De la ola de calor a la sequía, de la sequía a la lluvia, de la lluvia al agua potable. Detrás de estas palabras, que han sido pronunciadas una y otra vez por las bocas de miles de uruguayos durante los últimos meses, el reconocimiento del cambio climático resuena quizá con más fuerza que antes.
Luego de un período en el que se alcanzó un déficit hídrico sin precedentes, y en el marco de una crisis que pone en debate diversos aspectos de la gestión gubernamental, expertos y activistas se movilizan en busca de herramientas, soluciones y alternativas.
“Las sequías siempre han ocurrido en el país” planteó Madeleine Renom, meteoróloga, docente e investigadora, aunque señala que la de esta temporada en el suroeste fue “histórica”. Mientras lo usual es que lluevan 1.100 milímetros de agua por año, entre 2022 y 2023 se acumularon apenas poco más de 300. Según explicó Renom, la última vez que llovió tan poco fue en 2009 –cuando se creó el Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático– y la cifra doblaba ampliamente a la del presente, con 790 milímetros.
Tras tres años en los que se sostuvo el fenómeno de La Niña, la situación actual era previsible. La meteoróloga contó que “se venía viendo la continuidad del déficit de precipitaciones” y que, cuando sucede, se genera primero una sequía agronómica y después una hidrológica. “En esa fase es que estamos, justo en la cuenca que brinda el agua potable a toda la zona metropolitana, un lugar bastante sensible desde el punto de vista social”, dijo Renom.
El funcionamiento de La Niña y El Niño es un terreno conocido para los investigadores porque se trata de “un estado base, de mucha predictibilidad para nuestra región en ciertas épocas del año”, expresó Renom. Sin embargo, “hay otros modos que trabajan en conjunto, a favor o en contra de la señal que pueda mandar La Niña” y, en ocasiones, “esas interacciones no son sencillas” de comprender y analizar. “La precipitación es de las variables más complejas a nivel climático y meteorológico” pues “la variabilidad espacial puede ser muy grande”, señaló. En ese sentido, se requiere “investigación básica para sacar sistemas operativos” que permitan profundizar el conocimiento y también “responder a la demanda de los tomadores de decisión”.
Para la docente, a la investigación en Uruguay “le faltan dos cosas”. Por un lado, “trabajar en conjunto no sólo con la academia sino con las instituciones del Estado”, y por otro, “invertir en tecnología”. A modo de ejemplo, recordó que el nuestro es el único país de la región que no cuenta con un radar meteorológico ni hace sondeos. A la vez, Renom señaló que es pertinente sumar recursos humanos con formación universitaria y acercar otras disciplinas al área de las ciencias de la atmósfera para conformar equipos interdisciplinarios.
Asimismo, se refirió a la necesidad de “generar políticas de Estado”, en lugar de “trabajar sobre la crisis”, cuando los tiempos y los recursos son “acotados”. En un país “climadependiente”, siempre habrá eventos extremos que provocan “muchos impactos económicos y sociales”, manifestó. Aunque hoy es la sequía, no sería una sorpresa que más adelante se presentaran olas de frío o de calor, vientos muy fuertes o precipitaciones intensas que causaran inundaciones, como ha sucedido en la última década. “No podés evitar estos eventos, pero sí minimizar los impactos y tener todo bien organizado y dispuesto”, concluyó.
Atribución
En la estadística “a veces se habla de cisnes negros”, dijo a la diaria Marcelo Barreiro, físico, docente, investigador y colega de Renom en el Departamento de Ciencias de la Atmósfera de la Facultad de Ciencias, al conversar sobre la sequía “extraordinaria” a la que nos enfrentamos. Eventos como este tienen “muy baja probabilidad de ocurrencia” pero traen consigo un “impacto muy grande” que afecta a toda la sociedad, explicó.
Consultado sobre las causas del fenómeno y su vínculo con la crisis climática, Barreiro se refirió al trabajo de World Weather Attribution, un grupo de investigadores y docentes de diferentes universidades del mundo que realizó un estudio de atribución para el déficit hídrico de la región en octubre, noviembre y diciembre de 2022. Aunque observaron que tuvo una gran magnitud, “llegaron a la conclusión de que no pueden atribuir ese déficit al cambio climático” pues lo que sucedió “fue causado por variabilidad natural”. Sin embargo, el equipo también analizó las olas de calor que hubo en el mismo período en Uruguay y en algunas partes de Argentina, y descubrió que su existencia es “60 veces más probable” gracias al calentamiento global. En definitiva, “que haya llovido menos de lo normal no es debido al cambio climático”, pero “la sequía se vio potenciada por las olas de calor”, que sí lo son. Por lo tanto, hablar de la sequía supone reconocer “una combinación” entre el déficit hídrico generado por La Niña y otros fenómenos climáticos, y las consecuencias de las olas de calor.
“Para poder realmente decir si el cambio climático tiene o tuvo algo que ver [con la sequía] hay que hacer un estudio de atribución” que no se hace en Uruguay”, planteó Barreiro.
El investigador contó que hace poco envió junto a otros colegas un proyecto a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación con el objetivo de “implementar una metodología de atribución del cambio climático para fenómenos extremos”, que le permita a nuestro país comprender lo que sucede sin depender de organizaciones internacionales. “Si uno quiere adaptarse al futuro clima, que es cambiante, necesita tener bien claro cuáles son esos cambios que van a ocurrir”, reflexionó. Por esa razón y porque siempre hubo fenómenos atípicos, “no podemos decir que cualquier evento extremo es debido al cambio climático”, agregó.
Contradicción
Más allá del área de la investigación, diferentes grupos de ambientalistas observan en lo que viene sucediendo una serie de alertas que evidencian la existencia de una crisis climática. Aunque reconocen que se trata de un problema global, provocado en mayor medida por los países más poderosos, también apuntan al gobierno.
“Nuestro país tiene que tomar una definición democrática respecto de cuál es el camino y el sendero de desarrollo que queremos recorrer”, opinó Karin Nansen, integrante de Redes-Amigos de la Tierra Uruguay, en diálogo con la diaria. Para eso, “tiene que haber una profunda discusión democrática de sus implicancias” y “participación” tanto de los académicos y las organizaciones sociales que vienen trabajando en la materia, como de “toda la población, que finalmente se va a ver afectada por el cambio climático”. Según la activista, la garantización de derechos “está muy relacionada a lo ambiental” y en Uruguay “eso es algo que hoy está clarísimo”. Casos como el de la falta de agua potable responden no sólo a las consecuencias de la crisis climática, sino también a que “hubo una gestión ambiental del territorio sumamente irresponsable”.
En ese sentido, recordó que en 2022 Ancap firmó un contrato con Challenger Energy, una empresa petrolera, para explorar yacimientos de hidrocarburos en un bloque ubicado en la plataforma offshore. Además, otras dos compañías –Shell y el Grupo APA– se manifestaron interesadas en hacer exploraciones para luego explotar tres bloques más.
“Elegir transitar hacia la explotación petrolera y todo el proceso de exploración es una locura” en el contexto actual, aseguró Nansen. De acuerdo con su relato, nuestro país “avanzó muchísimo con una matriz de energía eléctrica renovable” y este tipo de decisiones suponen “una contradicción muy grande”, especialmente ante “impactos que son muy claros y evidentes” y “no se pueden negar”. A la vez, va en contra de una “transición necesaria” que representa “un gran reto para los países actualmente productores de petróleo”.
Nansen explicó que existe una “responsabilidad común pero diferenciada de los países del norte y principalmente de las empresas petroleras a nivel mundial” en relación con la crisis, que debe ser asumida. “Tiene que haber una financiación pública para que los países del sur puedan emprender una transición justa para abandonar el petróleo y los combustibles fósiles, porque los riesgos son brutales y no sólo a futuro”, subrayó. El dinero, además de impulsar esa transformación, tendría que servir para recuperar “pérdidas y daños que ya enfrentan muchos países como consecuencia de grandes sequías, inundaciones, huracanes y demás”.