Hasta hace unos años era bastante poco probable que un montevideano alojara a un estudiante extranjero sin que éste fuera parte de un programa de intercambio. Hoy en día muchas personas han optado por alquilar habitaciones a jóvenes que generalmente provienen de Europa y, en menor medida, de América Latina. Si bien la Universidad de la República no tiene a disposición cifras sobre el flujo de estudiantes extranjeros que vienen a estudiar a Uruguay, el aumento de éstos se hace visible en este tipo de fenómenos.

Para convertirse en arrendador no se necesita de gran infraestructura, una habitación libre es suficiente, una casa equipada, en lo posible amplia y cómoda, aunque no es requisito fundamental, y algunos servicios indispensables como conexión a internet y calefacción. El perfil de los que arriendan habitaciones es variado pero en general suelen ser personas jóvenes, solteras, sin hijos y sin familiares a cargo.

María, quien alquila hace siete años dos habitaciones de las tres que tiene su casa en el barrio Palermo, contó a la diaria que comenzó de casualidad, “porque un amigo me avisó que venía una persona de afuera que estaba buscando apartamento para compartir. Yo tenía lugar así que vino a mi casa. En esa oportunidad compartíamos los gastos, después me di cuenta de que era mejor cobrar una tarifa fija y que los gastos fueran por mi cuenta. Cuando esa persona se fue, cambié la modalidad”.

Actualmente pasan por su casa ocho estudiantes al año, generalmente europeos, alemanes y franceses. Las edades oscilan entre 20 y 29 años. Además de hacer pasantías o posgrados, algunos vienen como profesores de idioma a dar clases en institutos privados o a realizar pasantías en las Cámara Nacional de Comercio y Servicios, entre otras actividades. En su opinión, eligen venir a Uruguay “porque es un país tranquilo y por un tema de la seguridad”.

Mediante el boca a boca le fueron llegando más inquilinos; este medio de difusión sigue siendo el más eficaz: “Al principio éramos tres amigos que alquilábamos y nos pasábamos la información entre nosotros, si a mí me llegaba alguien y no tenía lugar, se lo pasaba, y lo mismo hacían ellos. El círculo se fue agrandando y ahora somos diez. Todos en la misma zona, Palermo, Parque Rodó, Barrio Sur y Centro. Nos reunimos una vez por mes, nos contamos experiencias y también nos pusimos de acuerdo en el precio, ahora todos cobramos lo mismo”.

Con respecto a esto último, María señaló que ya hay un precio de mercado, entre 5.000 y 6.500 pesos mensuales. “Está todo incluido, tienen gas, agua, luz, wifi, ropa de cama. Hay una persona que viene a limpiar una vez por semana los espacios en común y si ellos lo piden se les limpia su cuarto. La casa está abierta, pero existe de todo, hay gente que se encierra en su cuarto y no sale de ahí y gente que usa más los espacios comunes”. La mayoría de sus inquilinos no son hispanohablantes y aunque tienen conocimientos básicos de español, muchas veces recurren al inglés para comunicarse. Consultada sobre si tienen reglas de convivencia, María contó: “No hay muchas, pero una es no traer personas extrañas a la casa, un amigo o un compañero de estudio sí, pero no alguien que el estudiante no conozca bien. Otra regla es que se paga el alquiler por adelantado y que las estadías no pueden ser menores a tres meses porque me corta la zafra de un pasante”.

Javier, otro de los arrendadores que forma parte de la red de amigos, contó a la diaria que empezó a alquilar habitaciones hace cuatro años, cuando se mudó a su actual apartamento en Palermo, porque tenía dos cuartos libres y estaba mal económicamente. A raíz de que la mayor parte de sus inquilinos eran alemanes y de que viajó a ese país, comenzó a estudiar alemán y hoy su motivación principal para alquilar es tener la oportunidad de hablar ese idioma.

“Nunca alquilé a alguien más de tres meses, creo que no lo haría porque es cansador. Ahora alquilo una sola habitación y en este momento se está quedando una austríaca que viene por un mes. El apartamento no es grande pero es cómodo, tengo dos baños, uno para mí, eso es una comodidad importante”, señaló. Al igual que María, tiene conexión a internet y calefacción, esta última es imprescindible porque los europeos “no están acostumbrados a morirse de frío”.

Viajar con ellos

Después de convivir durante meses con alguien, puede surgir amistad que se prolongue en el tiempo. “Hay de todo. Con alguno me ha pasado de estar deseando que se vaya. Pero cuando hay buena onda con la persona se crea una amistad y hasta le abrís tu grupo de amigos. Gracias a ellos también pude viajar, conocí muchos países de Europa visitando gente con la que me llevé bien cuando les alquilé”, comentó María.

“Tengo un amigo alemán con el que viajé hace poco a Cuba y mantenemos también la relación por mail. Pero con la mayoría de la gente no mantenés el vínculo, aunque esté todo bien”, opinó Javier. Cuando la relación es buena, comparten actividades, “los llevo al boliche, a un cumpleaños” y en el período de las fiestas se los suele integrar a la familia, en caso que no tenga otro plan.

El intercambio cultural y la oportunidad de sacarse algunos prejuicios son dos aspectos positivos de esta experiencia. En este sentido, María señaló: “Hacemos esto porque nos gusta conocer gente, nos gusta el intercambio y aprendemos mucho. Viajás un poco con esa persona. Y tomás más conciencia de lo que tenemos, a mí me gusta mostrarles algunas cosas de acá, como el candombe o Rocha”. Con respecto a los prejuicios, convivir con alemanes le ha permitido modificar la imagen que tenía de ellos, “son muy organizados, metódicos, puntuales, pero también tienen una cabeza muy abierta”, señaló.

Por su parte, Javier contó que actualmente no oficia mucho como guía cultural de los extranjeros, “al principio sí y hasta tenía armada una ensalada de música uruguaya que se la ponía a todos. También conozco mucha música gracias a gente que ha venido y tengo una pequeña biblioteca en alemán. Ese intercambio es lo que a mí me motiva”.

El hecho de que sean extranjeros permite también que la convivencia sea más llevadera y los límites más claros. Ninguno de los arrendadores consultados alquilaría a uruguayos por la sencilla razón de que, en palabras de María: “El uruguayo no se va más, lo tenés ahí y se va quedando. Otro tema son los lazos sociales que pueda tener, un uruguayo te trae toda la cancha a tu casa. Un extranjero, no, y ya sabés que se queda tres meses y se va”.

La llegada de estudiantes tiene fluctuaciones que se corresponden con los períodos escolares y de vacaciones de sus lugares de origen. En relación a este tema, María puntualizó que “hay épocas de sequía, me ha pasado de estar un mes entero, no más de eso, sin estudiantes, y después hay períodos que tenés uno atrás del otro. En julio hay sequía, en enero vienen mucho a trabajar en las cámaras de comercio o a la UNESCO, por ejemplo”.

Alojarse en casas de uruguayos es una buena forma de “curtir” la ciudad. María contó que “algunos se quedan la primera semana en un hostal pero es más caro porque tienen que pagar por día. Pero, además, quieren estar con uruguayos, que les enseñen a tomar mate, esas cosas. En un hostal no sos nadie, sos un pasajero en tránsito”. Y, en opinión de Javier: “Si vos llegás y no conocés a nadie, das la vuelta a la plaza Independencia, podés conocer gente en un hostal, pero nunca vas a curtir cosas con gente de acá”.