En una entrevista que publicamos el lunes, Jorge Zabalza opinó que no veía condiciones para que “la frustración” y “el desengaño” que percibe ante la gestión del Frente Amplio en el gobierno nacional condujeran a la construcción de una nueva organización política. Con independencia de que se comparta o no el diagnóstico de Zabalza, el problema existe para todas las corrientes de opinión. En las actuales circunstancias de la sociedad uruguaya, no está claro cómo articular políticamente el descontento, la satisfacción ni el apoyo crítico.

Sí es evidente que el modelo de organismos territoriales con participación personal y voluntaria, aplicado por organizaciones políticas y también por la estructura de centros comunales zonales de la Intendencia montevideana, sólo abarca hoy a una parte pequeña de la población. No hay duda de que una de las razones es el escaso atractivo de las actividades que se realizan en esos lugares, ni de que se ha instalado un círculo vicioso, ya que el perfil de las personas que asisten desestimula la participación de otras. Pero también parece innegable que juegan otros factores, como la cantidad de horas dedicadas a ganarse el pan, la devaluación de ese tipo de reuniones como fuente de información relevante u oportunidad de incidir en decisiones y, en términos más generales, diversos cambios culturales e ideológicos que determinan una menor propensión a la militancia.

El hecho es que la actividad partidaria, incluso en estos tiempos de campaña, tiende a quedar en manos de un número reducido de personas, que incluye a los dirigentes profesionalizados, a sus asesores -que normalmente también son remunerados- y a unas raleadas “bases”, en su mayoría de edad bastante avanzada. No debe descartarse que esa situación sea considerada conveniente por muchos de quienes cortan el bacalao, pero en todo caso las consecuencias son malas para la salud democrática del país.

Es fácil pero engañoso ver la marcha de frenteamplistas por la rambla que se llevó a cabo el domingo (convocada mediante internet y exitosa, pese a las advertencias en su contra desde la estructura orgánica del FA) como una demostración de que el cambio está al alcance de la mano. Las redes de comunicación política que emplean ese tipo de tecnología tienen la virtud de adecuarse a las costumbres actuales de una parte de la población, pero también presentan inconvenientes como herramienta para el debate (por las limitaciones de los mensajes escritos en relación con el intercambio cara a cara) y para la toma de decisiones. Ayer, por ejemplo, se enviaron muchos mensajes de texto a celulares llamando a cacerolear durante la emisión del programa “Hablemos”, de Canal 10, en el que fue entrevistado Luis Alberto Lacalle, y es obvio que el medio elegido impidió que esa discutible iniciativa fuera objeto de un intercambio colectivo.

Decía Batlle y Ordóñez que “la historia de las asambleas es la historia de la libertad”. Si las asambleas pasan a la historia, existe el riesgo de que se lleven consigo a la libertad de todos. Y el modo de impedir eso está todavía por inventarse.