Desde la Plaza Independencia, la Puerta de la Ciudadela parece un ojo de cerradura que deja adivinar apurados hombres de traje y mujeres de oficina, artesanos, lujosas construcciones antiguas, mesas, sillas y sombrillas de bares, además de mucho Torres García. El acceso este a la peatonal debe de ser uno de los lugares más ventosos de la ciudad pero a nadie parece importarle. Mendigos, locos, vendedores de lo que sea, tropillas de albañiles mateando, turistas y Mc Donald’s, todo convive en la calle de la escollera.

Homenaje

El miércoles 28 de abril a las 14.00 se inaugurará en la peatonal Sarandí el Paseo de los Soles. La iniciativa fue presentada en 2006 por el edil Marcelo Carrasco y recientemente aprobada por la Junta Departamental de Montevideo. El objetivo es homenajear a destacadas personalidades de la cultura nacional y visitantes ilustres de la ciudad mediante la colocación de placas de bronce. El procedimiento para elegir a los homenajeados es similar al utilizado para bautizar una calle o una plaza: la Comisión de Nomenclatura de la JDM recibe las propuestas y las eleva al pleno, donde tendrán que ser votadas por al menos 21 ediles. La diferencia es que en el caso de las placas, por tratarse de homenajes en vida, no hay que esperar que pasen 10 años después de la muerte de un personaje para utilizar su nombre, como sucede con el resto de la nomenclatura de la ciudad. Los primeros homenajeados serán Idea Vilariño, Mario Benedetti, Lágrima Ríos, Alcides Ghiggia, Carlos Páez Vilaró y China Zorrilla.

La silueta de la catedral se recorta en el atardecer de la bahía. A medida que la calle avanza su perfil for export se desdibuja y el tiempo parece detener su ciega marcha hacia el progreso, ayudado por las campanadas del reloj de la iglesia, que dan las siete.

Un señor panzón con bermuda y tiradores, familias negras, una peluquería de barrio con esos sillones que son la debilidad de los directores de arte, una vecina veterana que se calzó un déshabillé y bajó al almacén, construcciones antiguas tapiadas y baldíos.

“Sarandí” es una palabra de origen guaraní, que nombra a varias especies de arbustos perennes que crecen en las orillas de ríos, arroyos y esteros, muchas veces sumergidos. Éstas son características bastante presentes en la calle montevideana que lleva ese nombre y es una especie de columna vertebral que amarra al continente una punta de la ciudad rodeada de agua.

Vía San Carlos

Perenne, desde su nacimiento, Sarandí fue una arteria vital y protagónica de la ciudad. Adyacente a la Plaza Mayor (hoy la Matriz) en cuyo entorno se levantaban edificios como el Cabildo y la Catedral, el eje que nacía en el agua conectaba la realidad de intramuros con la inminente ciudad nueva y el más allá.

Un surco que el uso fue haciendo cada vez más profundo a fuerza de hábitos y costumbres, a lo largo de casi tres siglos. En 1724 Domingo Petrarca realizó un plano en damero de las primeras seis manzanas, estableciendo la matriz urbana del núcleo fundacional de Montevideo. Dos años más tarde, Pedro Millán lo expandió, concibiendo la calle Sarandí adyacente a la Plaza Mayor, que se había ubicado en la manzana más alta del terreno.

No existen datos concretos sobre cuándo fue bautizada con ese nombre, aunque es de suponer que haya sucedido en el contexto de la batalla de 1825; lo cierto es que antes la calle se llamaba San Carlos.

Muchas y variadas eran las razones que convertían a esta arteria de la Ciudad Vieja en un paseo obligado. En Sarandí y Juan Lindolfo Cuestas había un potrero donde los vecinos organizaban torneos de fútbol, grandes tiendas y bazares como el Colón en la intersección con Juan Carlos Gómez), el Dos Mundos (esquina Bartolomé Mitre), y la irresistible juguetería El Paraíso de los Niños, en Sarandí 620, donde actualmente funciona una empresa de seguros. Frente a la Plaza Matriz, El Diario de la noche tenía en las fachadas grandes pizarras donde se iban escribiendo las noticias, razón por la que siempre había aglomeraciones de gente leyéndolas y comentándolas.

A mediados del siglo XIX las mujeres usaban polleras largas hasta los pies. El delicado acto de recogerlas se realizaba siempre con la mano izquierda, porque la derecha permanecía ocupada con la cartera, la sombrilla o el abanico, y se trataba de uno de los momentos más esperados por los caballeros de mirada atenta. “No bien algún afortunado lograba atisbar la dulce curvatura de un tobillo, salía corriendo hacia la rueda del café que frecuentaba, a contarles a sus camaradas, con lujo de detalles, lo más relevante de su descubrimiento”, relata Milton Schinca en su obra Boulevard Sarandí. El apostadero preferido era los domingos a la salida de la misa de la Iglesia Matriz, donde muchas de las asistentes elevaban sus pies hasta el alto pescante del tren de caballitos del Este, que partía desde la esquina avanzando por Sarandí, bajando por Ciudadela hasta Soriano, siguiendo por Constituyente, Lavalleja, Defensa y Brandzen, hasta terminar en Parque Batlle.

Caminarla era uno de los paseos preferidos por las familias tradicionales, ya que aseguraba ver y ser visto, todo un acontecimiento social de la época.

En 1992 la calle se transformó en peatonal y actualmente se están realizando las obras de un nuevo tramo hasta Pérez Castellano. Si bien hoy continúa siendo un lugar de encuentro, basta con detenerse en fachadas como las del edificio de la óptica Ferrando, ahora sede de la librería Puro Verso y un tentador restaurante en el primer piso, la del hotel Alhambra o el Club Uruguay, para transportarse a un tiempo del que apenas quedan vestigios.