“Que la incredulidad racional de una sociedad alicaída, que por razones axiomáticas hoy nos discrimina, mañana nos dé la posibilidad de expresar nuestro arrepentimiento por los errores cometidos, permitiéndonos saldar las deudas que incumbimos”, expresó Heber, uno de los reclusos, al leer la carta dedicada a todos los presentes. Pablo, Gustavo, Marcelo, José, Fernando, Heber, Gustavo, Fabián y Néstor son los presos que están trabajando desde abril de 2010 en este emprendimiento. Su coordinador, Gustavo Rotunno, se refirió a la jornada como “un paso más de un proceso largo y difícil”. “Es un desafío hacer que el emprendimiento funcione y que sea viable en el mercado, por eso está el componente de que parte de los socios son familiares y además hay dos reclusos con salidas transitorias semanales”, comentó. Para el coordinador, si el proyecto no está conectado hacia el afuera “muere en poco tiempo”. Hubo antecedentes de cooperativas en las cárceles de Cabildo y La Tablada, pero la debilidad es la transición del producto hacia afuera, según Rotunno. La idea es que cuando empiece a funcionar la cooperativa cada recluso tenga “un socio espejo hacia el afuera”, de manera de equilibrar el poder dentro de las asambleas. Actualmente Juan Carlos, padre de uno de los presos, y Mary, pareja de otro, son los dos familiares encargados de la función administrativa, recibir la mercadería y responsables de la comercialización; mientras los reclusos se encargan de la producción de los alimentos.
Desde Cospe y FCPU se considera que este tipo de trabajo hace descender los niveles de discriminación de los excarcelados. Rotunno agregó que debe haber protección por parte del Estado, ya que las únicas trabas deberían ser las leyes del mercado. En este sentido, Coopansur planteó la necesidad de un vehículo para distribuir los alimentos, y el acondicionamiento de un lugar para vender los productos durante los días de visita.
Se siente
Un local que antes era un dormitorio fue reacondicionado para ser la nueva panadería. Afuera, las paredes pintadas de blanco desentonan con el ambiente. La casita de Coopansur está separada del enorme edificio penitenciario, pero no por eso deja de tener tejido a su alrededor. Para llegar hay que atravesar un camino donde la basura y el agua de algún pozo séptico que se transforma en barro fusionan los sentidos: se ve nauseabundo. Adentro, esos olores no llegan, las paredes pintadas de blanco están adornadas por el enorme cartel de la cooperativa e iluminan una mesa repleta de masitas, alfajores, medialunas y pizzas de muy buen aspecto, sensación que después se corroboró. Como señaló Carlos Reyes, uno de los representantes de FCPU: “El cooperativismo se puede dar en cualquier lugar y en cualquier situación”. Coopansur es la prueba.
“Desde Cospe y la Federación pensamos que el trabajo debe ser multiplicado en las cárceles”, afirmó Rotunno. Para él, además de ser una opción real de empleo, el cooperativismo aporta valores, tanto para solucionar conflictos como para aportar responsabilidad y sentido democrático. “Hablamos de la reintegración pero no hay propuestas”, agregó.
El coordinador señaló que al iniciar el proyecto había emprendimientos como la panadería, huertas, talleres de artesanos, bloqueras, etcétera. Pero en el momento de ejecutarlo ya no quedaba ninguno, porque se les exigía la formalización. “La panadería desde un primer momento se vio como viable porque ya se estaba trabajando en un local muy precario y había un grupo que podía generar la cohesión social necesaria para formar una cooperativa”, apuntó Rotunno. Actualmente, la cooperativa resuelve la producción del pan de la cárcel, que antes realizaba Jefatura.
Se vive
Diego lleva “casi” diez años recluido: “Para mí este momento es único, es empezar de nuevo”. Según comentó, le queda “un año y poquito” para salir. Remarcó que es difícil que un ex preso tenga una fuente laboral, y que “la sociedad es responsable de eso”. Durante todo el acto la madre estuvo a su lado tomándolo del brazo: “¡Es un logro divino que hizo mi hijo, él es lo más grande que hay!”, dijo a la diaria, mientras trataba de contener la emoción. Agregó que “a él le encanta cocinar”, pero no pudo definir cuál es la especialidad de su hijo, ya que para ella, “todo le queda bien”.
Heber dijo estar “muy emocionado”, y las lágrimas en sus ojos lo confirmaban. Destacó la importancia que tiene este emprendimiento para las familias: “Quiero rehabilitarme y salir con un trabajo para sustentar a mis hijos”. Hace doce años que está privado de libertad y lo esperan otros doce en la misma situación. Él es optimista ante la respuesta social que tendrán. “A la prueba está que la sociedad hoy ha respondido, no pensamos defraudarlos”, manifestó.
Según Heber, hubo días en que se dificultó la entrada de mercadería y tampoco se permitió el acceso a los profesionales que venían a capacitarlos. Sin embargo Pablo, el presidente de Coopansur, expresó que “el emprendimiento adquirió otro formato”, por lo cual el ingreso de materias primas, como dulce de membrillo, ya no se dificulta.
Al igual que Heber, hace doce años que Pablo está preso. Desde hace cinco organizó la panadería en la cárcel. Si bien se considera “la parte encaminadora” para los demás compañeros, dice ser “uno más”, ya que “está en la misma lucha”. Pablo también fabrica cajas de alfajores en una de las barracas de la cárcel. Aunque le quedan ocho años de pena, espera reducirla gracias a estos emprendimientos.
Entre los dos contaron que hay mucha gente adentro de la cárcel que quiere capacitarse en el trabajo cooperativo. Rotunno entiende que los nuevos aspirantes “deben estar realmente atraídos por el trabajo cooperativo”. Pablo coincide con el coordinador del proyecto: “A medida que nos vayamos yendo, la idea es que esto siga como reinserción. Hay muchos anotados, pero hay que seleccionar, porque acá realmente trabaja el que tiene ganas de cambiar”.