Los folletos gastronómicos para turistas que por todos lados se reparten a los visitantes en Buenos Aires, en estos días de Copa América, muestran el asado como plato destacado y coinciden en que el vino es la bebida nacional y un clásico de la gastronomía argentina. Así lo señala también un decreto presidencial de Cristina Fernández, del 24 de noviembre de 2010, que lo declara la Bebida Nacional (en los próximos meses hará lo mismo con el mate y el asado). El vino más promocionado es el Malbec, que puede encontrarse en casi todos lados y a precios variados.

Pero la gran producción de vino en Argentina se lleva a cabo a más de 1.000 kilómetros de la provincia de Buenos Aires, en Mendoza, provincia donde se produce más de 60% de la producción argentina y de donde sale más de 80% del total de lo exportado. Las otras provincias de grandes producciones de vino son San Juan, Córdoba, Catamarca, Salta y La Rioja.

La vitivinicultura argentina comienza con la colonización, a partir de 1551, cuando fueron introducidas las primeras especies de Vitis vinífera, principalmente para consumo de vino y para la producción de pasas (excelente alimento calórico). En Mendoza y San Juan se instalaron viñedos entre 1569 y 1589, y lo que posibilitó la gran industria fue la transformación de la aridez del suelo en tierras perfectamente irrigadas debido a las acequias extendidas por los colonos, que ya tenían un desarrollo prehispánico.

A sólo unos minutos del centro de la ciudad de Mendoza, en el departamento de Maipú, se encuentran las instalaciones principales de la bodega Trapiche, que coloca vinos en el mercado cuyos precios oscilan entre 10 y 120 dólares la botella. Es una empresa de 125 años de existencia, ubicada al pie de la cordillera de los Andes, y una de las marcas de vinos premium más exportadas de Argentina. La bodega se caracteriza por producir uvas en diversidad de territorios por toda Mendoza, en más de 1.000 hectáreas de viñedos propios y comprando la producción de otras 1.000 hectáreas a más de 200 productores independientes, lo que le permite obtener una mezcla única y que se renueva cada año. Llegan a trabajar, sólo en la bodega, unas 380 personas en la época de cosecha.

En 2010 las exportaciones de la industria vitivinícola argentina superaron los 850 millones de dólares.