El Laboratorio Ambiental del Ministerio de Ambiente (MA) tiene un largo recorrido que se mantiene “a pulmón” de los técnicos, dice su directora Natalia Barboza. Recuerda que la entidad gubernamental perteneció al Ministerio de Transporte, después al Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Incluso, en un momento, casi desaparece. “Fue a partir de un movimiento global que entendía que los laboratorios estatales no eran buena idea. Se pretendía derivar las tareas a laboratorios externos y privados. Durante este período tuvimos bajas y después mejoramos”, comenta. Enumera con orgullo los diferentes logros que han conquistado, por ejemplo, que estén acreditados para hacer análisis de plaguicidas, metales, nutrientes y ecotoxicidad. Actualmente está ubicado en el Laboratorio Tecnológico del Uruguay (LATU) y 19 técnicos trabajan en el lugar, aunque, de forma “coyuntural”, no cuentan con funcionarios administrativos. la diaria conversó con Barboza y Alejandro Mangarelli, jefe de la Sección Instrumental, sobre las tareas que llevan adelante, los desafíos en materia de plaguicidas y la gestión interinstitucional de las problemáticas ambientales.
¿Cuáles son sus principales tareas? ¿Accionan a partir de denuncias, realizan muestreos aleatorios e investigaciones por su cuenta?
Natalia Barboza (NB): Nosotros trabajamos para clientes internos únicamente. Es decir, tenemos capacidad de trabajar para terceros, pero no lo estamos haciendo desde hace un buen tiempo porque tenemos mucho para hacer en la propia institución. Nuestro principal cliente es el Área de Calidad Ambiental [del MA], que es donde se definen los planes de monitoreo. Ellos definen qué curso de agua se va a monitorear, qué variables se van a controlar, cada cuánto se va a hacer muestreos. Cada vez lo coordinamos más en conjunto porque el laboratorio ha ido incorporando capacidad analítica compleja, como en la parte de análisis de plaguicidas. En este tema necesitamos saber exactamente cuál plaguicida quieren medir y el laboratorio tiene bastante para aportar. Hacemos una planificación anual y se toman muestras de agua y sedimentos en distintos cursos del país: río Uruguay, río Negro, laguna del Cisne, laguna Merín, río Santa Lucía. Las variables a medir dependen de la prioridad que se tenga. Por ejemplo, en el Santa Lucía vamos a medir la parte de nutrientes, en el río Uruguay vamos a medir los parámetros relativos a la planta papelera. Quiero decir que no hay un plan fijo para todos los lugares, sino que se va definiendo en función del sitio y de lo que más nos preocupa.
En la laguna Merín imagino que el análisis de plaguicidas es muy importante.
NB: Exacto; la parte de nutrientes y materia orgánica es general en todos. Además, hay fluctuación en las distintas estaciones del año. En el San Salvador y el Santa Lucía también es importante medir plaguicidas, pero no son los mismos plaguicidas que se miden en la laguna Merín. Estos controles representan el 60% de la carga de muestras que ingresan al laboratorio. Después tenemos un 30% de muestras que son inspecciones de industrias. El Área de Control y Desempeño Ambiental también planifica anualmente, según el ramo de actividad, cuántas veces van a cada uno de los emprendimientos. Sin embargo, como son inspecciones, no hay una fecha clara desde principio de año. Se va manejando, porque la idea es, justamente, que el ministerio se haga presente sin aviso, que vaya cuando estén en operación y tome muestras. Para estas situaciones nosotros trabajamos con una planificación semanal.
El 10% restante de muestras lo utilizamos para asegurar nuestra calidad de los datos reportados. Son muestras ciegas que contratamos a proveedores, por lo general, internacionales. Nos mandan muestras y nosotros no sabemos el contenido, lo analizamos como si fuera una muestra real y reportamos ese dato. El organismo nos dice si nos dio bien o mal, si está dentro del rango esperado o no. Esto nos da la certeza de que estamos trabajando bien, con la capacidad analítica adecuada para reportar nuestros datos. En ese mismo 10% entran las muestras de denuncias, que se atienden todas e incluso tenemos en el ministerio un canal para que cualquier persona pueda realizarlas. Hay una división que las evalúa y según el caso determina si amerita tomar muestras o no. Por lo general, se va a terreno siempre a ver qué es lo que pasó, pero no siempre implica la toma de muestras. Si implica la toma de muestras, nos llaman y coordinamos qué medir. Nosotros tratamos de recabar toda la información del sitio. Por ejemplo, si encontraste una etiqueta de plaguicidas, si hay mortandad de peces, si ves pasto seco. Esto nos sirve para definir qué medir, porque siempre tenés que tener una idea de lo que vas a buscar. Toda la información de campo que se nos pueda dar nos orienta.
¿Existe un desafío para llegar a tiempo al territorio?
Alejandro Mangarelli (AM): Es bastante lógico. Por ejemplo, si tenés mortandad de peces y fue por una mala práctica al limpiar tanques, el agua corre. Si vas a muestrear agua, seguramente lo que estás buscando ya está unos kilómetros abajo. Tendrías que ir allí, aunque además también tendrías una dilución. La parte analítica tiene que estar muy bien acompañada del sentido común y la lógica del que va a tomar la decisión de muestrear para utilizar los resultados al tomar decisiones.
El problema de los plaguicidas también es que se utiliza la palabra como si fuera una masa, una cosa. En realidad, hay 300 plaguicidas, por lo menos, registrados en Uruguay. Cada uno es distinto, algunos son muy solubles en agua, otros son extremadamente insolubles, hay algunos muy tóxicos, otros menos tóxicos. Para hacer análisis de plaguicidas cuando hay una mortandad de peces tenés que tener indicios de que haya plaguicidas. Una botella tirada, un frasco vacío, el pasto quemado, un lavado de mosquitos, algo. Tenés que tener elementos que te orienten a medirlos. A su vez, se da el proceso opuesto: que encuentres plaguicidas en el agua, que lógicamente vas a encontrar.
NB: Los equipos que hay para poder medirlos son cada vez más sensibles: podés decir mejor qué plaguicida hay y en qué cantidad. Hace 20 años, por ponerte un ejemplo, medíamos 10 ug/l. Después pasamos a medir 1 ug/l y ahora medimos 0,1 ug/l. Cada vez voy a llegar más bajito. Que ahora se encuentren no es que estemos peor que antes, sino que estamos midiendo a niveles de menor concentración. Para saber si estamos peor o mejor, habría que ir a la normativa. ¿Qué tan cerca estamos del valor establecido allí? Porque se supone que esa normativa se definió de acuerdo a la toxicidad y a un montón de elementos que hacen daño al ambiente, al ser humano. Pero no es tanto por la analítica y lo que encuentres. En el ministerio tenemos una batería de más de 100 plaguicidas que podemos medir de rutina.
Últimamente el concepto de “una sola salud” –en referencia al vínculo de la salud ecosistémica, animal y humana– está siendo cada vez más fuerte. En este sentido, ¿el laboratorio alguna vez hizo análisis de presencia de plaguicidas en personas?
NB: En nuestro laboratorio no, porque es un laboratorio de matrices ambientales, no es tan sencillo mezclar matrices. Si hago análisis del agua, no es que pueda hacerlos en sangre; se requieren otro tipo de instalaciones y otras cuestiones de seguridad. Lo que sí hacemos es trabajar coordinadamente con otras instituciones, por ejemplo, el Ministerio de Salud Pública. En un proyecto FAO [de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura], habíamos estado trabajando en medir el impacto de los plaguicidas en las personas, no el plaguicida en sí. No medimos la concentración de metolaclor [herbicida] o cipermetrina [insecticida] en sangre u orina; lo que se mide en plaguicidas no es el compuesto en sí, sino la afectación en una determinada enzima que se sabe que los plaguicidas afectan. Medís la actividad en ella y podés saber el impacto que tienen en esa persona. Nosotros participamos en el proyecto, terminó el año pasado, duró cinco años y en los primeros se trabajó con el Ministerio de Salud Pública.
A futuro, ¿piensan que es necesario consolidar el accionar interinstitucional en materia de plaguicidas?
NB: Lo interinstitucional es fundamental en los temas ambientales, más si tenemos en cuenta el concepto de una sola salud, que viene a dejar en evidencia esa necesidad.
AM: El mercurio hace mucho tiempo que se conoce, que se sabe su toxicidad. Cuando uno hace un estudio sobre el mercurio, ya sea para definir sus concentraciones en el ambiente, en la sangre o donde sea, hay bibliografía. Los médicos saben que por debajo de determinado valor no hay problema, que por encima de otro valor hay determinados problemas y que por encima de determinado valor es más complicado. Ahora bien, los plaguicidas son un invento de los últimos 70 años e incluso menos. Nosotros podemos definir, por ejemplo, cuánto clorpirifos [insecticida] hay en el ambiente, el Ministerio de Salud Pública puede definir qué efecto tiene en las personas. Después, los datos se podrían correlacionar para sacar conclusiones.
NB: En el caso del mercurio existe un buen ejemplo de trabajo interinstitucional. Hay una única planta en el país que utilizó mercurio, que ya está migrando de tecnología [se refiere a Efice, empresa productora de cloro y soda cáustica, que tiene plazo hasta 2025 para reconvertir su tecnología, obligación establecida por el Convenio de Minamata], pero generó un pasivo ambiental, se hizo un diagnóstico, se buscó dónde estaba el mercurio. Una vez que se definió, se delimitó esa zona, se trabajó con la asociación de trabajadores, se analizaron muestras de orina, que es donde corresponde medir mercurio, y se analizaron los pozos de agua potable. Se trabajó con Salud Pública y con OSE, quedó como algo que se empezó y se cerró [...]. Lo mismo se puede aplicar en cualquier tema, en temas de plaguicidas, en temas de metales.
AM: Lo que sucede es que los plaguicidas son un tema extremadamente complejo.
NB: Y hay otros intereses también. Por ejemplo, si hay un problema de arsénico, como pasa en las aguas del departamento de Rocha, que tienen más arsénico que las del resto del país, lo que tenemos que hacer es trabajar con OSE y ver cómo se puede paliar. Pero es natural, no hay nadie a quien hacer cargo de ese arsénico. En el tema de los plaguicidas es más complicado por lo que implica para la producción. El MGAP [Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca] tiene su otro interés y está bien, lo que hay que tratar de hacer es que la producción no sea a costa del ambiente.
A fines de 2023 se lanzó el Registro Nacional de Laboratorios Ambientales. Según su decreto reglamentario, busca que la información vinculada a matrices ambientales que es presentada por diferentes laboratorios nacionales y extranjeros ante gestiones del MA sea confiable. En este sentido, ¿qué importancia tienen los datos y su presentación para la división?
AM: Un problema es que la mayor parte de las personas, salvo que estén vinculadas a la analítica, no manejan las unidades. Es decir, no se tienen claras las diferencias entre miligramos, microgramos, picogramos. Uno puede ver un número enorme y que se trate de cantidades extremadamente pequeñas, y viceversa. Las unidades se pueden manejar para presentar un dato horrible o fantástico. Por otro lado, las personas también suelen pensar que el laboratorio es una calculadora donde ponés números y te da resultados. En realidad, los laboratorios cometen muchos más errores de lo que las personas piensan. Con esto hay que tener mucho cuidado y el laboratorio tiene que trabajar para poder tener la certeza de que el dato que brinda es cierto. [...] Una de las cosas más importantes que nosotros necesitamos es que nuestro dato, enfrentado contra otro dato, tiene que ganar en certezas. El generar datos erróneos le quita credibilidad al laboratorio, y que un laboratorio pierda credibilidad es uno de los mayores problemas que puede tener.
NB: Muchas veces, nuestro país diseña políticas públicas ambientales a partir de nuestros datos, tenemos que asegurarnos de que sean de calidad. Esto se liga también con el Registro Nacional de Laboratorios Ambientales. Es sumamente importante exigir a los laboratorios que reportan datos la garantía de que estén aplicando controles de calidad. Hay muchos que actualmente trabajan bien, nosotros tenemos una red de laboratorios con los que trabajamos, conversamos y compartimos problemas desde hace mucho tiempo. Ahora lo que hacemos es que nos demuestren que trabajan bien. A su vez, también generamos que los otros que no trabajan tan bien se vayan acomodando.
¿Existe un conflicto en el hecho de que los laboratorios reciben dinero de empresas para generarles datos?
AM: Es un mercado muy pequeño. Las personas que trabajan en laboratorios nos conocemos, son compañeros de facultad [risas]. Hay cosas que capaz se pueden tergiversar en un organismo privado para ganar más dinero, pero termina perdiendo porque después se nota que está trabajando mal y en un mercado pequeño es complejo.
NB: Las grandes diferencias que hemos tenido es cuando se usan distintas metodologías. Por esta razón, hace unos diez años, sacamos el Manual de Metodologías de Referencia. Allí definimos qué método tenés que usar para medir fósforo, qué método tenés que usar para medir nitrógeno, etcétera. Si el laboratorio se guía por esas pautas, no hay mayores problemas.
En un mundo ideal, ¿cómo les gustaría que fuera el laboratorio?
NB: ¡Yo quiero ser la EPA [Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos]! [risas]. Me gustaría hacer más investigación, quisiera profundizar en la prevención, en buscar indicadores de alerta temprana, que a veces quedan sólo en aplicar medidas que otros países han hecho y que no es del todo aplicable a nosotros. También me gustaría trabajar en la parte de las estaciones automáticas, mejorarlas en cuanto a la calidad de datos, hacer un chequeo más profundo, porque hay una cuestión de incertidumbre. [...] Lo otro es un tema más bien político, pero en mi opinión tenemos que trabajar de forma más coordinada con los laboratorios de las otras instituciones públicas. Me parece que nos mejoraría muchísimo en cómo trabajar los temas. Lo que hacemos a nivel técnico hoy es a pulmón, pero en el mundo ideal deberíamos poder trabajar más coordinadamente con el laboratorio del MGAP. Ellos tienen una capacidad, nosotros tenemos otra, nos deberíamos complementar. Después también están UTE, OSE, Salto Grande, el LATU, Salud Pública. Si nos coordinamos de mejor manera estaríamos mucho mejor, pero toca un montón de cosas que se escapan de lo técnico.
AM: Saliendo un poco del ideal, nosotros tenemos la ventaja desgraciada de ser tercer mundo. El primer mundo está 20 años adelantado y nosotros sabemos qué es lo que viene. No quiero decir que hay que ver a Europa y saber lo que hay que hacer, pero ellos están analizando cosas que nosotros todavía no. Sabemos para qué lado tenemos que ir, pero ir implica comprar algún equipo más, y no sólo con los equipos se resuelve, porque tenés que tener a la gente preparada. Todavía estamos luchando con los plaguicidas, nos va a llevar unos cuantos años más concientizar, incluso al ministerio, de que no es sólo una palabra.
NB: Todos los años se inventa un plaguicida nuevo y la analítica siempre va atrás, siempre tenés que ir acompasando. En el tema de los plaguicidas nunca vamos a estar en el punto ideal, porque implicaría tener la capacidad de medirlos en un corto tiempo.
AM: Vinculado a los nuevos plaguicidas, también podemos adentrarnos en el terreno de los emergentes en lo que refiere, por ejemplo, al análisis de antibióticos, fármacos, drogas veterinarias. Es un mundo; cuando yo hablaba de mirar a Europa y decidir hacia dónde tenemos que ir, me refería a esto. El tema es que no es tan fácil.
NB: El ideal es tener la capacidad para adecuarnos a estos cambios, el laboratorio ideal es el que se va acompasando a estas dinámicas.