Tal como especifican los autores, es tarea de los científicos sociales la deconstrucción de lo sagrado, el desciframiento del patrimonio folclórico, la explicación de lo proclamado inefable. De ese modo, los autores ubican a la religión en el escenario de la cultura y la analizan a la luz del conocimiento, distinto de la fe que acepta (“que mueve montañas y traga aldabas”, al decir de Vidart), sin posible discusión ni libre examen, los mandatos del dogma. Leer el libro es tan apasionante como escucharlos hablar. Lo que sigue es parte de la conversación que la diaria mantuvo con Loy y Vidart.

-El Capítulo I abre con un epígrafe de Harvey Cox que dice “La fiesta es un fin en sí”. Entre otras cosas, hablan de la fiesta como un espacio de ruptura ostensible del tiempo del trabajo, de espaldas al agobio de lo cotidiano. ¿Cuál es el fin de la fiesta?

Anabella Loy: -La fiesta es una ruptura con el orden de lo cotidiano, es una manera de volver al tiempo de los orígenes. En algún sentido, normalmente los mitos hacen eso, nos permiten reactualizar la realidad del tiempo de los orígenes. Si bien en el caso del cristianismo no podemos hablar de un tiempo cíclico, hay una serie de elementos que reiteran el tiempo de los mitos y lo convierten en algo parecido.

-¿Qué mitos, ritos y símbolos están convocados en estas fiestas?

Daniel Vidart: -Algunos sociólogos coinciden en algo muy interesante y ajeno a lo luminoso: el tema es estar todos juntos. La mirada del investigador lo contempla desde afuera, pero quien vive la fiesta no se preocupa por rastrear dónde están los símbolos: va cumpliendo con una costumbre clásicamente aceptada. Entonces uno entra a la fiesta de Navidad ignorando una cantidad de cosas que en el libro se pueden averiguar.

-Algunos conceptos más interesantes y ampliamente desarrollados en el libro son que Jesús no nació el 25 de diciembre, ni en Belén sino en Nazaret, y que todo el ritual asociado a Jesucristo -muy similar al de otros dioses de distintas latitudes- no hace más que imitar el antiguo modo de venerar al sol.

DV: -Desde India hasta Egipto, el dios es el sol. Cuando encontraron que en los Evangelios no decía cuándo había nacido Jesús, el Papa Liberio, en el siglo IV, de acuerdo con Constantino el Grande, aprovechó la fiesta del Natalis Solis Invictus de manera pragmática y sincrética.

-AL: Muchas religiones tenían una serie de creencias y costumbres que estaban vinculadas con el sol. En el hemisferio Norte, cuando comienza el invierno, parece que durante tres días el sol va por encima del horizonte y no se eleva. Ésa es la sensación que uno tiene cuando lo observa. ¿Qué sucedería eventualmente con un pueblo que depende del sol para la cosecha, la siembra, para toda su supervivencia cotidiana, si el sol dejara de salir? Sucedería una catástrofe, habría hambruna. Con nuestra mentalidad científica sabemos que el sol seguirá saliendo hagamos lo que hagamos. Pero para la cosmovisión mítica había que hacer algo para que el sol se elevara por encima del horizonte: había que avivarlo con el fuego y el ruido. Cuando nosotros hoy usamos pirotecnia y hacemos mucho ruido, de alguna manera estamos llamando al sol para que se eleve sobre el horizonte y salga. En realidad vivimos en el hemisferio inadecuado, entonces para nosotros eso no tiene demasiada significación, porque tampoco somos griegos, ni romanos, ni egipcios. Pero podemos entender la significación más allá de nuestra participación real.

-DV: El recorrido del sol es similar al trayecto existencial de otras divinidades como Attis, Dionisos o Baco, Heracles o Hércules, Horus, Osiris, Krishna, Mitra, Zoroastro, Quetzalcoatl e Inti. Muchos responden a un formato mitológico muy semejante: nacieron de madre virgen, tienen un padre putativo carpintero. Estos niños divinos nacen en un establo en una gruta (da la idea de útero de la madre tierra). Cada vez que nacen, salen tres estrellas o van tres personajes con presentes. Todos caminan sobre las aguas, tal como el sol camina sobre las aguas. Realizan milagros resucitando a muertos, pero además mueren malamente y resucitan al tercer día como el padre sol. El número tres preside de tal manera todas estas vidas extraordinarias que el árbol de Navidad, que antiguamente era un roble, es sustituido por la Iglesia por una conífera cuyo perfil es triangular: el padre, el hijo y el espíritu santo.

-AL: En el arbolito solían colgar cabezas de osos y de los enemigos. Es bien interesante tomar ese tema porque el arbolito parece algo tan inocente, tan tierno, tan decorativo, que pensar en esos orígenes tan truculentos es una especie de contrasentido cuando ahora se celebra la Navidad, que es una fiesta del encuentro, de la sociabilidad. Nosotros encontramos un antropólogo español que se preguntaba qué celebramos en Navidad, y decía que celebramos el estar juntos: reforzamos los vínculos, hacemos un culto de la sociabilidad, y después hacemos un culto del natalicio de Cristo, del cual algunos se acordarán y otros poco.

-Ha cambiado bastante el modo de celebrar la Navidad...

-AL: Lo que celebramos hoy tiene que ver con orígenes pero no necesariamente con orígenes que tienen mucho tiempo de desarrollo. La figura que hoy conocemos como Papá Noel es un ejemplo de eso, ya que ha cambiado mucho a través del tiempo.

-¿Y qué otras cosas encontraron con relación a por qué se celebra?

DV: -Cada fiesta tiene un espíritu especial, no es el espíritu de Navidad sino el de la fiesta lo que en nosotros adquiere la conciencia colectiva, algo que rechazan los sociólogos. No hay una conciencia colectiva pero sí hay un nosotros, se trata de una celebración identitaria que nos permite reconocernos a nosotros mismos en un grupo que, de alguna manera, en el simposio alrededor de una mesa, comulga empáticamente con el tú e incluso con el él. Cuántas veces llega alguien desconocido y se le dice: “Incorpórate a la fiesta, bebe con nosotros este acontecimiento”.