El coloquio, organizado por el Departamento de Educación para el Medio Rural (DER) del Consejo de Educación Inicial y Primaria, tuvo como objetivo dar a conocer 24 experiencias de escuelas rurales, narradas por maestros coordinadores departamentales, maestros rurales e integrantes de las comunidades que formaron parte de las iniciativas.

El maestro Limber Santos, director del DER, dijo a la diaria que la intención fue mostrar la escuela rural y dar cuenta de lo que se hace desde el punto de vista pedagógico, didáctico y socio-comunitario. Casi la mitad de las escuelas públicas (1.150) son rurales, y constituyen un lugar de confluencia social y de referencia comunitaria. “La idea es dar a conocer las tareas que desarrolla la escuela rural en conjunto con otras instituciones, una realidad invisibilizada, que no está en las agendas ni en el debate y menos en las políticas públicas. Queremos poner el tema sobre la mesa para que se tomen decisiones de políticas educativas que fomenten y apoyen a la educación rural”, señaló.

La primera experiencia en ser contada fue la de la escuela Nº 4, ubicada en la localidad de Chacras del Pintado, cercana a la capital del departamento de Artigas, que está inmersa en una zona netamente agrícola de producción tabacalera. Desde 1990, alumnos y maestros, preocupados por los daños provocados en la zona por el constante uso de agrotóxicos en las plantaciones de tabaco, comenzaron a trabajar para revertir la situación.

Ese mismo año elaboraron un proyecto cuyo objetivo fue contrarrestar los efectos de los agrotóxicos sobre el medio ambiente y la salud de los niños. Entre otras cosas porque muchos de los niños que asistían a la escuela también trabajaban en las plantaciones durante la zafra, y el contacto con la hoja de tabaco les producía sangrado en las manos y malformaciones.

La primera acción de la comunidad y la escuela fue la implementación de talleres informativos sobre el uso de los agrotóxicos. “Desde la escuela se quiso mostrar a los productores que era posible el cambio en las prácticas agrícolas, se promovió el consumo de verduras y se comenzó con el proyecto de huertas orgánicas, enseñando a producir sin contaminar”, dijo José María Macieras, maestro coordinador de Artigas.

También se creó un invernáculo para uso de la comunidad y se promovió la recuperación del suelo a través de abonos verdes. Como consecuencia, explicó Macieras, los productores aprendieron a elaborar fertilizantes orgánicos, se incrementaron los ingresos en los hogares y se desterró la costumbre del monocultivo. Se logró una creciente recuperación del suelo, ya que se utilizaba el fertilizante orgánico y se notó un cambio en la calidad de vida de los trabajadores.

“La escuela de los pescadores” fue la experiencia compartida por la escuela Nº 84 de Muelle de la Concordia, en el departamento de Soriano, una localidad ubicada sobre el río Uruguay, donde gran parte de sus pobladores son pescadores.

La propuesta del maestro Sebastián Gadea consistió en recuperar por intermedio de la escuela la autoestima de la comunidad. Además generó una serie de iniciativas productivas, como la cría de ganado, una huerta orgánica y un centro experimental de piscicultura.

Como consecuencia de la reactivación, varios alumnos que asistían a otros centros educativos más lejanos de su zona se integraron a esta escuela.

En Canelones Oeste, en la escuela Nº 88 de la localidad Las Violetas se realizó un proyecto de producción agrícola y conservación de alimentos junto con la comunidad. Heber de Souza, maestro coordinador de la zona, explicó que la iniciativa surgió en la década del 90 cuando los productores del lugar volcaban camiones enteros de frutas y verduras en las cunetas o en los campos, debido a los malos precios del mercado y la sobreproducción. “El mal aprovechamiento de los recursos generó un descrédito por las actividades agrícolas y por ende una pérdida de autoestima de las familias y los niños. Se formuló un proyecto para revertir esta situación y la escuela se constituyó como un centro de capacitación para el mejor aprovechamiento de la producción de la zona, iniciando un cambio en la dieta de los habitantes. Se planificaron diferentes acciones, entre ellas utilizar los excedentes de producción para realizar conservas para el abastecimiento de todo el año”, contó.

“Aprender conviviendo en Sarandí de Aiguá” fue la experiencia presentada por la escuela Nº 15 de esa localidad de Maldonado, que consistió en la creación de un internado rural al norte del departamento, destinado a niñas de contextos críticos de la ciudad de Maldonado, que permanecen allí de lunes a viernes.

Según contaron las impulsoras de la iniciativa, en la década del 90 muchos jóvenes se radicaron en la ciudad como consecuencia del despoblamiento del campo. De modo que el medio rural quedó con muy poca población escolar. Recientemente, la escuela estuvo a punto de cerrarse por falta de alumnado y, en busca de soluciones para que eso no sucediera, se pensó en transformarla en un internado para niñas, ya que tiene amplias instalaciones en muy buenas condiciones y está situada cerca de un centro poblado.

El objetivo fue que la escuela funcionara como internado para niñas de barrios periféricos de la ciudad que tuvieran situaciones familiares complejas, a la vez que se trató de integrar el campo y la ciudad. Desde hace varias décadas las escuelas rurales sufren las consecuencias del despoblamiento del medio rural y eso se vio reflejado en varias de las experiencias presentadas, cuyo principal objetivo consistió en poder reabrir algunos de los establecimientos educativos que fueron cerrados debido a la disminución del alumnado. Algunas ya lo han logrado, como la escuela Nº 27 de Coronilla de Cebollatí, en el departamento de Rocha, que fue cerrada en 2002 y luego de un proceso de trabajo con la comunidad reabrió sus puertas en 2008, con siete alumnos.

Otras escuelas, como la Nº 21 de la localidad de La Lata, en Treinta y Tres, todavía trabajan para la reapertura y esperan contar con la misma suerte que sus colegas rochenses.