La cita era a las 10.00. Ni bien divisaron al camarógrafo de un canal de televisión, que tranquilamente observaba el panorama con la cámara apagada, los niños se pusieron en pose y abrazados comenzaron a saltar y a saludar fervientemente, lo que llevó a que el camarógrafo pusiera la cámara sobre sus hombros y los complaciera con el registro.

Eran unos 90 alumnos de las clases 4º, 5º y 6º de la Escuela Nº 163 de tiempo completo, ubicada a cinco cuadras de allí, y otros nueve de la Escuela Especial Nº 198 para discapacitados visuales, ubicada también en las proximidades del Paso Molino.

Al ser consultada por la diaria, una niña de 4º año dijo que estaban allí para “estudiar la seguridad infantil”, pero los deseos podían más que la realidad y ante el grabador encendido comenzó la lluvia de pedidos: “Quiero ver el salón de puntería”, “que agarren una bazuca”, “yo quiero ver a los chorros”, “que nos muestren las celdas de los ladrones”.

Éste es el segundo año que la Seccional 7ª abre sus puertas para recibir a alumnos de escuelas públicas, colegios y organizaciones no gubernamentales de la zona. La Policía Comunitaria de la seccional implementó esos talleres cuatro años atrás y en 2010 resolvió hacerlos en el recinto policial. “Organizamos un paseo por la comisaría para que nos empiecen a perder el miedo, para que ellos sepan que ante ciertas situaciones pueden recurrir a hablar con los policías, que vean que somos personas normales a las que pueden contarnos lo que les pasa”, dijo a la diaria Shirley Cáceres, agente de Policía Comunitaria que fue la guía de la recorrida.

Desde el patio se ingresó a una oficina donde dos personas trabajaban en sus computadoras. Tenían la responsabilidad de tomar las denuncias de quienes acudían, hacer partes, preparar material para enviar al juzgado y chequear antecedentes personales en “el sistema de gestión policial como ustedes ven en CSI en la tele” (serie sobre criminalistas), pronunció Cáceres, y todos dijeron “sííí” al instante. Prontos para dirigirse hacia el pasillo, desde el que podía verse a la operadora que se comunicaba por radio con los policías en la calle, el funcionario que estaba en su computadora propuso a un escolar chocar los cinco con sus manos y, fascinados, niñas y niños comenzaron a saludarlo de esa manera.

El pasillo era demasiado estrecho para los 100 y un grupo de 50 tuvo que aguardar para ver el sistema; a lo lejos Cáceres explicaba el funcionamiento de la radio y apenas se oía lo que decía, pero fue suficiente para que un niño de 5º año que llevaba una libreta en la mano completara sus anotaciones: “Vimos un choro [sic] en la cárcel. Salimos en tele 5. Se comunican por radio”. Tras escribir la última palabra la cerró, satisfecho, y el amigo que estaba a su lado, también con una libreta pero sin abrirla, se lamentó de no haber llevado la XO para “sacarles fotos a los ladrones”.

El recorrido por el pasillo fue rápido y pronto se llegó a uno de los mejores momentos: el contacto con los dos móviles policiales estacionados en el patio. Al volante de uno de ellos había un policía y los niños se subieron maravillados a los asientos de los acompañantes; en el otro móvil no había chofer, lo que fue mejor todavía, porque quienes pasaban por el volante lo “conducían” fascinados; todos comenzaron a tocar las sirenas y las bocinas con un volumen insoportable pero paradójicamente grato.

Correr y contar

En la sala de actos se exhibió el video “Correr y contar”, de unos cuatro minutos de duración. La protagonista era una niña que volvía a su casa en el ómnibus mirando por la ventanilla. A su lado se sentó un hombre: “De repente el señor común y corriente empezó a tocarme las piernas disimuladamente, yo no sabía qué hacer del susto. Como pude me levanté, le pedí que se corriera para poder salir y al pasar frente a él para bajarme me puso sus manotas en el trasero”. La niña corrió, saltó, y al llegar a su casa le contó a su madre, manifestándole que había dudado si contarle porque le daba mucha vergüenza. Al final dejó la moraleja: “Mi mamá dice que ojalá todas las niñas y los niños que les pasan estas cosas hicieran lo que yo hice: correr para huir y contar para pedir ayuda. Y nadie, ni siquiera mis familiares y mis amigos tienen derecho a tocar mi cuerpo contra mi voluntad, ¡nadie!”.

Durante el transcurso del audiovisual no volaba una mosca. Todos miraban atentamente, interiorizados en la historia de la pequeña. Luego Cáceres propició el intercambio, integrando y valorando las participaciones de los chicos de ambas escuelas, y finalmente retomó la palabra: “Estamos para ayudar, somos amigos de ustedes, nuestro trabajo es cuidar de ustedes, pero no puedo saber cómo cuidarte si no me venís a contar. A veces esta situación pasa con papá o con mamá o con un abuelo, o con una abuela o con una vecina o un vecino que nos cuida mientras mamá y papá trabajan, entonces cuando esas cosas pasan tenemos que correr y contar, y si no podemos contarles a mamá o a papá porque nos pasó con ellos, tenemos que salir corriendo a contarle a la maestra o a la Policía”.

Los comentarios de los chicos se aproximaban más a situaciones de robos comunes y corrientes que a este tipo de casos, pero de todos modos el mensaje surtió efecto. Consultada por la diaria sobre qué le gustó más del video una escolar respondió sincera y cómicamente: “Ehhh, la parte del trasero”. Otro dijo: “Me gustó el paseo y con lo que vi del video ya estoy avisado para lo que tengo que hacer, así que ta”. Y alguien agregó “Cuando te pase algo tenés que contarlo”.

En diálogo con la diaria Cáceres dijo que ha subido el índice de abusos a menores, en diferentes modalidades: violencia física y psicológica (contó de un niño que acudió a contarle que su madre le decía “cualquier cosa” y le reprochaba que lo tendría que haber abortado), abuso sexual, o padres que mandan a sus hijos a trabajar.

Cáceres dijo a la prensa que en 2010, al finalizar un taller de este tipo en una escuela “todos los niños iban para el recreo y una niña de tercer año me cinchó de la camisa, me sacó para afuera y me dijo: ‘Si yo te cuento algo ¿mamá y papá van presos? La niña me cuenta que la persona que la cuidaba mientras papá y mamá trabajaban la tocaba en lugares donde ella se sentía incómoda. A raíz de eso hicimos todo el procedimiento de rigor, se hicieron las comunicaciones necesarias hasta que se llegó a que la persona que la cuidaba mientras que papá y mamá trabajaban era una persona añosa, de 78 años, que era un vecino y que abusaba de la niña. Vemos resultados positivos, llegan a ver que pueden confiar en nosotros, que somos amigables”. A continuación la funcionaria introdujo otro de los objetivos de la actividad: “Los niños son la sociedad del mañana, así que si logramos cambiar la imagen que ellos tienen hoy de la Policía, logramos cambiar la imagen de una sociedad entera”.

Pese a los buenos resultados, la iniciativa todavía no es una práctica habitual en otras seccionales: en parte porque no todas disponen de un adecuado número de policías comunitarios (la 7ª tiene seis, mientras que otras tienen uno o dos) y en parte porque hay resistencias de algunos funcionarios.