El 24 de enero, la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca comunicó el cierre de la temporada de extracción de la almeja amarilla (Mesodesma mactroides) para consumo humano y carnada en “carácter preventivo y atentos a salvaguardar la salud pública”. La mortandad masiva de la especie en su zona de distribución −que se encuentra habitualmente entre Barra del Chuy y La Coronilla− fue la razón que motivó la medida, que se mantendrá hasta que el organismo público emita un nuevo aviso. En imágenes y videos proporcionados por el Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, se puede observar cómo individuos de la especie se encuentran amontonados, sin lograr enterrarse en la arena.
La mortandad masiva de este molusco, que pasó desapercibida en los medios de comunicación, sin embargo generó preocupación en científicos de la Dinara y de la Facultad de Ciencias que han dedicado gran parte de su vida a estudiar las almejas, así como también en pescadores que viven de su recolección. Recordemos que existe una larga historia de trabajo y generación de conocimiento ecológico de ambas partes, que tienen como objetivo común la preservación del recurso. Encontrar equilibrios no es tarea sencilla y todavía está latente en la memoria colectiva la mortandad masiva que tuvo lugar en la década de 1990, que generó que no se pudiera pescar la especie hasta 2009 −momento en que se recuperó levemente−. Durante este tiempo, un gran número de pescadores artesanales debieron cambiar de actividad.
En la actualidad, poco más de 30 almejeros cuentan con permiso para su extracción. La dirección del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca es quien los otorga, y además también establece cada año los períodos de veda y períodos donde su captura está permitida. A su vez, un punto relevante para comprender la situación radica en que el aumento de temperatura del mar representa una amenaza para las almejas amarillas, especie típica de aguas frías.
la diaria conversó con Álvaro Irazoqui, director de la Dinara, sobre la mortandad masiva que tuvo lugar en enero, y con Omar Defeo, investigador del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias, sobre cómo es necesario tener una mirada regional para conservar esta especie altamente vulnerable.
Prevenir para no lamentar
“La almeja es un recurso muy sensible; para poder tener una almeja que se pueda extraer para comercializar, tiene que tener un ciclo de vida de cinco años aproximadamente. Crecen casi un centímetro por año. Es un recurso de buen valor, pero no es de una abundancia muy grande, por tanto hay que tener mucho cuidado en el manejo y en las cantidades que se extraen. Por esta razón, la Dinara hace prospecciones y después se establecen las cotas que se pueden extraer para comercializar”, expresó Álvaro Irazoqui, director de la institución.
El jerarca apuntó que durante la semana en que se estableció el cierre de la temporada de extracción de la almeja amarilla se produjo “un evento extraordinario de temperatura elevada en el agua”. “La temperatura del agua llegó a 25,5 grados, lo cual no es normal. El promedio está entre 21 y máximo 23 grados. 23 y 22,5 ya es una temperatura bastante elevada para la zona. Cuando la almeja salía del agua estaba débil, sumado al calor extremo que hubo la semana pasada, la alta temperatura de la arena y lo seco del ambiente, casi no se podía enterrar y se estaba muriendo”, manifestó. Al consultarlo sobre si la mortandad podría estar vinculada con el cambio climático, fue claro. “Hemos tenido en el pasado ingresos de corrientes cálidas y de corrientes frías atípicas. Depende mucho del año, de la época, si está La Niña, El Niño, de la corriente. No te sabría decir ahora la causa de ese ingreso de agua cálida, que además fue solamente en este punto”, respondió, aclarando que no estaba al tanto de si alguna dirección del Ministerio de Ambiente −como la de Cambio Climático− se involucró en la problemática.
Irazoqui subrayó que en coordinación con los pescadores de la zona se tomó la decisión de cerrar la temporada con el fin de “evitar que se cosecharan almejas que estaban saliendo no en muy buena condición, casi muertas”. También puso sobre la mesa que la medida se basó en el principio “precautorio” para “salvaguardar lo que queda del recurso” y “evitar problemas” hasta que “las condiciones se normalicen y se pueda terminar de extraer el cupo que se le asignó a los pescadores artesanales para poder comercializar”. Por otro lado, apuntó que Prefectura ayudará a fiscalizar. “Tenemos el problema que hay muchas personas que no tienen permiso para extraer la almeja e igual la sacan ilegalmente, tratan de sacarla ilegalmente para venderla como carnada o de otra forma”, puntualizó.
Asimismo, aclaró que el objetivo de la medida “no es sembrar alerta” y que “las almejas que están comercializando hoy en día no son riesgosas”. Por otro lado, recordó que existe una única planta de procesamiento de almeja amarilla. El nombre es Almejas Palmares y, en una nota anterior con la diaria, su promotora, Nancy, describió su propósito con la iniciativa: “Somos hijos de almejeros viejos y queremos generar una fuente de trabajo, que es lo que falta en esta zona. Hay muchas almejeras mujeres, chiquilinas jóvenes y mujeres mayores. El grupo está conformado por una gran variedad. Queremos cambiar la historia de la zona, dependemos de eso, si no lo hacemos nosotros mismos no lo va a hacer nadie. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos y a nuestros nietos a que lo hagan. Le queremos dar valor al producto y generar fuentes de trabajo”. Este tipo de historias son las que se encuentran detrás de la pesca artesanal de almeja amarilla, que se vieron afectadas por la mortandad y el incremento de temperatura del océano.
¿Qué nos dice la evidencia acumulada?
Omar Defeo es investigador del Laboratorio de Ciencias del Mar y desde hace décadas trabaja con la comunidad de pescadores de almejas. Al preguntarle sobre las posibles causas del fenómeno que tuvo lugar en Rocha este año, señaló que “es difícil hablar de atribución en Ciencias Ambientales, pero tenemos 40 años de estudios −donde uno de los baluartes ha sido el doctor Leonardo Ortega− que demuestran que hay una relación importante entre el incremento de temperatura en el Atlántico sudoccidental −estamos en un hotspot de calentamiento, uno de los más grandes a nivel mundial− y las mortandades masivas que se suscitaron en 1994. La almeja no se ha vuelto a recuperar a los niveles anteriores de esa mortandad”. Incluso remarcó que han detectado “signos de enfermedad, de anormalidades en el cuerpo, de talla y de reproducción”. “Es decir, tenemos evidencias para sustentar que puede deberse al incremento de temperatura que ha sido constante en nuestra zona en los últimos 40 años. Tenemos evidencias experimentales y el conocimiento tradicional ecológico de los pescadores, que nos han dicho lo mismo: que sienten el agua caliente y que la almeja no se entierra bien”, subrayó.
El científico contó que en playas brasileñas, entre ellas Hermenegildo, también se registraron episodios de mortandad. “El fenómeno no es local, es regional, como otras mortandades masivas que tuvieron lugar en Brasil, Uruguay y Argentina. Estamos desarrollando estudios con investigadores de Argentina y Brasil, y en ninguno de los dos países se ha terminado de recuperar el recurso. La almeja tiene una distribución que va aproximadamente desde Rio de Janeiro hasta la Isla del Jabalí, en Argentina. Por tanto, este tipo de estudios amerita una aproximación regional”, declaró y sumó que se deben “desarrollar esfuerzos mancomunados” en los territorios para garantizar la conservación del recurso.
Defeo enfatizó la importancia de una investigación publicada en la revista arbitrada Global Environmental Change, cuyo nombre podría traducirse algo así como Aprovechar el conocimiento científico y local para enfrentar el cambio climático en la pesca de pequeña escala, que tiene como uno de los autores principales a Ortega, investigador de la Dinara, si bien él también forma parte del equipo. El estudio, se indica en el texto, aportó pruebas sobre el cambio climático regional y el alcance de los impactos ecológicos derivados en un punto crítico de calentamiento de los océanos −también conocido como hotspot−. En la investigación se hace hincapié en el caso de la almeja amarilla y los efectos que documentaron, entre ellos los que nombraba Defeo: una disminución de abundancia y anomalías corporales.
El científico remarcó: “No podemos cerrar los ojos ante una evidencia clave, que es el incremento de temperatura. Lo que induce a descalificaciones, y causa cierta pena, es el concepto de cambio climático. Hay muchos detractores, podés decir que es el incremento sistemático de temperatura, que por otra parte está demostrado a nivel local, a nivel regional y a nivel mundial, pero que en este caso es mucho mayor que el promedio mundial y también está demostrado”. Sin ir más lejos, en el trabajo se explica que en el Atlántico sudoccidental, frente a nuestras costas, se encuentra uno de los hotspots de calentamiento “más grandes e intensos del océano global”, donde “la tasa de aumento de la temperatura superficial del mar duplicó el calentamiento global promedio”.