El sol estaba alto y fuerte en las primeras horas de la tarde de ayer; las tribunas no se encontraban repletas pero tenían buen marco de público. Además estaban los que sin abonar el plus para ocupar un asiento observaban el ruedo desde el predio.

Sonó la campana y del poste del medio salió un jinete de Paysandú, pero antes de que transcurrieran dos segundos, el caballo se plantó sobre sus patas traseras y el jinete cayó de espaldas y debajo del animal. El asombro se divisaba en las caras de los espectadores, que conteniendo la respiración contemplaban lo sucedido, y sólo la voz del locutor parecía ajena dado que continuaba vendiendo publicidad; duró unos segundos, estacionó una ambulancia y el muchacho logró pararse y todo el mundo aplaudió. Subió dolorido y la ambulancia abandonó el ruedo a gran velocidad. Gajes del oficio.

“¿Tenés miedo de matarte?”, interrogó la diaria a Sergio Sasía, jinete de 35 años, de Tacuarembó. “No, el que tiene miedo no se sube”, respondió de inmediato. Describió que el caballo para jinetear “tiene que ser aporreado, bellaco, que no sea manso, cuanto más bravo, mejor”. Junto a él su coterráneo Santo Torres, de 32 años, se aprontaba para competir y comentó que en los 12 años que lleva montando sólo tuvo “una quebradura”. Respecto a este punto, Dalton Delgado, capataz de campo, respondió que los accidentes en las jineteadas pueden impactar “de la misma manera en que en una carrera de motos es un deporte de alto riesgo, naturalmente es así”.

Profesionalizándose

Las competencias son cuatro: en pelo, en basto, basto argentino e internacional en pelo. En las dos últimas además de los jinetes uruguayos intervienen argentinos y brasileños. En esta edición participan 90 jinetes de 18 a 41 años. Para calificar, los jinetes tienen que permanecer encima del caballo ocho segundos en las categorías en pelo (sin monta) y diez en basto (con montura), y tienen mayor puntaje según la destreza.

Carlos Casas, jurado de jinetes de 33 años y oriundo de Cerro Largo, dijo a la diaria que los competidores “van puntuando en cada monta, en categorías separadas, y acumulan el puntaje hasta el último día”. Respecto al nivel de este año, opinó: “Creo que ayer [por el domingo] los caballos superaron a los jinetes en la mayoría, pero hoy [ayer] como que se pusieron más a tono, pero van dos jornadas recién. Creo que va a ser parecido a otros años”.

Los primeros premios en cada categoría son de 25.300 pesos, además hay otros nueve premios; aparte hay menciones especiales, también remuneradas, para jinetes uruguayos y extranjeros que no hayan obtenido reconocimientos.

Casas indicó que los premios han mejorado respecto a diez años atrás: “Se ha puesto más profesionalizado y más para hacerse un deporte. Antes era para la gente que le gustaba nomás, pero ahora la gente que anda bien agarra algún premio bueno y alguna monta que le pagan, es más redituable que antes”. Valoró también que “ahora hay gente que es de la ciudad y anda a caballo, pero no necesariamente es como antes, que eran mayoritariamente domadores o gente sólo de campaña; es como un deporte”.

En la semana serán montados 320 caballos, agrupados en un total de 20 tropillas. Éstas también compiten por premios, cinco de los cuales van de 57.000 a 93.000 pesos, más seis premios especiales y nueve menciones que rondan los 50.000 pesos. Aparte de los caballos de las tropillas, hay 60 apadrinadores, que son los animales utilizados para acompañar al jinete en el ruedo.

Detrás del ruedo

Caballos, jinetes, tropilleros, apadrinadores y familiares conviven en las instalaciones del Prado. Entre los pasillos de las caballerizas la diaria dialogó con Carlos Rodríguez, ayudante de tropillero, de 59 años, procedente de Reboledo, departamento de Florida. Si bien toda la vida había montado caballos, sólo en 1978 compitió en las criollas del Prado. Vestido con la indumentaria tal como establecen las bases -bombachas, botas de potro, chambergo y pañuelo-, dijo respecto a décadas atrás que la actividad “ha cambiado para bien, participa más gente y de otro nivel”. Después de estar allí cuatro días, pasará a las criollas del Parque Roosevelt.

En la otra punta del pasillo estaba Noelia Tejera, de Libertad, San José, de apenas 22 años. Ella, su marido y su abuelo crían caballos para apadrinar y estaban allí para prestárselos a un amigo suyo. Describió que los animales para esa tarea tienen que ser “serenos, ágiles, livianos y muy rápidos, como cruza de cuarto de milla con purasangre, o mestizos”. En su caso tienen los caballos “sólo para eso, los tenemos todo el año, los vareamos, les damos de comer y cuando hay fiesta los traemos”, dijo en alusión a las criollas del Prado y otras como la Fiesta del Mate en su departamento. Así como ella, había varias mujeres en la vuelta, porque si bien el ruedo es exclusivo para varones, no lo es el entorno: “Últimamente se entreveran pila las mujeres, es que para afuera no tenés otro entretenimiento, y más allá o más acá siempre uno tiene un familiar o alguien al que le gustan los caballos, y ya lo traés en la sangre. Es más bien baquía que fuerza. Yo soy domadora de caballos y cuidadora, me dedico a eso”, sintetizó.

Guillermo Peña es el hijo del tropillero para el que trabaja Rodríguez; es un adolescente de Fray Marcos, Florida, salió de las caballerizas y montó un caballo que esperaba tranquilo su ingreso al ruedo. En realidad, el chico no entraría, pero al igual que otros de su edad, allí estaba, imitando a los mayores. Dijo a la diaria que le gustaba andar a caballo y agregó: “Y también jineteo a algún ternero, los más grandes son los más mansitos”. Al consultarle sobre de lo que le gustaría trabajar cuando sea grande, dijo: “Quisiera ser biólogo”. Era de pocas palabras, tenía sonrisa amplia y sincera, a la que terminó de liberar ante la pregunta “¿se ven chicas en la vuelta?”, a lo que pícaramente respondió: “Y, a veces sí”.