Esta mañana, José Mujica tomará su desayuno número 473 como presidente de la República. Según la Constitución, le quedan 1.352 desayunos presidenciales más. Los que saben dicen que la calidad de una jornada de trabajo depende de una vigorizante ingesta matinal.

Y debe ser dificilísimo trabajar de presidente de la República. Hay que ponerse en los zapatos de Mujica. Hay que desearle que, al finalizar su mandato, cada uno de esos 1.825 desayunos presidenciales le haya caído bien. De su estado de ánimo y de su salud mental y física dependen que muchísimos uruguayos disfruten buenos desayunos, buenos almuerzos y buenas cenas.

De Mujica se esperaba mucho cuando arrancó su gobierno. Tres millones de uruguayos siguen esperando que la satisfacción por una buena jornada le facilite el sueño cuando apoye la cabeza en la almohada en las próximas 1.352 noches. Quienes lo votaron, y quienes no, le desean reconfortantes desayunos y plácidos sueños, o deberían deseárselos.

¿Qué necesitan los uruguayos de un presidente? ¿Qué pueden esperar de él, más allá de las disposiciones constitucionales que describen sus funciones, sus potestades, sus limitaciones? ¿Cuál debería ser la expectativa mínima? Las respuestas son difíciles, más aun si contemplan a oficialistas, a opositores y a quienes se ubican en el medio. Y deben ser realistas, porque es al cuete aspirar a que un presidente como Mujica instaure la revolución socialista mundial, se vista en Harrington o hable sin echar sus tacos de vez en cuando. Él mismo se encargó antes de ser elegido de enterrar pretensiones como ésas.

Lo primero que se le puede exigir a un presidente es que trate por todos los medios a su alcance de que las condiciones de vida de los habitantes del país (es decir, el reconocimiento y el ejercicio de sus derechos humanos, económicos, sociales y culturales) no empeoren en circunstancias adversas y que mejoren lo máximo posible en circunstancias benignas.

El resto no son detalles, y aquí es donde se pueden confundir los tantos. Porque un buen presidente no tiene por qué ser amado, pero sí apreciado. No tiene por qué ser venerado, pero sí respetado. Todo presidente, en un sistema democrático, llega a serlo mediante mecanismos de competencia política. Conviene que abandone el torneo una vez que asume el cargo. Si mantiene su presencia en las riñas y disputas cotidianas logrará que lo amen y veneren más, y también que lo aprecien y respeten menos.

Los uruguayos necesitan un presidente con respaldo político. La lógica dicta que lo busque primero en su núcleo de simpatizantes más sólido, luego entre quienes no lo quieren tanto y, en última instancia (difícil que lo logre), entre quienes lo detestan. ¿Qué habrá desayunado esos días en que bombardeó los intentos de desactivar la Ley de Caducidad en el Parlamento, contra el mandato de los votantes del oficialismo determinado por el Congreso del Frente Amplio?

Los uruguayos necesitan un presidente que conduzca el gobierno con armonía, y que instale debates sobre políticas de Estado, no polémicas que sólo pueden derivar en conflictos sin resolución. ¿Qué habrá desayunado aquellas mañanas en las que dejó a sus propios ministros en falsa escuadra? Al canciller, Luis Almagro, lo fustigó por sus gestiones para acabar con la impunidad: “Se me escapó”, dijo. A la ministra de Ambiente, Graciela Muslera, no la consultó antes de manifestar su entusiasmo por “privatizar” terrenos costeros en Rocha, que “no sirven ni para agricultura ni para ganadería”, sino “para lagartear en el verano”. Ni el ministro de Ganadería, Tabaré Aguerre, ni el de Economía, Fernando Lorenzo, ni el vicepresidente Danilo Astori sabían sobre su iniciativa de aplicar nuevos impuestos al latifundio.

¿Habrá desayunado Mujica el día que almorzó con Nelson Gutiérrez, representante de Tenfield, empresa que mantiene unos cuantos conflictos con el Ministerio de Deportes, a cuyo titular, Héctor Lescano, acusó Gutiérrez luego de “despilfarrar, sin ton ni son, los cuantiosos fondos que recibió en volumen histórico, demostrando el daño que manos inexpertas les pueden ocasionar al Estado y a la gente”?

Los uruguayos necesitan un presidente respetuoso. ¿Qué desayunará Mujica esos días en los que se la agarra con los profesores de Secundaria, los funcionarios del Estado, los periodistas y tantos etcéteras? ¿Merece, acaso, más respeto el general Miguel Dalmao, acusado de asesinar a la militante comunista Nibia Sabalsagaray y a quien visitó en el Hospital Militar? ¿Qué desayunará el presidente esos días en que usa las palabras “ecologista” y “ambientalista” como si fueran insultos?

Hay que ponerse en los zapatos de Mujica. Pero Mujica también tiene que ponerse en los zapatos del presidente de la República. Capaz que le aprietan. Capaz que le quedan bailando. El único que lo sabe es él: son sus pies los que vienen sintiendo ese cuero desde hace 473 días, los que seguirán sintiéndolo durante 1.352 días más. Si le duelen, por el bien del país, que se aguante. O que saque hora con el podólogo.