Este año comenzó con el mundo enterándose, a través de WikiLeaks, del contenido de miles de informes secretos o confidenciales redactados por diplomáticos de Estados Unidos, la potencia hegemónica hasta hace no mucho tiempo. Esas revelaciones y el descontento acumulado por siglos de autoritarismo y miseria alentaron las revueltas populares que se suceden en el mundo árabe desde enero. Cayeron los déspotas de Túnez y Egipto. Se desató una guerra civil en Libia. La represión fue la respuesta a las protestas en Argelia, Bahréin, Siria, Yemen y otros países del área. Un terremoto acabó en marzo con al menos 15.000 vidas en Japón y causó fugas radiactivas en reactores a los que se suponía indestructibles. Lejos de aplacarse, la crisis económica mundial se agravó en toda Europa, donde las medidas de austeridad y el descontento con los sistemas políticos empujaron a millones de manifestantes a las calles de España y Grecia. También cruje Estados Unidos, al borde del default hasta que la semana pasada el gobierno quedó autorizado a emitir más bonos del Tesoro para pagar sus cuentas, lo que sacudió a todo el planeta. A los pocos días, una muerte por gatillo fácil policial encendió Londres y dejó en evidencia que la ira de los sectores más postergados de la población británica está a flor de piel. Algunos países en desarrollo avanzan en lo económico y ganan influencia política, librándose muy despacio de la pobreza, mientras la mayoría carece de horizontes, cuente o no con ayuda o inversiones de afuera. Cada pocos meses la hambruna deja alguna mancha en el mapamundi.

Qué añito viene siendo éste. Estos acontecimientos, en interacción con otros cuantos, trazan una coyuntura crítica. Mucho más crítica que el colapso de la mayoría de los regímenes comunistas en los años 90. Mucho más, incluso, que los atentados en Nueva York y Washington del 11 de setiembre de 2001. Cualquier pronóstico de corto plazo huele a adivinanza. A WikiLeaks le quedan miles de documentos por volantear, y vaya uno a saber a qué gobierno (o a qué gobiernos) harán trastabillar. ¿Qué dictaduras árabes caerán? ¿Se instaurarán democracias a la occidental? ¿Cómo se plantarán ante el resto del mundo? ¿Irán ganará influencia? ¿Qué pasará con Israel?

Por ahora, Japón la va llevando bien, pero podría verse en la necesidad de echar mano a sus 885.900 millones de dólares en bonos del Tesoro de Estados Unidos para financiar su reconstrucción, lo cual podría hundir aun más a Washington. Y en una de ésas, China, que posee 1,15 billones de dólares en esos bonos, termina asistiendo a su tradicional adversario regional, socavando la hasta ahora sólida alianza política, militar y económica entre Washington y Tokio.

Para qué seguir.

No es cuestión de milenarismos, mesianismos ni apocalipsis. No se vienen los cuatro jinetes. No resucitan los muertos. No habrá juicio final. La cosa es más sencilla y secular: éstos son tiempos interesantes, como los planteados en la maldición china. “Crisis”, en mandarín, se escribe con los ideogramas de “problema” y “oportunidad”.

El problema está diagnosticado hace tiempo: las modalidades de producción y de consumo asumidas por la Humanidad como únicas posibles desde la revolución industrial son cada vez más insostenibles, tan insostenibles como muchos regímenes políticos hoy en la mira de una ciudadanía reprimida y empobrecida. Pero los gobiernos hacían la del avestruz: el crecimiento del producto era el camino y el aumento del consumo traerá la felicidad de los pueblos.

Uruguay, hoy gobernado por partidos que impulsaban otros paradigmas, no cambia las soluciones. Sólo algunas palabras en las respuestas. ¿Una potencia está en decadencia? Se busca otra a la que seguir. ¿La producción? Básica, pero cambiándola según el capricho de los mercados. Si la lana no rinde, soja. Si el cuero no da, eucaliptos. Si la aftosa joroba para colocar carne, a probar con la extracción de hierro.

Hoy preside un viejo guerrillero. Pero la ciudadanía sigue la suave ondulación del paisaje. Las grandes movilizaciones ciudadanas están programadas en el calendario, desde las cúpulas partidarias, sindicales e incluso desde el gobierno: el 1º de mayo, el 20 de mayo, las mareas electorales cada cinco años, las “rendiciones de cuentas” de la presidencia de Tabaré Vázquez. La selección de fútbol sumó algunas manifestaciones inesperadas. Y cuestiones que definen el futuro del país como la minería a cielo abierto y los cultivos transgénicos son materia académica, de mesa redonda en un aula.

Mientras, el mundo tal como se conocía hace unos pocos meses se acaba. Hay nuevos problemas. Hay oportunidades. ¿Habrá soluciones?