Chaná y Frugoni. Desde allí, elástico y alerta, el Chino estira su territorio cien metros en las cuatro direcciones, cuatro cuadras en cruz. Corre. Cuida coches, dirige el tránsito, abre y cierra puertas, carga bultos. Tiene mil antenas. Lo que no veo, lo escucho, dice. Saluda a todo el que pasa sin excepción. A los varones los llama súper si son chicos y capo si son grandes. Los motociclistas con casco son Batman, quién sabe por qué. Las mujeres son princesas sin distinción de edad. O emperatriz si son como Alicia, una aparición en bicicleta preguntando cómo se llega a la OSE. Sabe decirlo sin faltar el respeto. Muchos no responden el saludo pero Chan (apellido de su padre asiático, madre uruguaya) no baja los brazos nunca. Busca algo más que la plata que precisa. Tuvo caídas y se recuperó. Tiene una esquina, la cuida, la estira. Corre. No parás, Chino. No me puedo detener, dice.
En 2000 limpiaba parabrisas en Tres Cruces. Era uno de los que paraban justo al pie de la cruz o en Bulevar y Goes. Se distinguía por su simpatía y su inquietud, su estado atlético, sus demostraciones de arte marcial. En varias de las fotos de aquel año aparece corriendo, como ahora, diez años después.