Al caminar por la Ciudad Vieja, en la puerta del local ubicado en Mercedes y Rincón, una gran cantidad de personas agolpadas llamaba la atención. Se trataba de Bavastro, y como era jueves, estaba por empezar el remate semanal de antigüedades que comprendía desde pequeños adornos de porcelana hasta costosas lámparas decoradas. “$560, $580, $600, vendido al señor de camisa azul”, decretó con voz ágil y firme el rematador. Los presentes sentados sobre muebles plausibles de remate estaban concentrados en los objetos que poco a poco se iban ofertando y en el precio que fijaba para éstos el rematador. Pocos eran los que ofertaban con la mano; la mayoría prefería levantar un dedo, hacer una mueca o incluso llamar por celular. “Cuando se viene a este tipo de remate es necesario prestar atención. Agilidad y dinamismo, éstas son las bases”, comentaba casi susurrando un señor que iba por el décimo lote. Si bien este particular modo de compra-venta se remonta a la época de los Asirios y Caldeos (2000 A.C), en Uruguay la tradición data de los años de la Independencia. “Venían las barcazas y José Bernardino Gomensoro remataba pescado. Solían tirarse cohetes en señal de que estaba por empezar el remate”, subrayaron los directivos de la Asociación Nacional de Rematadores y Corredores Inmobiliarios (ANRCI) recordando los comienzos del remate en Uruguay.

Esta particular cultura del remate, tan arraigada en nuestro país, es poco frecuente, en cambio, en la región. “Ni en Argentina ni en Brasil el remate tiene la importancia que tiene en Uruguay. Sobre todo en el interior del país, que es una fiesta popular”, manifestó el presidente de la ANRCI, Mario Stefanoli. El jerarca destacó que “en muchos departamentos suelen hacerse [remates] los fines de semana, para que toda la familia pueda asistir y pueden durar incluso todo el día”. En Montevideo el público es variado y depende del remate. “Vienen feriantes, extranjeros, dueños de anticuarios, personas del interior que tienen casa de remates, así como también particulares”, destacó Pepe Bavastro.

Espera ansiosa

La disputa por el globo ovalado que databa de los años 60’ (muy de moda hoy día) era entre un veterano de traje y corbata y un desconocido que ofertaba a través de un celular. “$10.000, vendido al señor de la corbata “, se escuchó sorpresivamente y el murmullo aumentó. El tiempo de un remate oscila, dependiendo sobre todo, del objeto en pugna: “hay remates que duran 30 segundos, otros pueden durar 20 minutos, ya que suelen haber conexiones con el exterior y también porque hay que darle tiempo a la gente para que piense, ya que no se está rematando una piecita de 5 dólares sino que estás rematando, por ejemplo, obras de arte”. En cuanto al precio mínimo en que se puede vender un lote Bavastro afirmó que “primero se fija el precio, si no hay oferta obviamente el precio del lote baja, y hay un punto, que depende del criterio del rematador, que como el precio del lote es muy bajo se saca y se oferta en futuros remates”.

En Uruguay se hacen remates particulares, ganaderos, judiciales (que son ordenados por la Justicia), y también están los remates de salón o de galpón, en donde, en una de ésas, podés llevarte una pieza histórica casi sin darte cuenta.

Recopilación histórica

En el mes de marzo se presentó el libro “Historia del Remate y los Rematadores” en la Asociación Nacional de Rematadores y Corredores Inmobiliarios (ANRCI). Con la autoría del rematador Eduardo Jaureguiberry, es el primer libro que recopila 170 años de remates en Uruguay. “Es un aporte a la historia y a la cultura nacional”, declaró Jaureguiberry en diálogo con la diaria. “El remate es algo apasionante. Por las manos de un rematador pasan desde alhajas, cuadros, barcos, aviones, obras de arte, hasta bienes muebles de todo tipo”, precisaron los directivos de la ANRCI. El libro se inicia enmarcando el remate en América hasta llegar al primer rematador en Uruguay: Don Manuel Insúa, a quien se le otorgó el primer título de rematador en 1814 y que a su vez estableció la primera casa de remates llamada “Martillo”. En 1819 se dicta el primer reglamento de los aranceles para rematadores inmobiliarios y corredores. Es allí donde se establece la obligatoriedad del martillo. “Es la forma de avisarle a la gente que se va a bajar el martillo y que son las últimas oportunidades de que un comprador pueda volver a ofertar”, explica el autor del libro. Con el surgimiento de los primeros barrios de Montevideo van surgiendo nuevos martilleros. En 1821, Don León Ellauri funda “Casa de Martilllo” en la calle San Pedro (hoy 25 de Mayo), inaugurándola con un remate de rollos de tabaco, botijas de aceite y cajas de dulces. “En la mitad de la obra entendimos que debíamos apartarnos un poco del remate e incursionar en inmuebles que fueron declarados Patrimonio Histórico en nuestro país. Estos pasajes, creo que le dieron un poco de movimiento a la estructura de la obra”, subrayó Jaureguiberry. El libro apunta a un vasto público: “consideramos en un principio que fuera para los profesionales del martillo. Para los de la capital e interior del país. Pero también para aquellos que piensan acceder a la profesión […] También para que nuestros hermanos de América, a través de la Asociación Americana de Rematadores, Corredores Inmobiliarios y Balanceadores, puedan conocer la historia de lo que han sido nuestras subastas y por ende, un punto de partida para futuras investigaciones”, destaca en la introducción del libro el autor.