Más de diez millones de kilogramos de ingredientes activos –la materia prima de los agroquímicos– ingresaron a Uruguay en 2021 mediante importación. Según datos que publicó el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), los herbicidas componen 89% de la cifra, con 9.457.704 kilogramos. La lista continúa con los fungicidas, que representan 8%, con 863.223 kilogramos. Y, finalmente, el 3% restante corresponde a los insecticidas, con 310.961 kilogramos. ¿Qué dicen estos datos sobre cómo se organiza nuestra sociedad? ¿Cuáles son las principales “sustancias activas” –así las denomina el MGAP en la tabla en la que presenta la información– que se importaron? ¿De dónde provienen? ¿Hay datos sobre en qué tipo de cultivos se aplicaron?

El bioquímico Pablo Galeano hizo un pequeño spoiler sobre la imposibilidad de responder la última pregunta: “Históricamente, Uruguay carece de datos de aplicaciones según cultivo. Cuando se inventó el Registro de Aplicaciones, que nunca se llevó a la práctica, la idea era tener control sobre este punto”. A su vez, recordó que este año se sumó que el MGAP optó por disponer que los registros de aplicaciones funcionen de forma “voluntaria” por el plazo de un año y consideró que los datos que se puedan conseguir, “desde el punto de vista estadístico, no tienen ninguna solidez”.

Lidera el glifosato

La Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2019, publicó el documento Clasificación recomendada por la OMS de los plaguicidas por el peligro que presentan, en el que divide las sustancias en varias clases: “Ia” corresponde a plaguicidas “sumamente peligrosos”, “Ib” a “muy peligrosos”, “II” a “moderadamente peligrosos”, “III” a “poco peligrosos” y “U” a “poco probable que presenten un peligro agudo”.

Uno de los productos que se analizó fue el herbicida glifosato, protagonista en la lista de importaciones de Uruguay, con 6.325.958 kilogramos de activo. Según la OMS, pertenece a la clase III y es “poco peligroso”. Aunque, por otra parte, es de público conocimiento que el producto está rodeado de controversias. Sin ir más lejos, en 2015, un grupo de expertos de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, por su sigla en inglés), que también forma parte de la OMS, clasificó al glifosato como “probablemente cancerígeno para los humanos” y mencionó que había evidencia “fuerte” de genotoxicidad. Cabe resaltar que el glifosato no fue el único herbicida que se importó y pertenece a la clase III. También se encuentran las “sustancias activas”: diuron, metolaclor, clopyralid, flumioxazin, acetoclor, isoxaflutole, quinclorac, linuron, saflufenacil, diflufenican, bispiribac y prometrina.

El segundo herbicida que más se importó fue el 2,4-D, con 852.434 kilogramos. Para la OMS, forma parte de la clase II y es “moderadamente peligroso”. Otros de los herbicidas que se incluyeron en la lista del MGAP y forman parte de esta categoría son: paraquat, metribuzin, clomazone, MCPA, glufosinato de amonio, dicamba, propanil, diquat, ametrina, triclopir, fomesafen, bromoxinil, metamitron, acetamiprid y pendimetalin.

“¿Por qué explotó tanto el uso de herbicidas?”, inquirió Galeano. El bioquímico enseguida respondió: “La siembra directa, desde un punto de vista de salud del suelo, es mejor que el arado; pero si se usa la siembra directa para hacer monocultivos y agricultura continua, se empieza a causar un deterioro importante del suelo. El aumento que ha habido en el uso de herbicidas hace a una nueva forma de hacer agricultura, que incluso se vende como más sustentable. Se está haciendo un manejo más homogéneo del agroecosistema en áreas cada vez más grandes y, si uno quisiera ir hacia la sustentabilidad, debería complejizar. Para los agroecosistemas, es difícil de soportar”. También agrega: “Se usó tanto glifosato, de una forma tan irracional, que tenemos poblaciones de malezas que se hicieron resistentes”.

Un dato particular que se desprende del análisis de la lista de insecticidas es la importación de 1.031 kilogramos de abamectin, que integra la clase “Ib” de la OMS y es considerado como “muy peligroso”. A su vez, se detectó en la lista otros insecticidas de la clase II y algunos son: clorpirifos, deltametrina, emamectin benzoato, tiametoxam, bifentrin, acetamiprid, carbaril, dimetoato, clorfenapir, pirimicarb, diazinon y cipermetrina. Y también de la clase III: dinotefuran, diflubenzuron, ciromazina, lufenuron, tau fluvalinato, spinosad y buprofezin.

Los fungicidas no fueron la excepción; en la lista también se encontraron sustancias que pertenecen a la clase II como: ziram, fentin hidróxido, isoprotiolano, difenoconazol, tebuconazol, dodine, cimoxanil, ditianon, flutriafol, triciclazol, procloraz, tetraconazol, e imazalil. De la clase III se importó, por ejemplo, iprodione y pirimetanil.

Un reflejo de la sociedad

“Los datos de importación de plaguicidas los dispone la Dirección General de Servicios Agrícolas. No es muy amable cómo está presentado, cada vez se presentan menos datos desarrollados. Por ejemplo, uno puede saber la evolución de las importaciones en dólares, pero no en el volumen de principios activos, que para sectores de la población preocupados por cuestiones ambientales y de salud es lo que más interesa. El dato económico es interesante, pero también importa saber las cantidades de plaguicidas que se están usando en el correr del tiempo”, apuntó Galeano.

En el informe del MGAP también se presenta el país de origen de las importaciones y la participación en porcentajes. Los dos principales son China (59,96%) y Argentina (18,37%). Sin embargo, no se detallan las empresas encargadas de suministrar los agroquímicos.

Para el bioquímico, los vacíos de información son “un reflejo de cómo nuestra sociedad trata el tema del uso de plaguicidas”. “En Brasil y Argentina hay muchos más datos, están más ordenados, más visibles. Acá sigue siendo un tema tabú, como que no fuera un problema. Incluso se habla de ‘productos fitosanitarios’. Está bien que las cámaras empresariales lo hagan, pero que la agencia de gobierno hable de ‘productos fitosanitarios’ es preocupante. Un plaguicida no es un fitosanitario, desde el punto de vista de la percepción de riesgo no está bueno que se les diga así”, afirmó. Desde su visión, aún queda mucho por investigar para lograr comprender la problemática de los agroquímicos, sobre todo en relación con la salud humana y los efectos crónicos. “Deberían hacerse estudios epidemiológicos [a nivel gubernamental], en Uruguay no los tenemos”, planteó.

Un paso más en la revolución verde

Galeano señaló que, si bien se está transitando una “cuarta revolución industrial” vinculada a la agricultura, la lógica del modelo de producción sigue siendo la misma que en la Revolución verde, donde se “aplican insumos, basados sobre todo en petróleo”, y se “profundiza en la oligopolización de toda la cadena agroalimentaria”. “Hay empresas que van desde la venta del insumo hasta la fase de producción, importación de maquinaria, almacenado de granos, exportación. Incluso dentro del área de seguros y créditos. Cada vez está más concentrado en pocas manos. Es una profundización en el modelo de la Revolución verde, vamos hacia una no sustentabilidad del manejo de los ecosistemas”, desarrolló.

El bioquímico considera que la agricultura actual es cada vez más dependiente de los agroquímicos, hasta el punto que “100% del área de cultivos transgénicos que hay en Uruguay son cultivos tolerantes a herbicidas y, en algunos casos, se suma la característica de que son tóxicos para algunos lepidópteros”. “Los agroquímicos que más han aumentado su importación son los herbicidas, en particular el glifosato. Se está usando una tecnología supuestamente muy sofisticada, como la ingeniería genética y los cultivos transgénicos, para hacer un manejo de los ecosistemas simplificado, basado en el uso de principios activos”, enfatizó.

Galeano señaló que es necesario complejizar los sistemas agroalimentarios y que el camino para poder generar una resistencia a esta forma de producción es la agroecología. “Peleamos mucho para que se aprobara la ley [19.717] y el Plan Nacional de Agroecología. Ahora tenemos la pelea para que no transformen la agroecología en Revolución verde”, finalizó.