El ruido de motores se acerca al salón comunal del asentamiento Paso Hondo de Montevideo al mediodía. Dahiana Cardozo se baja de un motocarro; minutos después se suma María Noble. Ellas recolectan casa por casa residuos. Los lunes, miércoles y viernes, los húmedos, y los sábados, los secos. “Ahora estamos haciendo volanteadas, viendo los vecinos que reciclan y los que no. Con la pandemia bajó un poco la cantidad, no habíamos podido hacer reuniones, pero estamos empezando de nuevo”, dice Cardozo a la diaria. Son integrantes del plan de recolección diferenciada de residuos que están llevando adelante el Departamento de Desarrollo Ambiental y la Secretaría de Empleabilidad de la Intendencia de Montevideo (IM), con apoyo del Municipio F.
Más de 300 familias, de Paso Hondo y del asentamiento lindero Villa Isabel, están usando este método desde octubre del año pasado. Las calles son angostas y se dificulta el acceso de grandes vehículos, como los camiones de recolección, y se buscó alternativas. “La idea de cambiar el tipo de recolección de basura viene de hace años. Nosotros teníamos un problema muy fuerte en la entrada del barrio: donde están las torres de alta tensión había 15 contenedores de basura que se convirtieron en un basural”, expresa Pablo Colman. Él es integrante de la comisión de vecinos de Paso Hondo, que se formó en 2016. A partir de la saturación de los contenedores, buscaron entablar contacto con la IM y el municipio.
“El problema que teníamos en la entrada se ubicaba frente a un espacio verde, entonces todo lo que se volaba de ese basural pasaba a ese espacio. No era un lugar habitable para los gurises, ahora lo están usando mucho más”, afirma Colman. Y agrega: “El barrio duda mucho porque siempre estuvimos sufriendo pila de desigualdad, entonces cuando hay una mejora quedás como que no sabés si es cierto. El problema era muy fuerte y no se creía que esto fuera a tener suerte”. Nota que Paso Hondo está más limpio y entiende que una de las razones es el vínculo directo entre los vecinos y quien recoge los residuos. “No es que los tirás en un contenedor y te sacás la responsabilidad, te generan un compromiso y las compañeras de los motocarros, que ya saben mucho de clasificación, porque es su trabajo, te dan piques y ayudan”, agrega.
En la misma línea, Cardozo y Noble plantearon a las autoridades de la IM la idea de hacer talleres para explicar cómo clasificar a niños y niñas del asentamiento. “Yo hago todo lo que mi hijo me pide, pienso que a los vecinos que no reciclan todavía sus hijos pueden hacer que se copen con la idea”, explica Cardozo. La conversación se ve interrumpida por una vecina que frena en su moto y les comenta a las trabajadoras que mañana va a “sacar los secos”.
Oportunidades formales
“Nosotros éramos hurgadores y una vez mi hermano me dijo que fuéramos a sacar el carné de hurgador, que era necesario porque andábamos en la calle y si la Policía nos llegaba a decir algo era importante tenerlo”, cuenta Cardozo sobre su situación y la de su pareja, Matías. En 2019 una funcionaria de la IM se les acercó, les preguntó si querían cambiar de trabajo y los anotó en una lista. “No teníamos celular ni nada, le dimos el número de mi suegro”, explica.
Pasaron dos años y por fin llegaron noticias. “En la reunión yo dije que sabía manejar celular, GPS, y le preguntaron a Matías qué pasaba si yo quedaba manejando en el motocarro y él no. Había más chances para las mujeres, porque la mayoría eran varones”, asegura. La trabajadora recuerda que él respondió: “Los dos cinchamos para el mismo lado, si ella queda, quedo yo”.
María Noble desde los 13 años recolecta residuos. “El que se apuntó para el proyecto de los motocarros fue mi marido, pero como ya tenía trabajo, también me anoté yo. Estábamos arriba de un carro y salir de ahí para subirnos a una moto es todo un cambio. Yo nunca me imaginé que iba a manejar una moto tan grande. Cuando me subía tenía miedo, pero de a poco le fui agarrando la mano”, relata. Tiene dos hijas, de diez y cuatro años. Cuenta que antes estaba todo el día en la calle y no tenía tiempo para estar con ellas. “Ahora trabajo seis horas y me voy para mi casa”, explica.
Cardozo coincide con su compañera. Ella vive con su madre, su abuela, una hermana, su pareja y su hijo. Agrega que “un montón de cosas te sacaban el tiempo; además, no hacías plata para tener una vida, hacías plata para comer ese día. Mentira que te podías comprar un par de championes o un regalo a tu hijo”. Están contentas por tener un sueldo fijo.
“Algo que me quedó, y siempre lo cuento, es cuando mi hijo entró por primera vez al baño, después que lo terminamos. Cuando salió le pregunté si había tirado la cisterna y me preguntó cuál. Le mostré y apretó el botón, salió para afuera corriendo. Fue algo hermoso, ahora le podemos dar cosas que antes no”, asegura Cardozo.
Largo camino por recorrer
Gabriel Chevalier, director de la Secretaría de Empleabilidad de la IM, manifestó a la diaria que “siempre el tema de los residuos cumplió un rol importante, pero asociado con lo negativo y el ocultamiento”. Con el desarrollo del proyecto de los motocarros buscan la “promoción del desarrollo ambiental”, “del ciudadano responsable” y “del trabajador con su importancia social”. “Ellas son verdaderos agentes ambientales, promueven la preclasificación en domicilio”, sumó. El material recolectado es trasladado a la planta de clasificación Géminis.
El proyecto también está en el marco del Programa de Reconversión Laboral de Clasificadoras y Clasificadores de Residuos Sólidos Urbanos, y busca que trabajadores y trabajadoras que se dedican a la recolección de residuos puedan acceder a un trabajo formal. La IM sustituye los carros de caballos por los motocarros; actualmente se cuenta con una flota de 34. Se estima que a fin de año la cantidad de trabajadores gire en torno a 100. Las personas que decidieron adoptar el medio de transporte dieron en adopción a los caballos que utilizaban.
La trabajadora social e integrante del proyecto Silvia Gonzálvez planteó que no se confirma el preconcepto de que “hay mayor conciencia ambiental en los sectores medios y altos”. Aseguró que, acercando las herramientas necesarias, un modelo de cercanía y un buen trato con el vecino, se pueden “lograr avances en varios sectores de la población”.
“Esto debería dar lugar a un proceso de cambio cultural, en el sentido de lo que es la representación social hegemónica de lo que es el clasificador. El trabajo en la clasificación tiene un valor enorme y como sociedad no lo hemos reconocido”, añadió Gonzálvez. Además, señaló que tienen proyección para trabajar con los residuos húmedos y buscan aprovechar que hay una huerta comunitaria en el barrio. Chevalier confirmó que piensan seguir ese camino y definió que el trabajo debe ser “escalonado”, apelando a la “acumulación de las prácticas” y “la internalización como cotidianas”.