Al llegar a Orgoroso, localidad de Paysandú con cerca de 600 habitantes, se observan plantaciones de eucaliptos y pinos en todas las direcciones. Se encuentra en el medio de una muralla de árboles monocromática característica de los monocultivos. A modo de ejemplo, a tan sólo unos metros de la escuela 32 del pueblo tiene plantaciones la empresa UPM Forestal Oriental, que opera en el país desde 1990 y produce madera de eucaliptos para la industria de celulosa.

“El jueves 30 empezó el caos acá. Con todo el pueblo nos fuimos al lado de la escuela, con tachos, tarrinas, agua”, relata Amalia Juarez, concejal de Piedras Coloradas ‒municipio donde se encuentra Orgoroso‒ y vecina. A partir de ese día, los locatarios comenzaron a organizarse frente a un incendio que afectó 37 hectáreas, que tuvo uno de los focos iniciales en la ruta 25 de Río Negro y avanzó seis kilómetros en menos de una hora hasta llegar a esta localidad. Pero antes de describir cómo fue el proceso, Amalia nos aclara un punto: “Una cosa es contarlo, otra cosa es vivirlo. Ver que se te venía el fuego, todo rojo, es terrible”.

En el salón comunal de Mevir ‒que se convirtió en el lugar de reunión donde recibían las donaciones particulares y coordinaban su reparto a las cuadrillas‒, la diaria conversó con vecinos sobre cómo fue el proceso de organización para responder ante el incendio que rodeó la localidad.

Rodeados

“Nosotros empezamos a ver cómo se acercaba el humo; empezaron a caer hojas quemadas en casi todo el pueblo. Ahí nos empezamos a preocupar y a estar a la expectativa”, relata Gisella Alegre. Hace siete años que Gisella es enfermera, pero comenzó a trabajar en Orgoroso recién hace un año. “Uno de mis hermanos estaba apagando el incendio el 30, salió tipo seis de la tarde. Él me dijo: ‘Andate ya porque el fuego se nos viene’. Cuando quisimos acordar, el fuego ya estaba detrás de la escuela. Cuando se hizo de noche se veía la columna de fuego. La primera vez que nos llegó fue por un monte de pinos. Se veía desde Guichón lo rojo. El segundo día nos atacó acá enfrente. Y el tercer día dio vuelta todo el pueblo”, dice. Un dato no menor es que las piñas de los pinos explotan al entrar en calor con el fuego y facilitan la propagación de los incendios.

El día que comenzó a acercarse el incendio, envió a su mamá, que tiene afecciones respiratorias, y a su hijo, a Guichón, una localidad cercana. En ese momento comenzaron a darse las primeras autoevacuaciones de los vecinos. Amalia recuerda que la noche del 30 al 31 la gente del pueblo no durmió.

Uno de los tantos voluntarios para frenar las llamas fue Diego Albornoz, trabajador forestal en las máquinas de cosechas desde hace ocho años. También forma parte del Sindicato de Obreros de la Industria Maderera y Afines (Soima). “Cuando dijeron que estaba controlado eran las ocho de la tarde del 30 de diciembre. Estaba a seis kilómetros de nosotros. En cuestión de una hora, lo teníamos acá. Nosotros fuimos a Arroyo Negro [otra localidad que se vio afectada]; había mucha gente de Montes del Plata y también tocaba parte de Forestal Oriental. Estábamos desnorteados porque el viento avanzaba y avanzaba. Les faltó un plan de ataque rápido para que no llegase tan cerca del pueblo. Se podría haber hecho un cortafuegos más cerca del medio de las plantaciones y no arriesgar tanto los pueblos”, comentó. Montes del Plata es una empresa fundada en 2009 por Arauco, empresa forestal chilena, y Stora Enso, empresa sueco-finlandesa.

Enseguida, otro vecino que estaba presente en el salón, Olpis Silva, plantea que las empresas forestales “no dejaban entrar” a sus predios. “Al fuego lo atacamos a 500 metros y lo paramos ahí. Cuanto más lejos lo cortáramos mejor, pero no nos abrían las puertas. A mí se me quemaron caballos, tuve que sacrificarlos”, lamenta.

Diego acota que las puertas se abrieron el jueves 30 de noche. “Ellos no quieren que la gente entre”, dice, recordando que cuando era chico juntaba hongos “por un peso” y que ahora “necesitás permiso, te dicen dónde tenés que entrar y solamente se puede a pie”. Situación similar se da si quieren tener leña en invierno. Pero la noche del 30 de diciembre eso cambió. “Ahora querían que entraran todos a apagar el incendio. Es según como les convenga”. Y eso no es todo. “Si tenés un fuego de más de cuatro metros de altura, necesitas cascos, chalecos, seguridad. Los gurises entraban de championes, sin chaleco, sin casco” relata Diego.

Amalia Juárez, vecina y concejala municipal de Orgoroso, en el fondo de su casa, el 4 de enero de 2022.

Amalia Juárez, vecina y concejala municipal de Orgoroso, en el fondo de su casa, el 4 de enero de 2022.

Foto: Sandro Pereyra

El pueblo organizado

Gisella también trabaja en la Corporación Médica de Paysandú (Comepa) de Guichón. El último día del año, sus compañeros del pueblo vecino comenzaron a ofrecerles donaciones, pero no tenían un lugar donde guardarlas. Habló con Amalia, que también integra la comisión del salón comunal Mevir, y comenzaron a recibir donaciones y prepararse para abastecer a las cuadrillas. “Vinieron cuadrillas de todos lados, Guichón, Paysandú, Nuevo Berlín, Fray Bentos, Salto. No estábamos preparados para esto, tratamos de hacer lo mejor posible para cuidarnos entre todos. No teníamos un protocolo de incendio, no sabíamos nada. Usamos el sentido común sobre cómo organizarnos”, narra Amalia.

Ante la pregunta de si hubieran necesitado más apoyo estatal, la respuesta de Gisella fue que en ese momento “no podías pararte y pensar”. La comida empezó a faltar y no podían esperar. “Yo quise hablar con el intendente [de Paysandú, Nicolás Olivera], no tuve respuesta. Se me dijo que estaban dando algunas viandas, pero a los voluntarios que estaban trabajando no les llegaban. La gente venía y nos decía: ‘Agua, gurisas, agua”. Nosotros no podíamos esperar a esa respuesta”, afirma.

A su vez, montaron una base junto con un médico de guardia en Piedras Coloradas y con enfermeras. Gisella relata: “Yo tendría que haber ido a tomar el turno a Guichón y no hubo problema. Mis compañeros querían venir y ayudar, pero los jefes nos dijeron que nosotros no estábamos preparados para atender a personas heridas en el incendio. Mis compañeros vinieron igual. Era admirable ver a la gente trabajar y cuidarse a la vez, no hubo quemados o intoxicados por humo”. Tenían oxígeno, suero y todos los recursos para hacer un primer nivel de atención. Admite que al pasar los días, el agotamiento físico fue mucho y que tenía dudas de si su físico le iba a permitir “sacar a los gurises de adentro del fuego si era necesario”.

Pasan los días

El primer día de enero fue cuando el incendio llegó a 150 metros de las viviendas linderas con las plantaciones. La enfermera explica que para este momento, además del cansancio físico, estaba el mental: “No terminaba nunca, era otra vez lo mismo, otra vez se te venía el fuego”. Después de casi tres días, los voluntarios comenzaron a pedir algo más que agua y frutas. Amalia cuenta que en la zona falta el trabajo y “mucha gurisada andaba sin comer, no estaban bien alimentados”. “Eran cuadrillas de gurises chicos que pasaron más de 24 horas sin dormir. Nosotros les dábamos bananas, manzanas, pero tenían que comer algo más. Acá hay mucha gente pobre, viven de changas”, plantea.

Desde hace 13 años María Teixeira es la cocinera de la escuela 32, que tiene 79 estudiantes. El 30 de diciembre se fue a Guichón por un problema físico, pero al otro día pidió que la trajeran porque vivir la situación a la distancia era peor. También es integrante de un grupo de adultas mayores que fueron las encargadas de recibir las primeras donaciones y preparar las viandas para quienes intentaban frenar el incendio. Con ayuda de otras mujeres, se encargaron de cocinar. Recuerda que en un momento del 1° de enero se cortó la luz y el agua. “Era el día que estábamos haciendo fideos con tuco”, dice.

Carla Pampillón fue otra de las voluntarias. Es kinesióloga y tiene conocimientos de primeros auxilios, pero carecía de experiencia en incendios. Vive junto a sus tres hijos: una nena de 13 años, un varón de dos y otro de 18, que también ayudó. Señala que en las orillas del pueblo “casi todos se evacuaron”, apenas con “una mochilita con ropa”. “No te daba para pensar en nada, tenías que llegar y tranquilizar a quienes tenías en tu casa. Yo les dije que tuvieran todo pronto y que íbamos a ir viendo qué pasaba, siempre tratando de mantener la calma. No sé cómo hice, ni cómo lo sobrellevamos, pero entre todos lo hicimos”, comenta.

Diego, el integrante del Soima, indica que se armaban grupos de vecinos junto con algunos representantes de la comunidad más “baqueanos” y con experiencia en las plantaciones. Cuando llegaban a un lugar para apagar un foco también se les aclaraba que “no podían llegar al límite del cuerpo” y que “no arriesgaran su estado físico”.

“Desde la intendencia nos decían que estaban preparados para cuando hay grandes inundaciones en la ciudad, pero para este caso de incendios, no. Estamos rodeados desde hace años de forestales, pero no teníamos un plan”, cuenta la concejal Amalia. Detalla que los vecinos hasta juntaron agua en baldes y tarros propios. Desde su perspectiva, las empresas forestales tendrían que haber envíado medidas de protección para quienes se introducían en las plantaciones. “La logística la tendrían que tener planeada. Tapabocas para no respirar el humo, lentes, zapatos de seguridad. Hay que retirar los montes de los pueblos, hacer cortafuegos, prevenir estos casos. Tienen que trabajar con la comunidad, hacer cursos para estar preparados”, agrega.

La dependencia

Los vecinos concuerdan en que las principales fuentes laborales del pueblo están vinculadas a las empresas forestales. Diego afirma:“Tendrían que dar más trabajo todavía, más soluciones a la gente, apoyar a las comisiones de barrios. Ellos vienen y te dan mano de obra, pero se ha reducido muchísimo, ahora es todo mecanizado. La fumigación se hacía todo con personal a pie con mochila; yo sé que tiene muchos riesgos de contaminación porque trabajás con químicos, la deriva, todo eso te perjudica. Ellos lo que quieren es sacar al personal de a pie para evitar todas esas consecuencias y también alguna denuncia. Ha pasado que les hacen denuncias a empresas subcontratadas”.

Amalia expresa que Orogoroso es “un pueblo donde falta mucho el laburo para las mujeres” y que “es difícil que salgan adelante las familias si solamente trabaja el hombre cuando encuentra una changa”. Piensa que las empresas tendrían que brindarles puestos plantando árboles, cortando pasto o haciendo la limpieza en los montes. “Un trabajo para las mujeres, ¡no hay trabajo!”, exclama.

Diego finaliza: “Tienen que ajustar mucho más las soluciones, dar más mano de obra, no sólo atropellar todo. Nosotros les damos todo y cedemos para no tener conflicto. Estuvimos días dentro del fuego, gente que ha trabajado toda la vida para tener una casita”.

Desde UPM

la diaria consultó a la empresa UPM, que por correo electrónico manifestó que puso “desde el primer día todos los recursos propios con más de 170 personas de UPM y empresas proveedoras de servicios, además de las del Consorcio Forestal, para las tareas de combate de incendios que se registraron en Tres Bocas y en las localidades de Algorta, Orgoroso y Piedras Coloradas”.

La comunicación también plantea que la empresa brindó “toda la información requerida por las autoridades”, al tiempo que están “en contacto directo con todos los productores asociados incluyendo empresas contratistas, pastoreadores y apicultores para conocer la realidad de cada caso”. La empresa, que se dedica a la fabricación de celulosa, papel y madera, aún está trabajando en calcular el impacto de los incendios que afectaron sus plantaciones.