En febrero de 2021 el Mercado Modelo cerró sus puertas para darle paso a la Unidad Agroalimentaria Metropolitana (UAM). Ambos fueron definidos como “el mayor centro logístico y de comercialización mayorista” de alimentos del país. El epíteto tiene sentido, sin ir más lejos, 384.000 toneladas de frutas y hortalizas –aproximadamente el 60% de la producción nacional de estos productos– ingresaron por las puertas de la UAM en 2022. Dada la magnitud del centro, es válido que los consumidores y consumidoras nos preguntemos si los alimentos que llegan allí son inocuos. En este contexto, el Laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo (IM) realiza análisis de agroquímicos para constatar que las frutas y hortalizas cumplan con el Codex alimentarius, una serie de estándares internacionales incorporados a la normativa de nuestro país que regulan la producción, etiquetado e inocuidad de los alimentos.

Los datos que se presentarán se consiguieron mediante un pedido de acceso a la información pública que hizo la diaria a la comuna. Sin embargo, antes de continuar es necesario hacer un par de precisiones. En la solicitud se pidieron la cantidad de muestras y resultados obtenidos desde el 1° de enero de 2018 –cuando todavía funcionaba el Mercado Modelo– hasta el 30 de agosto de 2023 y se requirió especificar qué agroquímicos son estudiados en las muestras. La fecha no fue elegida al azar, la idea era actualizar un artículo anterior que publicó este medio en base a la misma fuente de información y que abarcó el período 2010-2017.

En la respuesta de la IM se incluyeron los resultados “a partir del mes de abril del año 2019, mes de inicio de las actividades de la UAM” y no se brindó el listado de agroquímicos que pueden ser detectados en los análisis. Asimismo, el Laboratorio de Bromatología dijo que “recibe las muestras de la UAM”, pero “no tiene responsabilidades ni en el protocolo de muestreo ni en el plan de muestreo que la UAM realiza”, aclarando que su “responsabilidad” comienza “con la recepción de las muestras en el laboratorio y su posterior procesamiento”.

Dicho esto, en 2019 se analizaron 172 muestras, la cantidad más alta en el nuevo período relevado. El año siguiente, se analizaron 140 muestras. En 2021 se analizaron 90, pero en 2022 no se tomó ninguna. En lo que va de 2023, únicamente se analizaron 24 muestras y todas fueron extraídas de tomates.

Estas cantidades de muestras contrastan con las tomada en 2012, que fueron 724, y con las de 2013, cuando se tomaron 715 muestras. En ese 2013 los análisis arrojaron que el 10% de las muestras no cumplieron con el Codex. Pero incluso si se comparan con las cifras de 2016 (264 muestras) y 2017 (342 muestras), queda en evidencia la reducción de estudios que tuvo lugar en los últimos años. Este preámbulo puede ser importante para entender una de las conclusiones que informó el Laboratorio de Bromatología, que planteó que “en el período solicitado no se encontraron muestras fuera de condiciones reglamentarias”, es decir, las muestras no superaron los límites máximos de residuos establecidos en el Codex para los residuos que buscaron (que no sabemos cuáles fueron). Pero al realizar menor cantidad de controles, menor es la probabilidad de dar con muestras con valores de agroquímicos por encima de la normativa.

Sin embargo, sí detectaron residuos de agroquímicos en frutas y verduras, pero dentro de lo permitido. Aquí aparece un problema: debido a cómo se entregó la información, no es posible establecer la cantidad de muestras totales donde se constataron los agroquímicos, ya que una misma sustancia puede estar presente en una misma muestra. Por ejemplo, para ayudar a visualizar, la IM detalló que en 2019 de 25 muestras tomadas de manzanas, siete dieron positivo en Imazalil, tres en Iprodione y una en Tebuconazole, sin detallar si más de un pesticida se encontró en una misma muestra. Partiendo de esta base, se puede afirmar que el Laboratorio de Bromatología encontró en al menos 70 muestras de las 426 realizadas en el período 2019-2023 un residuo de agroquímico.

La Organización Mundial de Salud (OMS) divide a los plaguicidas en varias clases: “Ia” corresponde a los que son “sumamente peligrosos”; “Ib” a “muy peligrosos”; “II” a “moderadamente peligrosos”, “III” a “poco peligrosos” y “U” a “poco probable que presenten un peligro agudo”. De 15 pesticidas encontrados en los análisis de la IM, nueve están clasificados como “moderadamente peligrosos”: Imazalil (fungicida), Tebuconazole (fungicida), Propiconazole (fungicida), Clorfenapir (insecticida), Cipermetrina (insecticida), Difenoconazole (fungicida), Lambdacicalotrina (insecticida), Clorpirifos (insecticida) y Carbaril (insecticida). A su vez, se halló Iprodione (fungicida) y Clorpirifosmetil (insecticida), que son clasificados como “poco peligrosos”; también Azoxystrobin (fungicida) y Procimidona (fungicida), que son clasificados como “poco probable que presenten peligro agudo”. Los dos restantes, Difenilamina y Ditiocarbamatos, no tienen una clasificación de la OMS. Por otra parte, cuatro de ellos también fueron clasificados como “probablemente cancerígenos para los seres humanos”.

Más transparencia, pero de muestreos representativos

Horacio Heinzen es docente de la Facultad de Química de la Universidad de la República y ha realizado un gran número de investigaciones vinculadas al riesgo en la salud e impacto ambiental de los agroquímicos. En diálogo con la diaria, señaló que el control es muy escaso como para que los resultados puedan considerarse representativos, y consideró que no sólo son pocas las muestras, sino también las matrices estudiadas. Por ejemplo, en los cuatro años relevados solamente se analizó una única muestra de arvejas en 2020. Al mismo tiempo, muchas frutas y verduras quedaron por fuera de los análisis.

“Para tener un espectro amplio de los plaguicidas que están en una muestra hay que analizarlos por cromatografía gaseosa y cromatografía líquida. Son métodos complementarios que dan un panorama completo de los pesticidas que pueden estar allí. Los que aparecen en el documento son sólo los pesticidas que se analizan por cromatografía gaseosa, faltan los de cromatografía líquida. De estos últimos, hay algunos son muy usados, como el Carbendazim, el Propamocarb o algunos neonicotinoides, como el Imidacloprid o el Tiametoxam. Estos no se analizan bien por cromatografía gaseosa”, apuntó el investigador. Efectivamente, ninguno de los tres plaguicidas que citó como ejemplo Heinzen se encontraron en los análisis.

Por otro lado, también se refirió a algunos agroquímicos que fueron detectados en los resultados y su vínculo al entrar en contacto con otros. “Los inhibidores de la citocromo P450, como el Difenoconazole y el Imazalil, en cócteles pueden ser complicados, porque son inhibidores de los sistemas de detoxificación del organismo. La concentración que se obtiene de los principios activos, al estar inhibido el sistema de detoxificación, puede ser mayor. Es un caso que está bien comprobado de sinergismo entre pesticidas. Un fungicida de esta familia, como el Tebuconazole o el Imazalil, asociado con algún insecticida, puede potenciar la acción de este último. En estos casos los valores de referencia se pierden un poco”, detalló. En este sentido, explicó que no sólo importa controlar los límites máximos de residuos en cada fruta o verdura, sino que también se debe considerar “la suma total de lo que sería una dieta típica”. “El mismo plaguicida se usa en muchas frutas y hortalizas. La suma de lo que se ingiere no debe sobrepasar un valor que se llama ‘ingesta diaria admisible’. De acuerdo a la proporción del alimento en la dieta es que se calculan los límites máximos de residuos. Si sumás todos los límites de residuos que están permitidos para todos los alimentos en los que se usa ese producto, la suma no puede sobrepasar el valor de la ingesta diaria admisible. Este es un control que no siempre se hace”, resaltó.

Para Heinzen la clave de la problemática radica en “saber que estamos viviendo en un sistema productivo que tiene determinadas características, que se sostiene con base en determinadas prácticas agrícolas y que, inevitablemente, por más regulado que esté, siempre pueden aparecer residuos”. Por esta razón, enfatiza en la importancia de la transparencia de los resultados de los monitoreos, en la necesidad de que sean públicos y accesibles para la población. “El tema con los pesticidas siempre es el mismo. ¿Por qué nos dan tanto miedo? Porque si uno come una fruta contaminada con una bacteria, te enterás a las 24 horas. Tenés diarrea, vómitos o algún otro tipo de enfermedad peor. Con los plaguicidas es más complicado porque es una exposición continua por un tiempo largo. La preocupación de la gente, y yo la comparto 100%, es qué pasa cuando como un poquitito todos los días durante 20 años de mi vida”, reflexionó. “El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca ha prohibido gran parte de los pesticidas de mayor toxicidad. El problema siempre son los controles, porque si no, todos esos avances son letra muerta. ¿De qué sirve tener la mejor legislación si no se controla representativamente?”.