“Mujica ordena pedir perdón”. Tremendo titular si se refiriera, por ejemplo, a las acciones de las Fuerzas Armadas durante la dictadura. Sin embargo, la orden, pedido o sugerencia del presidente se dirige al alto funcionario público (Pablo Álvarez, director general de secretaría del MEC) que compartió en su muro de Facebook un video grabado por liceales hartos de ser destratados impunemente por una directora poseedora de un estilo con familiares reminiscencias.

Y volvemos a lo de siempre: los jóvenes, la mano dura, los “menores”. Una de las mentiras más cínicas que se hayan sostenido. Pero ¿cuál es la mentira?, dirán, sorprendidos, los defensores del plebiscito de Bordaberry. ¿Acaso no hay jóvenes que delinquen? Sí, claro que los hay. Pero la mentira es simplemente un problema de magnitud. La gente cree (porque se le repite constantemente) que la mayoría de los delitos son cometidos por jóvenes, y -mediante una curiosa inversión de las reglas de la lógica- que prácticamente cualquier joven es en principio sospechoso de haber delinquido, y si no delinquió, es porque aún no le llegó el momento. Claro, no los jóvenes de mi familia o mi nivel social. El viejo tema, más viejo que la misma humanidad: los otros.

Cuando unos chimpancés se encuentran con un miembro de una tribu vecina, sin muchas averiguaciones lo muelen a golpes. Por ser “otro”. Pero claro, los chimpancés no cuentan con una declaración de los derechos del mono ni con códigos penales que desestimulen ese tipo de conducta. En este caso, actúan por instinto.

Y las sociedades humanas actúan también por instinto; un instinto no muy diferente del de nuestros primos peludos. Sólo que, en nuestra especie, el poder que da el ser más fuerte es sustituido por otros poderes más sutiles, como por ejemplo tener cierto control de algunos medios de prensa, especialmente los informativos televisivos. O llegado el caso, controlar una Policía o un Ejército que, pagados por todos, actúen en defensa de los intereses de algunos.

Buscando en diversas fuentes uno encuentra datos interesantes, que cito con la menor exactitud posible.

Uno: en 2010 murieron muchas más mujeres por violencia doméstica que comerciantes por rapiña. Los maridos que asesinan a sus mujeres no suelen ser menores, ¿no?

Dos: de cada diez mujeres asesinadas, más de ocho lo son por sus maridos o ex maridos. O sea, son menos de dos las que mueren, entre otras causas, a manos de rapiñeros menores, adultos o ancianos.

Tres: en 43% de las rapiñas participan menores. El que lee esto puede pensar “el 43% de los rapiñeros son menores”. No. En esas rapiñas, muchas veces, participan también mayores. En cambio, en el otro 57% sólo participan mayores. Si diez adultos y un menor participan en un delito, éste va a parar a la bolsa de los “delitos en que participan menores”. Es un típico caso de dato real expresado de forma tal que lleva a pensar lo contrario de lo que significa. Y lo triste es que esto es parte del discurso de un diputado colorado, citando datos que leyó en la página del Ministerio del Interior, referidos a enero de 2010.

Por algún misterio, parece que el gran tema de la inseguridad son los menores. Cuando sin dudas se trata, en gran parte, de la envidia de una manga de viejos frustrados que ven cómo los jóvenes de hoy hacen las cosas que ellos no pudieron o no se animaron a hacer. Y si una directora de liceo dice que unos alumnos estaban subidos a un árbol fumando y tomando vino, y ellos aseguran que ni una cosa ni la otra, la sociedad le da automáticamente la razón a la directora. Y en un ejemplo de rigor periodístico, Diego Fischer, en El País, agrega: “y hay quienes dicen que fumando marihuana”. Entonces ya dejan de ser unos jóvenes rezongados para ser unos delincuentes sueltos. Y la directora pasa a ser una especie de defensora del orden, de la seguridad, de la elevación del nivel en la educación, y con un poco más de manija, una adalid de la lucha contra el narcotráfico. Cuando lo único que propone es lo mismo de siempre: rodear a su liceo de policías (que dicho sea de paso, no quieren ir porque dicen que ella los maltrata) y reclamar que se eleve el nivel de exigencia. En resumen, idioteces que muchos aplauden porque tienen cierto sabor a “al fin alguien que se pone los pantalones”.

Albert Einstein decía que la educación formal era capaz de hacer que un jaguar odiara la carne, con sólo obligarlo a comerla cuando no tenía hambre. Pues bien, nuestro sistema de enseñanza (salvo heroicas excepciones individuales) se ha basado siempre en obligar a los alumnos a leer cosas que para ellos son un plomazo, y repetir como loros lo que dicen los profesores y los pésimos libros de texto, y el que triunfa es el que tiene más memoria y menos capacidad crítica. Yo, por ejemplo, prefería leer Los tigres de la Malasia antes que Papá Goriot. Y el Quijote lo leí de grande, después de varios intentos sin presión, y me encantó.

Ninguna reforma de la enseñanza que no ataque ese problema tiene validez como tal. Así nomás. Tal vez como propaganda, como demagogia, sea un éxito, pero no creo que eso sea lo que necesite la educación. Y que digan, si quieren, que los de afuera no pueden opinar. En caso de que expresen algo será eso; lo único que saben decir. Con todo respeto, confío más en la opinión de Einstein, o en la de Sandokán, que en la de Bianchi.