La pandemia ha puesto en evidencia nuestra vulnerabilidad y nuestra inevitable interconexión como seres humanos. En el Día Mundial del Medio Ambiente nos encontramos inmersas en una crisis ecológica, social y económica a nivel global, producida por un modelo basado en el crecimiento ilimitado y la explotación de cuerpos y ambientes. Las consecuencias de este modelo hacen cada vez menos habitable este planeta. El conflicto capital-vida nos interpela y hace que nos preguntemos: ¿qué vida deseamos sostener?; ¿qué tipo de vida merece ser vivida?; ¿cuáles son las opciones para hacerlo posible?

Yayo Herrero, ecofeminista y activista, nos convocaba en las Jornadas de Debate feminista de 2017 a articular los paradigmas de la economía feminista y la economía ecológica. La economía feminista subraya la honda contradicción entre las lógicas necesarias para la reproducción social de las personas y el proceso de acumulación de capital, mientras que la economía ecológica enfatiza la inviabilidad de un sistema económico que ignora los límites biogeofísicos y los ritmos necesarios para la regeneración de la naturaleza. El diálogo entre ambos paradigmas, a pesar de ser una confluencia reciente, es urgente e imprescindible. Desprivatizar y desfeminizar la responsabilidad de sostener la vida son dos ejes centrales de esta confluencia que la economía feminista ha colocado en el debate público.

Desde la perspectiva ecológica, la crítica al capitalismo se sustenta en el principio de ecodependencia con la naturaleza. Los ciclos naturales reciclan elementos indispensables como el agua y propician procesos como la polinización, sin los cuales la vida en la Tierra no sería posible. El capitalismo se basa en la explotación de la naturaleza despreciando los límites físicos que imponen los ciclos naturales e ignora los tiempos de cuidado necesarios para que sea posible la vida. Las orientaciones de la escuela económica neoclásica basan su dinámica expansiva en la explotación del trabajo humano, la extracción ilimitada de materiales finitos y la aceleración de los ciclos naturales. Es un modelo que lleva al límite la capacidad de reproducción de la naturaleza y los tiempos de vida de las personas, hasta el extremo de colocar como contradicción el capital y la vida.

Desde los más diversos territorios, las luchas contra las explotaciones mineras, las hidroeléctricas y los megaproyectos han tenido en las mujeres de las localidades, comunidades y pueblos la más persistente oposición. A nivel local, hemos visto cómo la lucha contra el tren de UPM, las denuncias por contaminación de agrotóxicos o contra Aratirí tienen mujeres liderando la defensa de los cuerpos-territorios. De alguna forma los diálogos y encuentros surgidos de estas luchas entrelazan las voces de mujeres urbanas, indígenas y campesinas y han ido creando consignas comunes que integran hoy el pensamiento colectivo de los feminismos.

La proliferación de formas de movilización socioambiental refleja una creciente conflictividad en relación con el acceso, la disponibilidad, la apropiación y la gestión de los recursos naturales. Estas resistencias son una respuesta a la expansión de actividades económicas que conllevan extracción intensiva de recursos, expansión de vertederos y riesgos de contaminación; elevan así un cuestionamiento profundo a las narrativas del desarrollo basado en la explotación, el crecimiento ilimitado y la destrucción de la naturaleza, produciendo construcciones colectivas para enfrentar problemas comunes.

La sociedad civil organizada genera en estas luchas un espacio de posibilidad para experimentar formas alternativas de participación y acción política, creando además otras formas de organización social, horizontal y solidaria. Un ejemplo de esto son los grupos organizados en torno a los modos colectivos y autogestionados de producción y consumo, como las redes agroecológicas, los mercados populares de consumo y las mercadas feministas. Desde estas prácticas se alimentan las perspectivas ecofeministas, que buscan construir alternativas de vida reconociendo la interdependencia y la ecodependencia como base de las relaciones sociales y naturales, poniendo en evidencia la necesidad imperante de marchar hacia la despatriarcalización de la vida, asumiendo el cuidado como un eje central del sostenimiento de la vida humana y no humana. En la lógica capitalista, el tiempo que adquiere valor es el destinado al trabajo “productivo”, entre otras cosas, porque la adquisición de “valor” conlleva la paga, por lo que el trabajo reproductivo, tan esencial para la vida de todas y todos, queda desvalorizado e invisibilizado. Desde el ecofeminismo buscamos subvertir esa lógica dándoles valor a los trabajos reproductivos que sostienen la vida.

Con la pandemia se crea un escenario inédito, ya que es la primera vez que millones de personas están encerradas en sus casas, con terribles consecuencias para los sectores más explotados por el capitalismo. Las desigualdades estructurales generadas se hacen evidentes, pero esto también impacta de forma generalizada en los empleos de millones de personas creando situaciones dramáticas. Pero las verdaderas razones por las cuales hemos caído en esta dramática situación continúan invisibilizadas.

Como dice Maristella Svampa: “Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos”.1

Gobiernos y medios de comunicación anuncian y esperan que la pandemia se resuelva con las vacunas. Esta solución mágica, además de enriquecer a unos pocos, salvaría a la humanidad y reactivaría las economías, incrementando la producción e ignorando sus efectos a nivel social y ambiental. Sin embargo, si miramos el problema de manera integral, sabemos que continuar con el mismo modelo no permitirá superar esta situación. Esta lógica del sistema capitalista, heteropatriarcal, antropocéntrico y colonial continuará haciendo la vida y el planeta cada vez más expoliados en beneficio de una minoría. Por esto es necesario y urgente que se reconozca cuáles son las bases materiales que sostienen la vida, y que se tomen acciones para protegerlas y apoyarlas.

En el contexto actual de crisis civilizatoria y socioambiental, el ecofeminismo propone una transición de este modelo de desarrollo destructivo de la vida, a un paradigma en que el cuidado de la sostenibilidad de la vida con justicia social y ambiental esté en el centro.


  1. Svampa, Maristella (2020). “Reflexiones para un mundo postcoronavirus”. Nueva Sociedad, abril. www.nuso.org