía con Locke la idea de que la propiedad debía adquirirse mediante el trabajo y criticaba a los propietarios de los medios de producción por explotar el trabajo de los proletarios. ¿Cuál es entonces la diferencia con la derecha, que sostiene que las desigualdades de propiedad pueden explicarse por el trabajo y el mérito de cada uno? La izquierda tradicional utiliza la ideología de la propiedad para criticar la ideología de la propiedad, pero no se sale con la suya. En realidad, es la ideología de la propiedad en su conjunto la que necesita ser cuestionada desde sus raíces, porque está causando demasiado desorden social y ambiental. Nuestra relación con los recursos naturales y nuestro medio ambiente debe vivirse de una manera diferente que a través del concepto de apropiación privada y monopolización.
En un mundo donde la ultraderecha se erige con fuerza, como lo hemos visto en América y en Europa, ¿ves con temor una consolidación de la ideología propietaria?
Estamos atravesando un momento de reacción política. En todo el mundo, la gente imagina que recuperará el control de sus vidas volviendo a los valores tradicionales en lugar de afrontar los desafíos de adaptarse al nuevo mundo que se avecina. Esto explica el surgimiento de una versión radical de la derecha. En su versión libertaria, como lo demuestra la elección de [Javier] Milei en Argentina, esta derecha radical sitúa el respeto a la propiedad privada y las libertades económicas en el corazón del orden político. Se trata, pues, de una defensa de la ideología propietaria. Pero podemos consolarnos con el hecho de que sólo se defiende con tanta claridad un principio cuando ha perdido públicamente su evidencia. Esta fijación en la ideología propietaria es quizás un síntoma de que está al final de su vida.
¿Es un triunfo de la ideología propietaria su asociación con el concepto de la libertad?
Sí. En el libertarismo, como en el de Robert Nozick, la garantía de la propiedad aparece intrínsecamente ligada al triunfo de la libertad; esto es relevante históricamente. La defensa de los derechos de propiedad ha sido una forma de limitar el poder político, pero el libertarismo va más allá al sugerir que cuando el Estado recauda impuestos o regula la economía está atacando los derechos de propiedad y, por tanto, la libertad individual, y que debería limitarse estrictamente a garantizar la libertad de disponer de la propia persona y de sus bienes. Sin embargo, sabemos que el orden de propiedad produce pobreza, exclusión social y destrucción ambiental, y que esto no es compatible con la libertad para todos. En consecuencia, el Estado debe estar por encima del resto para garantizar que la garantía de los derechos de propiedad sea compatible con la garantía de una libertad duradera para todos.
¿Derrocar la ideología propietaria es derrotar al capitalismo?
No necesariamente, porque el capitalismo tiene una habilidad especial para adaptarse. De hecho, si consideramos que la economía del acceso, la economía de las funcionalidades o la economía colaborativa funcionan sobre la base de la idea de que para disfrutar y beneficiarse de las cosas no es necesario ser propietario, entonces podemos decir que el capitalismo, aparentemente, puede dar cabida a la crítica de la ideología propietaria a través de nuevas formas de intercambio comercial que conduzcan a nuevas formas de acumulación de capital. Pero, en realidad, esto es sólo una apariencia, porque el capitalismo se alimenta de los mecanismos de monopolización privativa de la riqueza. Abandonar genuinamente la ideología propietaria implica, en realidad, una transformación fundamental del sistema económico, en particular a través de un control ciudadano capaz de imponer que lo común debe estar por encima de lo apropiado.
¿La abolición de la propiedad privada, como planteaba Marx, no es una opción viable hoy?
No diría que la abolición de la propiedad en el sentido de Marx no sea una opción viable. Simplemente diría que al retener sólo esto de Marx, el marxismo pierde una crítica más radical de la ideología de la propiedad. De hecho, lo que el marxismo ha conservado de Marx es lo que dice con Engels en el Manifiesto Comunista: abolir la propiedad privada de los medios de producción para expropiar a los expropiadores. Pero Marx, en su juventud, produjo una crítica más radical de la mentalidad propietaria. En mi opinión, debemos volver al joven Marx para desarrollar una crítica de la propiedad privada que esté a la altura de los desafíos ambientales contemporáneos.
Lo que estoy defendiendo, entonces, es abandonar la idea de que propiedad significa poseer el control absoluto sobre los recursos. Cada uno sólo debería tener derechos sobre las cosas que sean compatibles con los demás. También debemos ser conscientes de la idea de que la propiedad no siempre es la mejor manera de proteger nuestra relación con las cosas. De hecho, a veces sacamos más provecho de las cosas cuando las compartimos, siempre y cuando este intercambio se organice democráticamente para permitir que todos prosperen.
¿Qué papel juega el Estado en esta discusión? ¿Es el actor clave para llevar adelante la necesaria limitación del ejercicio de la propiedad?
Es una gran pregunta. Hay dos opciones posibles para derribar el orden de propiedad: la ruta anarquista de izquierda, que dice que debemos recuperar el control de nuestras vidas localmente dentro de la comunidad a la que pertenecemos, y que, si todos dejamos de colaborar con el sistema, este colapsará; y la ruta estatista, que dice que sólo el Estado es capaz de transformar el orden de propiedad y recuperar su control de una manera que pueda negociarse democráticamente. Cada una de estas opciones tiene su justificación: el anarquista dirá que el Estado está en manos de fuerzas económicas que no tienen ningún interés en derribar el orden propietario (y muchos hechos lo confirman) y el estatista dirá que el anarquismo es insuficiente para lograr las transformaciones masivas que necesitamos hoy. Por mi parte, sin ilusiones y compartiendo los objetivos de muchos anarquistas de izquierda, encuentro más convincentes los argumentos a favor de la vía estatista.
¿Qué ejemplos positivos encontrás de articulación entre lo propio y lo común?
Hay muchos. En primer lugar, es necesario comprender qué entiendo por articulación entre lo propio y lo común. Esto significa que no podemos pretender tener derechos sobre cosas que no son compatibles con los derechos de otros (esto puede incluir los derechos de los entornos naturales o de los seres vivos no humanos). Desde este punto de vista, defiendo la idea de que las cosas son inapropiables y que sólo podemos tener derechos parciales y relativos sobre ellas. Contra la lógica de las vallas y del derecho a separarnos, debemos insistir en el hecho de que estamos vinculados unos a otros y que el uso que hacemos de lo que nos pertenece siempre tiene efectos indirectos en los entornos de vida compartidos. Si queremos ir más allá, existen experiencias basadas en el compartir: vivienda compartida (cooperativa), reapropiación de los espacios urbanos, bibliotecas públicas, instalaciones deportivas compartidas, etcétera.
Desde chicos nos enseñan que debemos respetar lo que es de los demás y que cada uno debería poder conservar lo que es suyo. En cambio, podríamos optar por educar a las personas para que compartan. Y me parece que todas las formas de disfrute basadas en compartir que estén libres de la lógica del mercado son direcciones interesantes para seguir.
Pero, de otra manera, producir una legislación fuerte para proteger el medio ambiente es otra forma de decirles a los propietarios: “ustedes no tienen todos los derechos sobre lo suyo, pertenecen a los ecosistemas y su uso de las cosas debe ser respetuoso con ellos”.
Detengámonos un momento en el vínculo entre la propiedad privada y la vivienda. ¿Es una de las peores expresiones de la ideología propietaria el hecho de que haya viviendas abandonadas y gente en la calle?
El problema de las viviendas desocupadas es particularmente interesante. El privilegio del propietario es el derecho de excluir a cualquiera de lo que le pertenece. ¿Pero no es un abuso del derecho de propiedad, un abuso del derecho de exclusión, cuando no se utiliza una casa mientras otros no tienen un techo sobre sus cabezas? Algunos juristas han defendido la idea de que el derecho a la propiedad sólo se protege cuando se utiliza de acuerdo con su función social. Sin embargo, una vivienda que ha sido abandonada no se utiliza de acuerdo con su función social. Por eso algunos abogados italianos han defendido la idea de que deberíamos poder expropiar a quienes abusan de esta manera de sus derechos de propiedad. También es una forma de vincular lo propio y lo común y recordar a los propietarios que la legitimidad de sus derechos presupone el respeto a los derechos de los demás.
¿Los barrios privados son una expresión de la ideología propietaria en el territorio?
Se podría decir que permiten a una comunidad humana recuperar el control sobre el entorno en el que vive o se podría decir que permiten que una comunidad humana se separe del resto de la sociedad. Creo que la segunda hipótesis es cierta. Los barrios privados —que no están muy desarrollados en Francia— parecen ser baluartes adicionales levantados por los propietarios para protegerse del resto de la sociedad y preservar sus privilegios. Como tales, son la expresión más cruel y violenta de la ideología de la propiedad.
¿Debería revisarse o directamente eliminarse el derecho a la herencia?
La cuestión del patrimonio es crucial. Su vínculo con la ideología de la propiedad es obvio. Alguien que ha adquirido riqueza a través de su trabajo debería poder disponer de ella al final de su vida y transmitirla a sus hijos. Esta creencia está profundamente arraigada en nuestras mentes. Esto explica por qué incluso los más pobres se oponen al aumento del impuesto a la herencia, aunque no les afecte. Como resultado de la ideología propietaria vemos a los más pobres solidarizarse con los ricos, sin darse cuenta: cada uno hace lo que quiere con lo que ha ganado con su trabajo, y el Estado no tiene por qué interferir. Pero lo que se ignora desde el punto de vista del propietario es la injusticia del nacimiento. A causa de la herencia, las dotaciones iniciales de los individuos son muy desiguales, sin ningún vínculo con sus elecciones o su actividad, simplemente por su nacimiento. Si quisiéramos respetar el trabajo y las elecciones de las personas, como sugiere la ideología del propietario, tendríamos que abolir la herencia para que todos pudieran beneficiarse únicamente de los frutos de sus elecciones y actividades. El dinero acumulado por el difunto debería utilizarse para crear un dividendo social porque, en teoría, todos somos herederos de la riqueza producida por la sociedad. Esto parece radical y merece ser criticado y matizado, pero lo que quiero decir es que hay mucho trabajo por hacer en términos de justicia en herencia para disminuir el poder del propietario e imponer la consideración de las demandas del bien común.
¿Cómo influye la ideología propietaria en el abordaje del medio ambiente?
Teóricos como Garrett Hardin en “La tragedia de los comunes” han defendido la idea de que los bienes comunes son necesariamente sobreexplotados y destruidos. En este caso, la introducción de derechos de propiedad puede hacer que los individuos sean responsables del uso sostenible de los recursos naturales. De esta manera, la Nueva Economía de los Recursos ha podido defender la idea de que los derechos de propiedad son la mejor manera de lograr una gestión razonada y sostenible de los recursos. Sin embargo, en el caso de la contaminación, el derecho a disponer absolutamente de las cosas puede aparecer como un derecho a destruir. Todo aquel que dice ser dueño de su propia casa y de sus bienes cree que nadie tiene derecho a interferir en el uso que hace de lo que le pertenece, incluso si ese uso contribuiría indirectamente a la destrucción del medio ambiente. En contraste con esta visión de los derechos de propiedad como un derecho a separarnos de los entornos en los que vivimos, hoy debemos recordar que nuestra propiedad pertenece a los entornos en los que vivimos, que hay una parte compartida en ella y que sólo tendrá sobre él aquellos derechos que sean compatibles con la preservación del medio ambiente. Por lo tanto, debemos derribar las vallas que rodean nuestra propiedad y reintegrarla al patrimonio común de la naturaleza.
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