Cuando estaba en el liceo, Mónica Michelena no podía cantar el himno. Comenzó a conectar con su identidad charrúa en 1981, cuando tenía 18 años. “En las familias era algo secreto, que no se comentaba, había como un pacto de silencio. Era una forma de sobrevivencia del genocidio el no decir”, cuenta. Enseguida entabló contacto con otros descendientes y desde ese momento ya no se sintió sola. Al mismo tiempo, inició una investigación sobre su historia. Su madre trabajó desde los cinco años “de estancia en estancia”, no se pudo criar con su familia porque no tenían los medios. “Es la historia de muchas, todos venimos de estancias”, enfatiza. Hoy forma parte del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha), también estudió profesorado de Matemáticas y sus hijos, al momento de escuchar el himno, también se quedan callados. “Representa esa traición: el Estado uruguayo se forma con base en el genocidio”, argumenta.

Ciro Chonik pertenece al Clan Chonik; él se presenta como bisnieto del indio Espinosa y proveniente de Villa Soriano. Dice que en su familia ‒a la interna‒ estuvo presente el orgullo por ser indígena. Se crio con historias y recuerdos de su abuelo, de cómo cortaba la tormenta con un hacha, cuando presentaba a integrantes de su comunidad a la luna o simplemente por su morralito con tabaco y salvia. Su madre fue la encargada de transmitirle la memoria de forma oral.

Martín Delgado se acercó a Conacha cuando tenía diez años para participar en una obra de teatro. Relata que fue distinto, porque “no eran artistas utilizando lo indígena para hacer un mensaje social, sino que eran personas indígenas utilizando el arte para dar un mensaje de la cultura indígena”. “Mi padre tenía la portación de rostro, mi abuela también. Era imposible no identificarse. A mi padre toda la vida lo conocieron como el Negro, más allá de que no era afrodescentiente. En este país si no sos blanco, caucásico, sos negro. Ahí viene la pregunta: ¿qué pasa cuando sos morocho de piel pero no tenés rasgos afro? La narrativa social no te abarca. Uno crece con eso”, apunta. Su abuela vivía en una estancia cerca de la localidad de Cerro Colorado, Flores. La despidieron y así llegó a Montevideo, al histórico asentamiento Isla de Gaspar. Remarca: “Esa es la historia de muchos charrúas: puesteros de estancias, después te corren porque se van modernizando y no necesitan mucho peón, la gente se viene para Montevideo y termina en un barrio periférico”.

Gerardo Sosa integra la comisión directiva de la Asociación de Descendientes de la Nación Charrúa (Adench). Siendo joven, se encontró con un recorte de prensa en el que organizaciones indígenas convocaban a un acto en el Monumento a los Charrúas, ubicado en el Prado. “Era un acto recordatorio de la Matanza de Salsipuedes. En ese momento tuve la motivación de ir, como un asistente más, no pertenecía a ninguna organización. Tampoco tenía asumido que yo era descendiente de indígenas, aunque tenía la presunción por vía paterna de un abuelo al que en Cerro Largo le decían el Indio y tenía marcado rasgos indígenas”, afirma. Allí sintió que pertenecía a ese grupo social.

Una gravísima violación a los derechos humanos

El 15 de diciembre se declaró como sitio de memoria el Paso de Salsipuedes. La solicitud fue presentada por Conacha, el Clan Chonik, Adench y el grupo Hum Pampa. En la resolución de la Comisión Nacional Honoraria de Sitios de la Memoria se reconoce que existe “suficiente evidencia histórica que avala los hechos denunciados en relación a que lo ocurrido en Salsipuedes” y se afirma que “constituyó una violación a los derechos humanos”, incluso “desde los criterios de la época”. “En 1830 la República contaba con un marco legal que aseguraba derechos mínimos para aquellos que habitaban su territorio y estos no fueron respetados”, agrega.

El artículo 5 de la Ley 19.641 ‒que determina las condiciones para la declaración y creación de Sitios de Memoria Histórica del pasado reciente‒ permite que se consideren hechos fuera del período 1968-1985 “en los que el Estado haya violado derechos humanos o donde haya habido expresiones significativas de resistencia popular”. La resolución de la comisión argumenta que la solicitud de las organizaciones está dentro de la previsión legal “en tanto la masacre de Salsipuedes, provocada por agentes del Estado, constituyó una gravísima violación a los derechos humanos”.

Dentro de la petición también se solicitó la creación de un parque cogestionado por las organizaciones charrúas e investigadores de la Universidad de la República (Udelar); una Comisión de la Verdad con la participación de instituciones estatales y organismos internacionales de derechos humanos para “elaborar recomendaciones para la reparación histórica a los pueblos originarios”; y un Espacio de Memoria de la Nación Charrúa para “la construcción de una ciudadanía intercultural y dignificar al colectivo”. Reclaman que continúen las investigaciones arqueológicas e historiográficas sobre el lugar de la masacre.

El MEC y ANEP se oponen

Según la resolución, la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, la Udelar, organizaciones sociales y la Red Nacional de Sitios de Memoria votaron de forma afirmativa. Sin embargo, el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) votaron en contra de declarar como sitio de la memoria el Paso de Salsipuedes. Ambos organismos esgrimieron que “el hecho ocurrido no se encuentra dentro del ámbito de aplicación temporal de la norma que da origen a la declaración propuesta” y que la Comisión Nacional Honoraria de Sitios de Memoria del Pasado Reciente “no tiene competencias para entender en asuntos acaecidos en 1831”.

¿Desde qué perspectiva se analizan los hechos? Ciro Chonik planteó: “Estamos hablando del pasado reciente de menos de 200 años del Estado uruguayo. Nuestro pueblo hace más de 10.000 años está caminando por estos territorios. Para nosotros 1831 es muy reciente cuando lo enfocamos desde esa mirada. Del pueblo charrúa no hay un momento exacto, pero se habla entre 5.000 y 9.000 años de que estaban habitando por acá. 200 años es un rato, muy reciente”.

No fue una acción aislada

“En Salsipuedes está la memoria de nuestros ancestros, pero también la memoria de la violencia. Si hoy en día no tenemos espacios territoriales, si se ha perdido gran parte de la lengua, es porque hubo Salsipuedes. Si hoy en día sufrimos muchos hechos de discriminación, de ninguneo, es porque existió Salsipuedes. Para nosotros es el eje simbólico central de todo lo que nos pasa. Representa todas las campañas hechas por el propio Estado; ya no el imperio español o portugués, sino el Estado criollo, de nosotros”, declara Delgado. Remarca que Salsipuedes “no fue una batalla, fue una encerrona. Esto también duele mucho, porque ni siquiera está el honor de morir como guerrero”.

Sosa expresa que Salsipuedes no fue una acción aislada, sino que representa el “encadenamiento de sucesos que motivó el genocidio y etnocidio del pueblo charrúa”. Desde su perspectiva no está todo dicho y aún persisten “muchos intereses para no visibilizar lo que allí pasó”. Le parece “curioso” que el Estado reconozca genocidios en otros países y sin embargo no reconozca el que tuvo lugar en su territorio. Resalta que todavía es un pendiente.

Para Michelena todavía es una herida que está sangrando y el dolor se va transmitiendo de generación en generación. Considera que la reparación se debe dar en todos los ámbitos, pero especialmente en la educación. “Fue un engaño, una traición de Fructuoso Rivera a nuestros ancestros. Hay una frase que dicen que se dijo ahí: ‘Mirá, Frutos, tus soldados matando amigos’. Esa traición es la que nos duele. Queremos que no se les cuente a los niños más mentiras y se desmonte la historia oficial. También deben reconocernos a nosotros hoy”, afirma.

Cuenta que el genocidio a su pueblo “continúa hasta hoy”. “El genocidio implica etnocidio, cuando a los niños del reparto no los dejaban hablar en su propia lengua, cuando les sacaban los bebés a su propia madre del pecho, acá en Montevideo, para dárselos a las damas de alta sociedad como sirvientes. Esa separación hace que toda nuestra cultura, nuestra cosmovisión, se vaya esfumando, silenciándose”.

Por otra parte, Chonik narra que cuando se declaró Uruguay como Estado “había que alambrar los campos y proteger los intereses de los estancieros”. En ese contexto, “nuestro pueblo originario era un estorbo para ese nuevo paradigma que estaban imponiendo, obviamente importado desde fuera”. Al igual que sus hermanos charrúas, concibe a Salsipuedes como memoria y un lugar donde está la presencia de sus ancestros. “Los lugares guardan esa memoria, pero no sólo en Salsipuedes: en cada cerro, en cada río, en cada pedacito de monte nativo que queda está esa fuerza de la ancestralidad”.

Sin tierras para ser guardianes

“Nosotros no somos algo separado de la naturaleza, somos parte de ella, de nuestra Madre Tierra, dadora de vida. La ecología es un concepto moderno que recoge parte de esto, es coincidente desde un punto de vista un poco más científico del cuidado del planeta. Para nosotros es el respeto por la madre”, explica Chonik. Al ser parte de la tierra, el pueblo charrúa no es dueño de ella, sino su guardián. “Por respeto a la ancestralidad se debe preservar y cuidar que haya un territorio sustentable para las próximas generaciones. Los pueblos andinos lo explican muy bien con el tema del buen vivir”, suma. Recuerda que en el Reglamento de Tierras Artiguista uno de los principales beneficiarios eran los pueblos indígenas. Lamenta que este punto esté “descartado de la agenda política de la izquierda uruguaya”.

En la misma línea, Michelena señala que José Gervasio Artigas fue “un adelantado de la época” porque “reconocía los autogobiernos indígenas”. “El despojo de la tierra tiene que ver con que hoy no podemos estar en los territorios para ser guardianes de ellos. Por esa imposibilidad es que ocupamos. No somos ni más ni menos que otro uruguayo que también quiera tierras”, remarca. Comenta que en 2017 presentaron un proyecto a la Intendencia de Paysandú con el que buscaban “tener una ecoconstrucción, un espacio para hacer asambleas y un museo interactivo para niños” en el área protegida Montes del Queguay. “Allí se han encontrado cantidad de piezas”, agrega. Sin embargo, dice que “ahí quedó”.

Desde hace dos años, ella, junto a su familia, está habitando una escuela rural abandonada de Tacuarembó, junto a un terreno aledaño. “Queríamos darle vida y hacer un espacio cultural, también de producción agroecológica, para que los niños de escuelas puedan ir”, cuenta. Cerca de la escuela está enterrado el cacique Juan Pedro: “Fue uno de los sobrevivientes del genocidio de Salsipuedes, por eso decidimos ir ahí. Está enterrado en la sierra de Tambores, según el historiador Eduardo Acosta y Lara”. El 24 de abril tienen fecha de desalojo. A su vez, hizo hincapié en que en esa escuela había un concurso de presentación de proyectos. “Nosotros presentamos el nuestro y no salimos ganadores. Nuestro proyecto nunca llegó a Montevideo. Rastreamos acá, estuvimos con el director de Escuelas Rurales y nos dijo que nunca lo había visto. Pedimos una entrevista con la directora de Primaria en 2020, nunca se nos concedió”. En el proceso, recogieron firmas de vecinos que los apoyaban.

“A uno le pesa cuando muchas veces nos acusan de avivados, de que nosotros estamos por tierra, cuando desde 1987 todos los gobiernos del país han hecho acuerdos con multinacionales para que haya forestación y soja. Parece que un gringo o un finlandés tiene más derecho que los originarios”, reclama Delgado. Desde su visión, la extranjerización de la tierra comenzó “en 1492, cuando llegaron los colonizadores” y denuncia que “al indígena nunca se lo contempló en su espacio territorial”.

“Todo el sistema piensa que lo nativo no sirve”

Michelena cuenta que para las mujeres charrúas como dadoras de vida, el territorio es como su cuerpo. “El genocidio hoy es un terricidio; el terricidio es por todo el desamor al territorio ancestral. Cada pedacito del monte indígena es sagrado para nosotros, y la biodiversidad es fundamental para la preservación de las próximas generaciones”, resalta.

A su vez, Martín aporta: “Nosotros como seres humanos sufrimos racismo, pero el ecosistema nativo también. Está la idea de que cuando se quiere hacer un parque debe ser la campiña británica. En los balnearios, los árboles que ves son en gran parte exóticos. Todo el sistema piensa que el nativo no sirve. Nunca se piensa en buscar formas para producir con el territorio. Disecamos el humedal, talamos el monte”.

“La cultura indígena está vívida”

Camila Gianotti es antropóloga y ha trabajado junto con los pueblos indígenas. Explica que Uruguay ha vivido en un proceso de “negación, ocultación y creación de una narrativa oficial de nación moderna sobre la base de la no existencia de indígenas”. “Sabemos que eso no fue así, pero en definitiva ha calado hasta tal punto que gran parte de la ciudadanía uruguaya, sobre todo la urbana capitalina, cree que efectivamente no hay indígenas y que no quedó nada, ningún rastro de sus comunidades. Basta con recorrer para darse cuenta de que está ahí, a flor de piel, vivo. La cultura indígena está vívida”, describe.

La antropóloga plantea la problemática de que la evaluación de impacto arqueológico en el país todavía es “muy débil” y que, dependiendo del tipo de proyecto que se busque instalar, la pueden solicitar o no. “Todos los proyectos de actividades extractivas en el territorio se hacen sobre la base de que es un territorio que no tiene nada. Es mentira; tiene de todo y no se evalúa”, reclama. A su vez, cita como ejemplo que en el Ministerio de Ambiente “no hay arqueólogas y arqueólogos”. Para reflejar la realidad, comenta que en un período de dos años han hecho seis denuncias por “destrucción de sitios arqueológicos”.

Gianotti plantea que las comunidades nos enseñan otras maneras de habitar el territorio y que el extractivismo no es el único camino. “Hay formas alternativas de vivir y habitar lugares. Incluso algunos que, en pos del progreso, se nos dicen que son inhóspitos o improductivos, como los bañados. Toda la vida hemos escuchado que hay que secarlos. Hay ejemplos de sociedades indígenas que durante 5.000 años, de forma ininterrumpida, estuvieron habitando bañados y no sólo produciendo en ellos, sino recreando y favoreciendo su biodiversidad”, relata.

Además, señala que los cerros ubicados al norte del país son considerados sagrados para los charrúas. Propone que cuidándolos no sólo se contribuye a la memoria de las comunidades, sino que también se preservan “valores importantísimos del territorio”. “Los cerros son testigos de la geología del lugar y son reliquias de monte nativo en las planicies de pastizales que caracterizan a nuestro país. No se puede ver de manera disociada lo natural de lo cultural. Una de las cosas que nos enseña la arqueología es eso: las sociedades, y sobre todo las sociedades indígenas, no separan la cultura de la naturaleza”.